Capítulo 64: Amistades perdidas

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Los Rangers que esperaban fuera de la sala del trono trataron de entrar por todos los medios al escuchar aquel aullido. Antes de que consiguieran abrir la puerta, casi tirándola abajo, Elh tuvo tiempo de recuperar su forma normal. No opuso resistencia mientras la volvían a encadenar y comprobaban que su reina se encontraba bien.

En ese momento, la semi-dríada exigió la primera condición. Transformarse siempre gastaba todas sus energías, por lo que el hambre no tardaba en aparecer. Naalen ordenó que la alimentasen mientras traían sus pertenencias. También le dijo que cuando terminase de comer fuera a verla para darle los detalles de su cometido. Escoltaron a Elh hasta las cocinas una vez le buscaron algo de ropa. Se notaba que allí se cocinaba toda la comida, incluso la de la reina. Los alimentos estaban perfectamente ordenados, las paredes y el suelo, de color gris, brillaban de lo limpias que las mantenían. Todos los utensilios eran fregados y colocados justo después, por lo que no se amontonaban en ninguna parte. No hacían falta antorchas o lácrimas para iluminar, toda la luz necesaria entraba por un ventanal de varios pies de altura, por el cual también se introducía una fresca brisa. En un enorme horno, un cordero de buen tamaño daba vueltas sobre la lumbre y se doraba en sus propios jugos. Los piches se dedicaban a preparar los ingredientes que habrían de servirse en el almuerzo. Troceaban, pelaban, aliñaban, etc. Solo con un ligero vistazo se podía ver quién era el chef jefe. Un elfo vestido de punta en blanco probaba una de las salsas y le daba instrucciones para mejorarla. Tenía el delantal impoluto y algo ceñido, debido a la barriga que ya se comenzaba a notar.

Al ver a la prisionera escoltada por tantos Rangers, se sobresaltó. Intentó echarlos de inmediato de sus dominios, pero el guardia a cargo le explicó la situación. Con un chasquido de sus dedos, se le preparó una modesta mesa a Elh allí mismo. Con mucho cuidado, se le retiraron las cadenas y se le advirtió que no intentase nada raro. Una dríada se le acercó rápidamente. El gorro casi tapaba sus azulados ojos y su pelo iba recogido en un moño por dentro de este.

-"¿Quieres comer lo mismo que la tropa o algo diferente?"-le preguntó amigablemente.

-"Pues estoy famélica"-le contestó-"Voy a empezar con alguna ensalada. Luego me gustaría un poco de ese cordero, con compota de manzana y patatas asadas, y pescado con mantequilla. También me gustarían de esos panecillos redondos con canela. Y ponme una botella del vino favorito de la reina"

La dríada asintió mientras transmitía la comanda al resto. Para aquellos cocineros, no había diferencia entre híbridos, purasangres o incluso entre razas. Ellos pensaban que solo existían dos tipos de personas, hambrientos y saciados, les habrían preparado un banquete a una tribu de orcos si se hubieran presentado. El cocinero jefe exigía esa manera de ver el mundo en sus aprendices, pues pensaba que no se podía hacer buena comida si se miraba a quien iba dirigida. Ese detalle les había costado el puesto a muchos aprendices prometedores.

Los platos no tardaron en empezar a llegar. Los sabores bailaban en el paladar de Elh, haciéndola olvidarse de sus problemas mientras los disfrutaba. Los guardias la observaban engullir una ración tras otra y a beber sin descanso, como si no tuviera fondo.

-"¿Cómo puede esa híbrida tener tanto valor como para exigirle nada a la reina?"-preguntó uno de los guardias a su superior.

-"¿No la conoces? Elhdrasil era de los mejores. Al menos habrás leído el informe de su juicio por caza"

-"Por supuesto, era una sentencia que no se llevaba a cabo desde la pasada era"

-"Verás novato. Esa híbrida y la reina eran amigas en la academia, cuando eran pequeñas"

-"¿La reina...?"

-"Ella no quiere que se sepa. Es más, testificó contra la híbrida en el juicio"

The Last GuardianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora