Capitulo 1: El pequeño ladrón de Nilven

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''Ladrones, gente sin escrúpulos que se dedican a robar las cosas que a las personas de bien nos cuesta tanto ganar. Sobreviven a nuestra costa como sanguijuelas de la sociedad, agrupándose en gremios bajo nuestras mismísimas narices para confabular sus despreciables planes y practicar sus deleznables artes. Sin duda son el despojo de nuestra brillante sociedad.''

Obispo Salieri Morgar; Tratado para preservación de la moral pública; 24 de Noverso de la Tercera Era (Era de la Iluminación)

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El cielo estaba nublado, parecía que más tarde que pronto descargaría una buena tormenta. El bullicio que aquel día reinaba en la ciudad era tal que no se podría oír a una jauría de lobos aunque se les tuviera al lado, no por nada aquel era un día de mercado y la gente tenía que hacerse oír si quería vender. Pero todo aquello le era indiferente al ladrón, el seguía oculto en aquel callejón, observando una gran mansión que destacaba sobre cualquier otra vivienda. Apuntaba lo que observaba en un pequeño cuaderno con un trozo de carboncillo: número de guardias, horario de estas, puntos ciegos en la estructura, posibles vías de entrada y escape, etc. Llevaba realizando la tarea ya cinco días, cosa que era impropia en él, pues para sus trabajos normales, la parte de investigación no le llevaría más de unas horas. Pero esta vez su objetivo eran los Fauces Negras, los mercenarios más temidos y malvados de todo Reguian.

Hará unos días, llegaron junto a una caravana de mercaderes que paró en Nilven en su camino a Extornus, la capital del oeste, para descansar del viaje, dar de comer a sus monturas y vender sus mercancías ya de paso. Normalmente tantos Fauces en un mismo sitio es señal de problemas, pero esta vez era diferente, tan solo se limitaron a pedirle al gobernador, a punta de cuchillo, que les permitiera quedarse en su mansión hasta que les llegaran nuevas órdenes. Sobra decir que ningún miembro de la guardia se atrevió a contradecirles, no por nada la fuerza de la organización los Fauces Negras rivalizaba con la de algunos ejércitos, se les consideraba incluso como un pequeño reino.

Pero el ladrón tenía un buen motivo para acecharles. Cuando llegaron a la ciudad, el ladrón pudo ver que transportaban una pequeña arca con unas runas de color negro grabadas en su superficie. Aquel recipiente solo podía contener una cosa: un enlazador, un objeto capaz de conectar a una persona a la red de maná global y permitirle usar la magia, aún si había nacido con ese don o no. En aquel mundo, los magos eran muy escasos y codiciados por las grandes potencias y los reyes, ya que en batalla, un mago valía por cinco mil soldados o más. También, al poder acceder a los recuerdos del mundo a través del maná, eran más sabios que cualquiera, lo que los convertía en consejeros de confianza. Sobra decir que a los magos no les faltaba de nada y vivían rodeados de lujo. Hacía siglos que se había perdido la forma de crear estos maravillosos artefactos, pocas cosas se recuerdan de la Era Oculta, por lo que estos objetos eran tremendamente codiciados.

Pero los enlazadores tienen un poderoso efecto secundario: no importa lo fuerte que sea el enlazador, el organismo de una persona que no había nacido para ser mago no podía soportar por muchos años la toxicidad del maná. Mientras que un mago puro gozaba de una vida más larga de lo normal, independientemente de su especie, un enlazado estaba destinado a morir a los pocos años de haber activado el aparato. Pero esto no importaba al ladrón, no quería el enlazador para sí, con lo que sacara de su venta podría vivir cómodamente el resto de su vida, por eso estudiaba el lugar, para encontrar un punto débil en la seguridad, y lo había hallado.

Aunque los Fauces se pasaran el día de aquí para allá esperando nuevas órdenes, siempre había un número que tenía que quedarse en la mansión. Por la noche, cuando las tabernas y burdeles se llenaban de vida, los que tenían guardia lo hacían a regañadientes y malamente. Además, nadie se esperaba que hubiera alguien tan inconsciente para tratar de robar a los Fauces, esa sería la mayor ventaja del ladrón.

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