Capítulo 53: Palabras en la noche

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    Tsuki perdía cada vez más la paciencia. Por más que lo intentara, no conseguía abrir el candado.
-¿Necesitas ayuda?-preguntó Caju con un tono divertido.
-Ya casi...
Por más fuerza que aplicase, la sacerdotisa no lograba girar la palanca. Con un fuerte bufido, le devolvió las ganzúas al ladrón, visiblemente enfadada.
-Menuda chorrada-dijo ella entre dientes.
-Ya, claro.
Ante la atónita mirada de Tsuki, Caju consiguió abrir el candado en pocos segundos.
-Haces que parezca tan fácil...-dijo la sacerdotisa.
-Cuestión de práctica.
Elh se acercó a ellos. El cansancio podía verse con claridad en su rostro.
-Por fin hemos terminado-dijo pesadamente la semi-dríada.
-Mucho tiempo para decidir que te des de leches contra ese súcubo.
-No es solo eso...
Elh se sentó en la silla que le cedió Tsuki, casi dejándose caer.
-Prego y los suyos deben hacer que los embrujados salgan del nido para que yo entre e impedir que vengan a intervenir. Luego es cosa mía sacarla de allí para que no luchemos en su terreno.
-Deberás descansar entonces-le recomendó Tsuki.
-Tienes razón... Pero antes de que se me olvide.
Elh miró a los dos jóvenes.
-No quiero que interfiráis. Tsuki, tu estarás en la retaguardia de los Fauces, curando a todo el que puedas. Caju, tu estarás con ella.
-No jodas Elh-empezó a decir Caju-Vale que no luchemos abiertamente contra ese súcubo pero ¿Por qué debemos quedarnos atrás?
-Porque ambos tenéis poderes que no controláis. Lo último que necesito es un incendio o una lluvia de proyectiles durante la contienda.
-Estrik también debería quedarse atrás con nosotros-dijo Tsuki-Me preocupa lo mal que esta.
Elh se quedó mirando fijamente la puerta de la herrería.
-Él no participará en esta batalla. Decídselo cuando vuelva, que yo me voy a la cama.
Antes de retirarse, desvió la mirada una última vez hacia la puerta, claramente preocupada por el espadachín.
-A todo esto ¿Dónde demonios se ha metido Estrik?-comentó Tsuki.
-La última vez que lo vi estaba con el gaznate lleno de cerveza.
-¿Cómo?
-Lo que oyes. Decidió gastar buena parte del dinero en una borrachera.
Al contrario de lo que el ladrón esperaba, la sacerdotisa se empezó a encarar con él.
-¿Y tú le dejaste?-preguntó Tsuki, como si no diera crédito a las palabras del joven.
-Pues claro...
-¡No me lo puedo creer Caju! ¡Se supone que es tu amigo!
-¿¡Pero a ti qué te importa?!
-¡Se ve a leguas que Estrik y Elh están pasando un mal momento! ¡No sé muy bien lo que pasó en esa torre, lo que sí sé es que él necesita apoyo!
Caju se levantó del suelo casi de un salto.
-¡¿Y por qué te preocupas tanto por ese imbécil?! ¡¿Acaso te gusta o algo así?!
-¡Y luego soy yo la infantil!
Prego dio un golpe contra la mesa para llamar la atención de los dos jóvenes. Con una seria mirada, les señaló una puerta que daba al patio de atrás de la herrería. Seguidamente, el capitán Fauces se llevó un dedo a los labios.
-Si queréis discutir lo hacéis fuera, pero nosotros queremos descansar.
Dándose por aludidos, los dos salieron por la puerta señalada. Aquel patio era minúsculo. Apenas podía albergar una pequeña caseta repleta de material para la forja. Alrededor de esta, había cajas llenas de hierro y cobre sin tratar, cubiertas por lonas. Las maderas que formaban el límite del patio estaban desgastadas, oscurecidas y, en algunos casos, enmohecidas. Caju se apoyó en la pared de la casa, junto a la puerta, mientras Tsuki curioseaba.
-No respondiste a mi pregunta-dijo el ladrón, ya más calmado.
-Si que lo hice, pero lo diré más claramente. No, no es que me guste Estrik, pero me importa. Los tres me importáis.
La sacerdotisa se sentó sobre una de las cajas de metal.
-¿Cómo? Si hace relativamente poco que nos conoces-dijo Caju.
-Antes de conoceros, mi vida se terminaba en los límites del santuario. Levantarse, desayunar, hacer las tareas, comer, seguir trabajando, cenar y dormir, esa era mi rutina de todos los días. Gracias a vosotros, estoy pudiendo ver mundo. Hasta hace un mes ni siquiera pasaba por mi cabeza estar en una batalla contra un súcubo.
Tsuki rió un poco tras eso último.
-También echo de menos el santuario, no te creas. Allí no tenía que dormir al raso-dijo ella sonriendo.
Caju desvió la mirada al cielo, perdiéndose en todas aquellas estrellas de nombre desconocido para él.
-Yo vivía en un escondrijo con mi padre y mi hermana.
-¿Tienes una hermana?
-Mayor además, un par de años. Mi padre me encontró y adoptó cuando tenía unos cuatro o cinco años.
-¿Eres adoptado?
-Sí. No tengo ni idea de dónde soy o dónde está mi familia biológica.
-Vaya...
-El caso, que nos desviamos del tema-dijo Caju con clara intención de dejar de hablar sobre su familia-Vivía en la torre del reloj de Nilven. Teníamos nuestro escondite por encima del mecanismo, donde a nadie se le ocurriría buscarnos.
-Tiene pinta de ser un mal sitio-comentó Tsuki.
-No te creas, era lo suficientemente grande para tener cada uno una habitación, pequeña sí, pero propia, y cuando te acostumbras al ruido del mecanismo..., resulta bastante agradable.
Tsuki notaba el cariño que Caju ponía en sus palabras, pero parecía triste.
-Luego empecé a vivir en el ático de un enano muy gruñón y su sobrina. Él siempre me lanzaba sartenes en la cabeza cuando robaba algo...
Caju paró de hablar cuando escuchó las pequeñas risas de Tsuki.
-Perdona-dijo ella secándose una lágrima-Pero me lo he imaginado y...
La sacerdotisa apenas podía aguantar la risa.
-A mi no me hace tanta gracia, dolía.
-Pues a mí me encanta-dijo riendo ya sin contenerse.
Tras unos momentos, Tsuki suspiró para contener la risa.
-Me alegra ver que ya no tienes ganas de discutir-dijo Caju.
-Antes tampoco las tenía, pero parece que tú ibas bien calentito.
La sacerdotisa se levantó y caminó hacia la puerta.
-Deberías enterrar el hacha de guerra con Estrik-empezó a decir-Está claro que necesita un amigo.
El ladrón se limitó a suspirar, él tampoco tenía más ganas de discutir.
-Además-añadió antes de entrar a la herrería-Los chicos como Estrik no son para nada mi tipo.
Caju se quedó un rato más fuera, disfrutando el frescor nocturno.
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El nido del súcubo se encontraba situado en una cueva bastante recóndita. La entrada estaba casi cubierta por maleza y árboles, pero aquel ser sabía encontrar su hogar.
El súcubo llevaba a Estrik cogido de la mano, como si fueran una pareja en mitad de un paseo. Cuando llegaron, el espadachín apartó la maleza para poder pasar sin esfuerzo.
Nada más entrar, la cueva discurría hacia el interior de la tierra, recordando a la garanta de algún monstruo. El súcubo le indicaba dónde debía apoyar los pies para no caer rodando. Tras unos minutos de bajada, aquel túnel desembocaba en una amplísima caverna. Su techo estaba plagado con multitud de estalactitas excepto en un hueco por el que se filtraba la luz de la luna. El suelo era irregular, en los hoyos se formaban pequeñas pozas con el agua que goteaba del techo. Acurrucados en las esquinas, había personas. Todas ellas estaban alarmantemente flacas, como si les estuvieran absorbiendo las entrañas. En cuanto vieron al súcubo, intentaron arrastrarse hacia ella, murmurando halagos, alabanzas y deseos de servirla en cualquier cosa con su débil voz. El súcubo se estremecía de placer al escucharlos, satisfecha por tener a su ganado tan bien atado. Todos ellos miraban a Estrik con cierta furia, seguramente celosos pues sentían la proximidad de este hacia su señora.
-Creo que un bocadito nocturno me sentará bien-dijo el súcubo.
Empezó a mirarlos a todos. Su mirada se detuvo en un joven vestido con los restos de una armadura Fauces. Le indicó que se aproximara moviendo lentamente su dedo índice. El elegido se arrastró hacia ella, con una expresión de infinita felicidad. Los otros suplicaron que les eligiera en su lugar, pero el súcubo les hizo callar con un bufido muy parecido al de un gato.
Cuando aquel joven se acercó lo suficiente, el súcubo se agachó junto a él. Le ayudó a quitarse su ropa y a tumbarse boca arriba. Ella se sentó encima lentamente. Estrik observó como el súcubo movía lentamente sus caderas mientras las manos del embrujado la tocaban por todas partes. No pasó mucho tiempo para que se pudieran escuchar los gemidos del joven, que intentaba en vano seguirle el ritmo a aquel ser. Unos minutos después, la expresión de aquel tipo indicó que había alcanzado el éxtasis, pero el súcubo no se detenía mientras aceleraba el ritmo. Con el tiempo, el joven estaba completamente sumido en aquella locura.
-Si...-empezó a decir el súcubo entre gemidos-Ya estás listo para darme la mejor comida.
Se inclinó hasta poder mirar a los ojos del joven lo más cerca posible. Sus labios se rozaban, sin llegar a juntarse. En ese momento, el cuerpo del joven empezó a convulsionar. Estrik observó como algo brillante y azulado, parecido al humo, salía de la boca del joven para introducirse en la del súcubo, que se lo tragó mientras se relamía.
El joven dejó de moverse. Sus ojos se volvieron vidriosos mientras un hilo de baba se deslizaba por la comisura de sus labios. Estaba muerto.
-El maná vital...-dijo el súcubo mientras se acariciaba a sí misma-Algunos lo llaman "alma", la última chispa de vida, la comida más deliciosa. En el momento del éxtasis es cuando me es más fácil robarla, pero debo haceros alcanzarlo demasiadas veces. Mientras tanto solo puedo picotear de vuestra esencia.
Una vez saciada, se acercó de nuevo a Estrik, con unos andares muy sugerentes.
-Me encantaría empezar a prepararte esta misma noche, pero debes descansar.
-¿Por qué? Yo quiero...
El súcubo le puso el dedo índice en los labios para hacerlo callar.
-Lo sé, y yo también ardo en deseos. Tu alma parece deliciosa, pero necesito un guerrero poderoso también.
Estrik frunció el ceño, confundido.
-Esos patéticos del pueblo planean algo con tus antiguos compañeros. Creen que soy un monstruo sin sesera, pero están muy equivocados. Si atacan a mis esclavos, quiero que tú te mantengas a mi lado como guardia personal.
-Estos no podrán defenderte-dijo Estrik observando a su alrededor.
-Estos son solo comida. Los que andan por el bosque siguen sanos y completos porque no he picoteado nada de ellos.
Estrik cogió la mano del súcubo.
-Te protegeré con mi vida-proclamó el espadachín.
-Estoy segura. Si lo haces bien, te prometo que te haré disfrutar cuando me alimente de ti.
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Ya era casi de madrugada cuando Voldafir salió de la taberna. A pesar de haber pasado todo el día allí, apenas había bebido más de tres jarras de cerveza. La mayor parte del tiempo lo había dedicado a charlar con Sosara sobre planes futuros y vivencias pasadas. La cronista le había asegurado que el tabernero la permitía dormir allí, de modo que cuando se sintió cansado, se despidió y emprendió la vuelta a la herrería, donde podría dormir en algún rincón.
Dio una gran bocanada de aire fresco, el cual contrastaba enormemente con la atmósfera cálida y viciada que había respirado todo el día.
Las calles estaban completamente desiertas y los farolillos ya apenas alumbraban. El poeta echó un vistazo al cielo, plagado de estrellas, mientras caminaba casi por inercia.
De pronto, un ave cruzó volando a toda velocidad por su campo de visión. La siguió con la mirada mientras esta se posaba en el tejado de una casa y emitía tenues piares. A causa de la oscuridad, Voldafir no distinguió al instante el característico plumaje de los fénix que lucía aquel ejemplar.
Sin previo aviso, notó algo puntiagudo y afilado presionar su espalda, sin llegar a clavarse. El poeta no se atrevió a girarse, se quedó paralizado
-Voldafir Serkun-empezó a decir una siniestra voz-Como si no tuviera suficiente con un oráculo metomentodo...
Voldafir sintió un escalofrío a medida que la punta del cuchillo se movía, trazando círculos.
-¿Quién eres?-preguntó aterrado.
Su única respuesta fue una risa grave y entrecortada.
-Pobrecito. Te has metido en algo demasiado grande para ti.
-¿Qué...?-balbuceó Voldafir, cada vez más confuso.
Pudo sentir el aliento de aquel hombre en su oreja.
-Vamos poeta. Échale un poco de imaginación.
El aquel instante, Voldafir descubrió de quién se trataba. Su primer impulso fue el de salir corriendo.
-Yo que tú no me movería-dijo el hombre, como si hubiera leído su mente-Mi plumífero amigo podría arrancarte los ojos con sus garras antes de que dieras diez pasos.
Voldafir desvió su mirada hacia aquel fénix, que le observaba con unos ojos totalmente negros. El buhonero apretó con más fuerza la punta del cuchillo. Voldafir pudo sentir como un pequeño hilo de sangre caliente bajaba por su espalda.
-No deberías haberte metido poeta. Tendrías que haberte quedado con tus versos y juergas.
-Tu... No eres humano ¿Verdad?
Voldafir estaba muerto de miedo, pero sabía que aquella era la oportunidad perfecta para intentar conseguir información de aquel personaje que tanto preocupaba a Sosara. La punta empezó a hacer más presión.
-No puedo localizar tu maná-continuó Voldafir-Sosara no puede ver tu futuro ¿Qué demonios eres?
-¿Sabes qué pasaría si te apuñalase justo aquí?-empezó a decir el buhonero, ignorándole.
De nuevo, más presión. Voldafir no pudo reprimir un pequeño gemido de dolor.
-Te seccionaría el intestino grueso. No morirías en el acto, tus propias heces se encargarían de envenenar tu sangre. Morirías a los tres días, entre fuertes dolores.
El cuchillo se desplazó entonces hasta su omoplato, cortando la ropa y abriendo la piel a su paso.
-También podría apuñalarte un pulmón. Si lo hago bien, estos se llenarían de sangre, sería como si te ahogases en unas viscosas aguas.
La respiración de Voldafir se aceleraba cada vez más. El buhonero le puso una mano en el cuello mientras movía su arma a la nuca del poeta.
-Podría destrozar tu cerebelo. Te dejaría como un vegetal, prisionero dentro de un cuerpo completamente inútil.
Voldafir ya se daba por muerto. Se maldijo a sí mismo por no haber estado más alerta.
-¿Me preguntas quién soy? Me sorprende, dado que incluso has escrito sobre mí..., y sobre mis señoras.
El poeta cerró sus ojos con fuerza, intentando que la fatal herida le doliera lo menos posible, incapaz de reflexionar ya sobre las palabras del buhonero.
-Actuáis en vano tu y Sosara. Mi plan no hay manera de pararlo y no importa a cuantos Fauces y otros luchadores recurráis. Reconozco que me sorprendió ver aquí a ese Guardián, pero incluso él es inútil.
Con una gran velocidad, la hoja del cuchillo voló hacia la garganta de Voldafir. Su metálico filo empezó a cortar la carne como si se tratase de mantequilla.
-Hoy no-empezó a decir el buhonero-Mañana tampoco, pero un día, mis señoras volverán a Reguian y cuando pase, desearás que te hubiera matado en esta calle.
De pronto, Voldafir dejó de sentir aquel cuchillo en su garganta. Rápidamente se giró, solo para encontrar una calle desierta, incluso el fénix se había ido. El buhonero había desaparecido sin dejar rastro, como si fuera un fantasma.
El poeta empezó a pensar que tal vez habría sufrido una alucinación, pero no era así, la sangre y el dolor eran muy reales.
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Elh se despertó entre sudores a causa de un mal sueño. Al mirar por la ventana, comprobó que el cielo empezaba a clarear, señal de que estaba amaneciendo.
Aunque pensase levantarse un poco más tarde, tenía claro que no volvería a dormir. Se levantó de la cama y abrió la ventana. La fresca brisa de la mañana la hizo sentir un escalofrío, pues acostumbraba a dormir desnuda en épocas calurosas. Se vistió rápidamente con una camisa de lino blanca y sus pantalones de cuero.
Tenía los labios agrietados por no haber bebido nada durante la noche. Se los lamió un poco mientras salía de su habitación.
En la sala principal de aquella herrería, pocos eran los que se habían despertado. Prego, como cabría esperar, estaba completamente levantado, vestido y aseado. Se dedicaba a afilar su espadón con lentitud, quería que su arma estuviera en las mejores condiciones para la batalla.
Junto a él, Nersi también preparaba su espada. A diferencia de su capitán, ella tenía su pelo completamente despeinado, señal de que aún no se lo había peinado o lavado.
Elh se dirigió a ellos. Estaban tan concentrados en su tarea que no la sintieron hasta que la tuvieron delante.
-Buenos días Elh-saludó Prego con un tono cansado.
Nersi, por su parte, le dedicó una forzada sonrisa y un escueto saludo.
-¿Has descansado?-preguntó el capitán Fauces.
-Lo suficiente para cargarme a ese súcubo.
-Me alegra oírlo.
Nersi se levantó apresuradamente. Cuando pasó junto a Elh, la golpeó con su hombro.
-¿Qué le pasa conmigo?-preguntó la semi-dríada mientras se sentaba en la silla abandonada.
-Ella es..., como decirlo...
-¿Una racista?
-Exacto. Pero no se lo tengas en cuenta, todos estamos muy tensos.
-Hacía tiempo que no me cruzaba con uno.
-Por cierto-dijo Prego para cambiar de tema-El chico del pelo blanco no vino anoche.
-¡¿Cómo?!
Elh se levantó de un salto. Prego soltó su arma y trató de apaciguarla.
-Tranquila Elh. Seguramente cogió una borrachera seria y está durmiendo la mona en la taberna. De todas formas, nadie ha visto nada extraño durante la noche.
-Supongo...-dijo ella, para nada convencida.
-Ya verás como si, podemos ir a buscarle ahora mismo...
-Mejor no-le interrumpió Elh-Necesito tener la cabeza despejada hoy ¿Siguen durmiendo Caju y Tsuki?
-El chaval ronca como un asno. La muchacha fue la primera en levantarse.
-¿En serio? De nosotros cuatro es a la que más le cuesta despertarse.
-Pues lleva desde primera hora en el patio de atrás, entrenando esa extraña magia suya.
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Aquel pedazo de madera le devolvía la mirada a Tsuki. La sacerdotisa resoplaba mientras volvía a alzar su mano.
Un parpadeante Aether se proyectó débilmente frente a esta. La joven apuntó todo lo bien que sabía y disparó. El humeante y azulado proyectil salió volando, pero desviado. En lugar de golpear el trozo de madera, abrió un irregular agujero en la cerca de tablas que servía para delimitar el patio. Tsuki se apoyó sobre sus rodillas para descansar.
-No convendría que te agotases antes de tiempo.
La sacerdotisa se giró para cruzar su mirada con la de Elh.
-Es que nunca había podido practicar el Aether tan abiertamente. En el santuario debía esconderme muy bien para usarlo.
La semi-dríada se acercó a ella.
-Te sientes fatal cuando te obligan a reprimir lo que eres ¿Verdad?-comentó con voz apagada.
-Ya. Además, si no lo uso de vez en cuando me pasa..., bueno, ya lo visteis. Pierdo la cabeza.
Elh recordó la actuación de la sacerdotisa contra aquellos cazadores de recompensas y campesinos.
-No quiero que me pase hoy y hiera a todo el mundo. Sé que por eso me habéis puesto en la retaguardia.
-No solo eso, también debes encargarte de curar...
-Venga ya Elh-la cortó Tsuki-¿Quieres que al que me venga con un tajo en el estómago o un brazo menos le ponga uno de mis remedios? Puedo curar, pero no al instante, la medicina tarda días en hacer efecto aunque la estimule con el don de la diosa. Puede que sea una inocente, pero no lo confundas con idiotez.
Elh suspiró mientras se apoyaba en la pared de la herrería.
-Tienes razón, pero tus primeros auxilios podrían salvar a muchos. Por eso también he puesto a Caju junto a ti, de hallarse en mejores condiciones emocionales, también pondría a Estrik.
-¿Y por qué no nos dejas en el pueblo? Iríamos justo al terminar la batalla.
-Tsuki... ¿Dónde crees que vamos a pelear?
La sacerdotisa abrió los ojos como platos.
-¿Qué?
-En el bosque nos destrozarían al instante. El claro más próximo está a casi un kilometro, demasiado para llegar sin luchar. El pueblo nos ofrece la defensa y el espacio necesarios. Cuando todos los que no van a luchar estén a salvo, vamos a quitar los ramilletes de romero.
-Eso... ¿No es muy arriesgado?-murmuró Tsuki.
-Dependerá de lo rápida que sea matando a ese súcubo.
Elh se acercó a Tsuki para tratar de tranquilizarla.
-Vosotros no vais a correr ningún peligro.
-Eso espero-dijo la sacerdotisa, evidentemente nerviosa.
-Puedes estar tranquila-dijo Elh sonriendo-Vas a tener a alguien que te cubra las espaldas, y yo soy imbatible en el uno contra uno.
-Espero que Caju no se pase cubriéndome-empezó a decir Tsuki-No me gustaría tener que tratarle nuevas heridas. Hablando del tema, tengo que hacerle la medicina.
Dicho esto, se despidió con una pequeña sonrisa mientras entraba en la herrería. Elh se quedó allí, observando los impactos del Aether. Una sonrisa fue dibujándose en sus labios.
-Vaya par...-murmuró mientras reía para sí misma-Quién pudiera volver a ser joven... ght: no:







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