Capitulo 1 [Parte 2/6]

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— ¿Qué puedo hacer? Tendré que conformarme con ver la diversión desde afuera —comentó Jean con amargura —. No bien terminó la audiencia, nos reunimos con el funcionario judicial que está a cargo de mi caso. Al parecer, tendré que pasar todas mis horas libres vaciando orinales, empujando sillas de ruedas, o ayudando a las viejitas a encontrar sus dentaduras postizas. 

— Denigrante — La chica suspiró con delicadeza. — Aunque después de todo, no es tan terrible. Pudo haber sido peor. 


— ¿Ah sí? — reaccionó Jean —. A mí no se me ocurre nada peor. Acabo de arrojar mi quinto año a la basura. Tendré que pasar cada momento de vigilia trabajando como una esclava con la tarea de la escuela o cuidando ancianos. Además, mis padres me han quitado la licencia de conducir. Honestamente, Jen, no creo que pueda haber nada peor. Pero su amiga, como siempre, quería tener la última palabra. 

— Es mejor que tener que recoger basura por las calles, por ejemplo. Ésa fue la condena del hermano de Mindy Waller cuando lo arrestaron por conducir ebrio. 

— Pero lo que yo hice no fue tan malo — se defendió Jean —. El hermano de Mindy casi mata a una persona.

— Cierto, pero te atraparon. Trata de ver el lado positivo de la cuestión. Si trabajas en el Hogar de la Comunidad, puede que conozcas algunos pacientes interesantes. 
La ira de Jean se disipó con la misma espontaneidad con la que había aparecido. No tenía ningún sentido descargar sus sentimientos en su amiga.

— No tendré tan buena suerte. Me tocó un hogar para ancianos. Se llama Lavender House. Tengo que empezar mañana. 

— Mañana — se lamentó Jennifer —. Pero no puedes. Hay práctica en el campo de deportes y ya sabes a qué debes atenerte si faltas. La señorita Devoe dice que con dos ausentes quedas afuera. Y tú ya perdiste el entrenamiento del lunes. 
Jean se mordió el labio. Habría dado cualquier cosa por volver el tiempo atrás. Habría dado cualquier cosa a cambio de la oportunidad de revivir aquellos breves y nefastos momentos en Stoward’s Department Store. ¿Por qué no habría convencido a Pru y a esos idiotas que tiene como amigos de que fueran a dar un paseo en lugar de hacerles caso con esa idea tan, pero tan estúpida? No había sido de ella la idea de robar los pendientes. Siempre tuvo la intención de dejar el dinero sobre el mostrador, pero como sabía que Silvia Hawkins la observaba y tuvo miedo de lo que pudiera decir, a lo único que atinó fue a guardarse los aros en el bolsillo. Y ahora estaba pagando las consecuencias. ¿El costo? Nada menos que el último año del colegio secundario. 

— ¿Jean, estás ahí? 
— Sí, aún estoy en la línea — respondió. Carraspeó. — Me temo que tendré que renunciar a los partidos. No tendré tiempo. 
— ¿Tu padre no puede ayudar? — Continuó Jennifer, con evasivas—. Es abogado, ¿no? 
Jean tuvo deseos de reír, aunque la situación no era graciosa en absoluto. Creía que nunca más volvería a encontrar algo divertido en la vida. 

— Él no puede hacer nada — mintió —. Está especializado en derecho societario. — Por más furiosa que estuviera, jamás nadie le arrancaría la verdad sobre sus padres. De ninguna manera admitiría, ni siquiera ante su mejor amiga, que su padre se había negado a mover un dedo para ayudarla. 

A pesar de sus lágrimas y ruegos, él sólo se limitó a mirarla a los ojos y decirle que esa vez tendría que asumir plena responsabilidad de sus actos. Por supuesto, después vino el sermón respecto de que a los diecisiete años ya no era una nena y que, si había cometido la estupidez de dejarse llevar por los actos y las opiniones de quienes se llamaban amigos, ahora tendría que pagar las consecuencias. Y la madre había hecho causa común con su marido — Además, como ya te dije, la jueza quiso sentar un precedente conmigo. 
Una vez más, Jennifer murmuró algo solidario pero Jean casi no la oyó. Sólo tenía presente el rostro de la jueza y la horrenda humillación que había vivido mientras estuvo en el estrado, consciente de que la vergüenza no sólo había dañado su imagen sino también la de sus padres. Las lágrimas acudieron nuevamente a sus ojos, parpadeó con furia para contenerlas. Ni loca lloraría otra vez. Por lo menos, hasta que no cortara la comunicación. 


No me olvides. sinopsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora