Capítulo 29: Cementerio del bosque

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"Nadie puede poner en duda que los magos puros son las criaturas más poderosas conocidas de Reguian. Tanto es así, que en ocasiones tanto poder les acaba perjudicando. Hubo un caso de un mago cuyo poder era tan enorme que le acabó consumiendo, literalmente. El maná fluía con tal intensidad en su interior que acabó quemándole vivo, de adentro hacia afuera. Todavía se estudia por qué este fenómeno se da únicamente en magos y no en las sacerdotisas de Siranne. Se cree que es debido a la sutil diferencia en cómo cada lado manipula el maná"

Problemas en los seres sensibles al maná, recogido en el libro Ónice.

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-¿Entrenarte?-dijo Shuren.

-Sí. Eres un mago puro, supongo que podrías ayudarme a controlar estas llamas.

Shuren se levantó de su silla. Parecía cansado mientras empezaba a caminar por la sala, con las manos a su espalda.

-El problema, chico, es que tu poder no es algo que se vea todos los días. Nunca he oído hablar de un mago con dominio sobre la piromancia. Podría enseñarte a sentir el maná de tu interior, pero no puedo enseñarte a dominar tu capacidad.

-¿En qué me ayudará sentir mi maná?-preguntó Caju.

-Esas llamas deben nacer de algún sitio. Tu maná debe alimentarlas y, ahora que han despertado, debes centrarte en reforzar su fuente de combustible. Es como si acabaras de descubrir que tienes un nuevo músculo que no has ejercitado en tu vida. No te puedo enseñar como ejercitarlo debidamente porque no lo conozco, pero puedo guiarte con lo que se y esperar a que halles tu propia forma de dominarlo por tu cuenta.

Aquella respuesta no era la que esperaba Caju en absoluto, pero tampoco parecía que fuera a obtener nada mejor aunque insistiera. Acordaron que Shuren se encargaría del entrenamiento de Caju por las mañanas y las noches, le orientaría mientras estudiaba el enlazador. Con este acuerdo, Caju salió de la habitación de Shuren, sin estar del todo convencido.

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Después de su charla con el nigromante, Caju quiso volver a practicar con Estrik y ese extraño par de esqueletos, pero el joven Marashi había desaparecido del lugar. No estaba de humor como para ponerse a buscarlo por toda la torre, de modo que decidió pasear un rato por los alrededores, sin decidirse a meterse en el bosque.

Caju quería investigar un poco aquel bosque, pero conforme más se acercaba a su linde, con más fuera recordaba aquel monstruoso lobo bípedo.

-Supongo que, si no me adentro mucho, no habrá problemas.

Con este pensamiento, se decidió a poner el primer pie en el bosque. No tuvo que andar mucho para empezar a ver a pequeños animales como conejos o ardillas, que huían en cuanto él se aproximaba, el canto de los pájaros inundaba el lugar, dándole la atmósfera de un cuento. Decidió seguir un pequeño arroyo que discurría por el suelo y desafiaba al invierno, quien todavía no lograba congelarlo. Recordó la incomodidad que había sentido al entrar al territorio de la torre, una sensación que casi le hace salir corriendo en dirección contraria. A pesar que ya no la sentía con tanta intensidad, aquel sentimiento persistía en su cabeza.

Sin darse cuenta, había acelerado el paso, internándose cada vez más en la floresta. Cuando quiso darse cuenta, ya ni siquiera podía ver la sombra de la torre. Al mirar a sus pies no pudo ver el arroyo que le había guiado.

-Lo que me faltaba...

En ese momento se percató de algo. No podía oír el piar de los pájaros o el sonido de cualquier otro animal. El viento frío empezó a mover las copas de los árboles mientras borraba sus huellas sobre la nieve. Parecía que el bosque le hubiera guiado a su interior, como un depredador que acorrala a su presa y en ese momento borraba su rastro, para que nadie pudiera encontrarle.

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