Capítulo 27: Confusión

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"¿El cuento al que más tiempo le he dedicado? No sabría decirlo, dedico una concienzuda investigación en todos mis relatos. Aunque sean historias algo inventadas, todas ellas tienen una base real que me preocupo por averiguar. El cuento del arqueólogo Payhir me llevó su tiempo, ese viejo no soltaba prenda sobre lo que descubrió en aquella isla. Pero si tuviera que decir alguno, me quedaría con el de "La matanza del monstruo", no eres el primero que me mira mal por dar esos títulos a los cuentos infantiles. Tras ese título en realidad se esconde una bonita historia de amor, escucha. Las historias cuentan que, en el este, hace miles de años, durante la era del olvido, un buscador de tesoros y una sacerdotisa se enamoraron. Aquella sacerdotisa vivía en unas ruinas, guardando un cáliz que, se suponía, el beber un sorbo de su contenido curaba cualquier herida y beberlo todo concedía la vida eterna. Ambos vivieron felizmente en aquellas ruinas, pero aquel cazador de tesoros pertenecía a un gremio al que le encargaron recuperar ese cáliz. Al ver que su compañero no volvía, su maestro fue a buscarlo, acompañado de un pequeño ejército contratado por el ricachón que les había pedido llevarle ese cáliz, pues se rumoreaba que aquella sacerdotisa tenía el poder de manipular la misma tierra. Durante su reencuentro, el maestro asesinó a la sacerdotisa. Ella le confió el cáliz a su amado, después de hacerle beber su contenido para que al menos él sobreviviera. Loco de rabia, el cazador de tesoros mató a su maestro y se dispuso a hacer lo mismo con todo el ejército que le había acompañado. Fue una masacre, pues es muy difícil defenderse de un rival inmortal.

En el Este conocen esta historia por "La lluvia roja" pues dicen que la sangre de todos a los que mató aquel día cubrieron algunos kilómetros cuadrados. Menos mal que es solo ficción ¿Te imaginas que fuera verdad? Tendríamos a una persona inmatable muy cabreada"

Extracto textual de una conversación con el cuentacuentos Voldafir Serkun.

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Caju seguía a aquel esqueleto como si sus piernas se movieran automáticamente mientras cargaba con su zurrón. Ambos caminaron por un pequeño pasillo hasta que aquel huesudo guía se detuvo y señaló una puerta. Al abrirla, Caju pudo observar una habitación amueblada de forma muy austera. Constaba tan solo de una cama, un baúl y un armario. El aspecto polvoriento y las numerosas telarañas daban fe de que aquella estancia no había sido usada. Shuren le había dicho que era libre de quedarse a vivir en la torre, que podía usar cualquier habitación que no estuviera ya ocupada y que tendría para elegir, ya que en esa enorme torre solo vivían él, Estrik y Elh.

Caju entró en aquella habitación. El olor a polvo le vino repentinamente como una gigantesca oleada. Se apresuró en abrir la ventana para que se renovase el ambiente. Acto seguido, lanzó el zurrón a un rincón y se desplomó sobre aquella cama, levantando una nube de polvo. Poco le importó, se limitó a taparse la cara con el brazo mientras dejaba que el peso de sus pensamientos le aplastara. Al hablarle sobre los guardianes, Shuren había provocado que Caju dudase sobre su propia humanidad, y el hecho de poder expulsar llamas no le ayudaba a aclarase.

-¿Qué coño soy?-dijo Caju mientras suspiraba.

Se quedó mirando al techo durante un rato, intentando poner en orden sus pensamientos, pero sin lograrlo. Siempre que algo le preocupaba no podía quedarse quieto, necesitaba moverse, despejar sus ideas, por lo que se decidió a explorar un poco aquella torre.

Salió de aquel polvoriento cuarto y fue en la dirección contraria en la que le había guiado el esqueleto. El pasillo parecía que se repitiese cada pocos metros hasta que llegó a las gigantescas escaleras de caracol que componían la columna vertebral de la torre. Decidió que empezaría por ver los pisos inferiores. La habitación que le habían cedido se encontraba en el quinto piso, a tres pisos de distancia de la enfermería. Bajó por la escalera. Tendría unos cinco metros de ancho, lo suficiente para que un grupo de personas pudieran subir sin tener que ponerse unos detrás de otros. Los peldaños estaban fabricados con una piedra que parecía granito y les daba un tono gris, muy acorde con el oscuro espectro de colores que reinaba en aquel lugar.

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