Por las mañanas nadie solía hablar. El comedor siempre era inundado a todas horas por un incesante murmullo que iba cada vez más en aumento, pero durante las primeras horas era sustituido por un susurro generalizado. Las sacerdotisas que acababan de despertar estaban todavía demasiado dormidas como para ponerse a hablar a gritos, y las que debían realizar sus tareas por la noche se encontraban demasiado cansadas como para empezar a charlar.
Caju dio un gran bostezo mientras comía con desgana una rebanada de pan con mantequilla, la cual mojaba en la leche antes de morderla. Podía sentir las miradas de algunas sacerdotisas a su espalda, la mayoría de ellas eran las que no pudieron usar el laboratorio por su culpa.
-Es como si me clavaran espinas en la espalda, son unas rencorosas-pensaba Caju.
Miró el cuenco de leche, hasta que pudo verse reflejado en la blanca superficie. Aunque sus huesos seguían marcándose, ya no estaba tan pálido y se notaba menos débil a pesar de que hacía poco más de un día desde que despertó. Una vez hubo terminado de desayunar, se levantó perezosamente y se dirigió hacia la salida del comedor.
A su paso, los comentarios se levantaban como el viento, comentarios que nadie quisiera oír durante demasiado tiempo.
-Ese es el que montó todo el escándalo del tejado
-¿Por qué no se podrá largar ya? Estamos demasiado ocupadas como para que nos retrase.
-¿Por qué no vendrá nunca ese guapo espadachín por aquí?
El ladrón se apresuró a salir antes de escuchar nada más. Una vez fuera del edificio principal del santuario, caminó hasta llegar a la linde de los jardines y se sentó bajo un árbol, cuya copa era mecida por el suave viento de la mañana.
A Caju no le molestaban los comentarios despectivos hacia él, los había escuchado toda su vida y había aprendido a ignorarlos. No, lo que más le molestaban eran los comentarios que Estrik recibía.
-Todo el puñetero día... Que si Estrik es guapísimo, que si esta bueno, que tiene pelazo...
Caju ponía una voz chillona a la hora de imitar a las sacerdotisas.
-No me jodas ¡Estoy rodeado de chicas y ni una me lanza un solo piropo, todos van para ese sieso!
Caju levantaba los puños mientras gritaba, atrayendo la atención de las que por allí pasaban, las cuales aceleraban el paso con la esperanza de alejarse de él.
-Yo creo que tampoco estoy mal. No es que sea un príncipe, pero no un engendro ¡Maldita sea joder, yo también soy guapo!
Repasaba sus recuerdos, en busca de alguno que confirmara su teoría. A parte de Rena, ninguna otra chica había mostrado interés en él, y no era porque no lo hubiera intentado con otras en Nilven.
-Oh mierda, soy un adefesio... ¡Pues muy bien, este feo sobrevivirá solito! ¡¿Os habéis enterado?!
Se dio cuenta de que estaba solo. Se sintió algo ridículo, por lo que se levantó decidió seguir internándose en los jardines.
Estaba buscando el árbol perfecto para subir y dormir durante todo el día cuando un melodioso sonido llamó su atención. Lo siguió a través de la naturaleza hasta llegar a otro de los edificios del santuario.
Antes de tan siquiera entrar, ya se podía escuchar el fino sonido de un piano perfectamente puesto a punto. El interior estaba construido como las iglesias, de tal manera que el sonido reverberaba y era escuchado con claridad por todo el interior. Frente a ese piano, casi una veintena de sacerdotisas cantaban frente a una gran estatua que representaba a una mujer alada rezando con un rostro de gran serenidad. Sobre la estatua, perfectamente incrustado en la pared, había una imagen que representaba el árbol de Siranne, hecho completamente de oro.
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The Last Guardian
Fantasía¿Qué pasaría si alguien se saliera del papel que la sociedad le ha impuesto? En la monótona ciudad de Nilven, el joven ladrón Caju busca su gran golpe para poder vivir a cuerpo de rey sin tener que preocuparse por nada. Cuando se presenta en la ci...