CAPÍTULO 36: MY HEART AND ITS DISCONTENTS

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—Bueno... es algo delicado —dije pensando en cómo decir lo siguiente.

—Tranquila, puedes decírmelo luego. Luces muy preocupada y no me gusta verte así —dijo apretando con afecto mi mano.

Sonreí. —No, ya debería decírtelo. Sé que apenas llevamos casi dos semanas de novios, pero creo que lo justo es que lo sepas, es algo importante. —Asintió, lo que dio paso a que siguiera hablando—. No conocí a mi abuelo paterno. Mi padre dice que murió cuando tenía cuarenta años, por una enfermedad cardiaca que heredó de su abuelo, mi tatarabuelo. Afortunadamente esa enfermedad no le tocó a mi papa porque se saltó varias generaciones, a mis hermanos tampoco les tocó, pero a mí sí. Sufro de taquicardias supraventriculares paroxísticas desde que nací.

El rostro de Robert se contrajo con confusión y preocupación. —Dios mío, Cata, no sabía que estabas enferma —repuso—. No lo puedo creer, te ves muy bien —agregó mirándola rápidamente.

—Bueno, no es una enfermedad muy peligrosa. —Sonreí de nuevo—. Crecí con ella y me acostumbré. Me acostumbré al exceso de palpitaciones, además recibía medicación para controlarlas si se hacían demasiado molestas. De resto, siempre fui una persona normal. Tuve el mismo desarrollo de los demás, con algunos cuidados de más como no beber demasiado alcohol ni cafeína, cuidarme del estrés, entre otros. Gracias a esa enfermedad, fue que decidí estudiar medicina y especializarme en cardiología. Quería saberlo todo acerca de mi enfermedad, y lo logré.

—¿Pero? Porque me imagino que habrá uno, siempre hay uno —dijo—. ¿Pero qué paso, Cata?

Asentí y suspiré. —Pero me enamoré tanto de la cardiología, y logré controlar tanto mi estado, que dejé de preocuparme por mi e inicié a preocuparme por los demás —respondí—. Mi relación con Gregory cambió totalmente el rumbo de mi condición. Desde el inicio de esa relación las cosas con mi corazón empezaron a desmejorar. Él sabía de mi enfermedad, obviamente, como todos mis cercanos. —Tomé las manos de Robert y las entrelacé con las mías—. La cuestión es que cuando la relación se empezó a romper, mi corazón también experimentó ese rompimiento. Las taquicardias se volvieron constantes. De sentirlas una vez a la semana, las pasé a sentir tres o cuatro veces a la semana, y también empecé con los mareos. Gregory nunca lo notó porque un buen doctor sabe controlar esos episodios. ¿Recuerdas que te conté acerca del día que descubrí su infidelidad? —Asintió con expectativa—. Pues no te terminé de contar lo que paso ese día.

—¿Ah no? —Negué ligeramente—. Entonces ¿qué más paso?

—Bueno, no sé si recuerdas que te dije que después de su infidelidad, no pude evitar llorar, me sentí mal y me desvanecí. —Asintió—. Cuando desperté horas después presentí que algo ya no andaba bien, y decidí examinarme, pero no había ningún problema por el momento. Las semanas siguientes caí en una depresión muy fuerte en todos los aspectos de mi vida. No dormía bien, no comía bien, mantenía amargada y enojada con todo y con todos, y si no hubiera sido por Lucy y Charles, el hombre por el cual estaba aquel día en el bar que te conocí, no hubiera salido de ese hoyo —repuse—. Ellos empezaron a ayudarme, hasta el punto que me repuse de esa depresión, pero no de la mejor manera. Decidí que lo mejor para olvidar era concentrarme en algo que me mantuviera ocupada y fue cuando empecé a trabajar más tiempo en el hospital. Trabajaba desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, los fines de semana trabajaba en otra clínica de ocho de la mañana a ocho de la noche y luego de un tiempo también empecé a trabajar los fines de semana en urgencias en jornada nocturna...

—¿Qué? —interrumpió Robert—. Espera, ¿cuantos trabajos tenías? Acaso... ¿acaso ya no dormías? —preguntó alerta.

—Tenía tres trabajos, y si, no dormía los fines de semana —respondí—. Creo que lo único bueno que saqué de eso fue que logré reunir tres salarios. Con uno sobrevivía y con los otros dos ahorraba, tengo varios ceros en el banco por ello. Sin embargo, creo que lo daría todo porque me devolvieran lo que eso me robo. —La expresión de Robert se confundió aún más, continué—. La situación se tornó muy fuerte, trabajaba mucho y descansaba poco y logré superar lo que me hizo Gregory. Era una mujer nueva. Sin embargo, ya el daño estaba hecho y cuando estaba dejando los dos trabajos que había conseguido tuve una recaída muy rara. —Los recuerdos se agolparon en mi mente. Robert lo notó y acarició la mejilla con delicadeza—. En plena noche del ultimo día en urgencias, sentí una presión muy fuerte en el pecho a lo que siguió una sensación de vértigo y mareo que hizo que me sentará en pleno piso del pasillo de la clínica a la vista de toda la gente que había. La opresión no se iba y tampoco los mareos, pero eso no fue todo. Se añadieron palpitaciones demasiado fuertes, alcancé a contar 243 latidos por minuto y empecé a respirar muy mal. —La expresión de Robert dejaba entrever que no le gustaba lo que estaba escuchando—. Lo último que recuerdo de ese momento es que todo se tornó negro y cuando desperté estaba en la camilla de mi consultorio con mi pecho desnudo y conectada a un electrocardiógrafo de donde salía una larga cinta de papel que registraba mi actividad cardiaca. Me puse algo nerviosa, recordé lo que había pasado y me preocupó, esos síntomas no me gustaban nada, y estar con los pechos desnudos y unida a un montón de cables no es una situación cómoda. Suspiré de alivio al ver que la doctora que entró a revisarme era Lucy, le sonreí y ella también pero no muy felizmente.

En mi corazón (Robert Downey Jr.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora