— Hola. ¿Cómo estás?
— Bien — mintió, y fabricó una sonrisa —. ¿Diste tu examen?
Nathan asintió, observándola con detenimiento. — ¿De veras estás bien? Te noto preocupada.
Ella lo miró, atónita
— ¿Cómo te diste cuenta? Entré aquí sonriendo como una hiena
Nathan soltó una carcajada.
—Tal vez reías con los labios, pero no con los ojos. ¿Qué pasa? Jean debatió en silencio si convenía o no confesarle la verdad.
— Oh, sólo un altercado con mis padres — contestó, y apuró un sorbo de Coca —. El hecho de que trabaje tantas horas como voluntaria en el Hogar no los hace saltar de alegría ni mucho menos. —Tal vez tengan razón. Jean alzó la vista de inmediato. —Oye, se supone que debes estar de mi lado, ¿no?
— Lo estoy — se defendió él —. Pero hablemos claro: pasas horas muchas horas allí. ¿Tus padres se molestaron porque bajaron tus calificaciones, tal vez?
— Mis notas son buenas. — A medida que pasaban los minutos. Jean se deprimía más y más. ¿Es que no se daba cuenta de que, si no iba a Lavender House a diario no podría verlo? Por supuesto que no, pensó. ¿Cómo podía ser? Ella no le había confesado toda la verdad. Nathan no sabía que estaba castigada. Tampoco que estaba cumpliendo servicios comunitarios y que, si la sacaban de Lavender House, tendría que cumplir su condena en cualquier otro lugar, con la misma cantidad de horas. ¡Y con la suerte que tenía últimamente, lo más factible era que la mandaran a recoger basura a Hargraves Park! ¡Maldición!
— ¿Entonces cuál es el problema? — preguntó Nathan.
— Mi salud emocional. — Sonrió de muy mala gana. — Piensan que no es bueno para mí estar tanto tiempo con personas moribundas.
— Oh, sí... Entiendo a qué se refieren. Extendió el brazo hacia atrás y tomó un lienzo húmedo. ¿Cómo puedes soportarlo?
— Desde que estoy allí, nadie ha muerto — admitió. No estaba segura de cómo iba a manejar la situación cuando llegara el momento, pero sabía que no se derrumbaría. La gente muere todo el tiempo.
— Listo el pedido — gritó el cocinero. Nathan sonrió y fue a retirar la bandeja.
Después no tuvieron tiempo para seguir hablando. Jean terminó su bebida, lo saludó con la mano y se fue.
Cuando entró en el Hogar, encontró a la señora Drake sentada detrás del escritorio. Estaba tan absorta en su tarea, que ni siquiera levantó la cabeza para mirarla. Jean tuvo que carraspear para llamar su atención.
— Oh. — Sobresaltada, le sonrió. — Hola. No oí que se abriera la puerta.
— Parece muy concentrada en su trabajo. — Jean dejó su mochila en el piso.
— Estoy preparando el folleto.
— ¿Folleto?
— Para nuestra exhibición a puertas abiertas. — Meneó la cabeza y se quitó los anteojos — Solemos organizar una todos los años y siempre choco contra el mismo obstáculo: no tengo la menor idea de lo que debe decirse para lograr que la comunidad venga a visitarnos. Algunas no somos muy talentosas con las palabras... ni como dibujantes, ni tenemos la inventiva necesaria para conseguir que la gente no tire el folleto a la basura sin molestarse en leerlo primero.
— ¿Por qué hacen estas muestras? — preguntó Jean. Era obvio que la presencia de tanta gente recorriendo el lugar perturbaría a los pacientes y traería toda clase de inconvenientes.
— Para recaudar fondos — respondió la señora Drake sin rodeos —. No vivimos del aire aquí.
— Pero yo creí que... — Se interrumpió. En realidad, no sabía qué creía.
— ¿Qué? ¿Que teníamos una subvención del gobierno? — La directora sonrió con cinismo y negó con la cabeza. — De ninguna manera. Recibimos donaciones privadas, de las iglesias, de grupos comunitarios y de cualquiera que escuche las súplicas de quienes están por morir.
— Oh, perdón. No me había dado cuenta.
— No te disculpes, sólo dime que sabes dibujar — le rogó la señora Drake —. Por favor, necesitamos algo bien ocurrente, algo que llame la atención para que no lo hagan un bollo y lo tiren sin leerlo.