― Ese chico es especial.
― ¿Por qué?
― Tiene tanto para dar en este mundo. ― Meneó la cabeza. ― No es como la mayoría de los jóvenes. Es distinto. Sensible. Mira las cosas desde otra óptica porque se ha visto obligado a enfrentar algo que un chico a su edad no tendría por que asumir. Su muerte parece una injusticia. Cuando por fin le llegue la hora se me destrozará el corazón.
― ¿Entonces por qué hace esto? ¿Por qué se queda aquí?
― Es mi trabajo.
Jean meneó la cabeza.
― Usted es muy trabajadora y una excelente cocinera. Conseguiría trabajo en cualquier parte.
― Bueno, gracias. ― La señora Thomas sonrió, orgullosa por el cumplido hacia su comida. ― Eres mucho más perspicaz de lo que creí. Sí, lo hago porque quiero. Porque alguien tiene que hacerlo y ese alguien bien puedo ser yo. Por lo menos, tengo oportunidad de dar a los pacientes un poco de alegría y bienestar en sus últimos días. Es lo que la Biblia nos manda y yo obedezco.
― Es religiosa.
― En un lugar como éste ― contestó, volviendo su atención a la cacerola ―, un poco de fe ayuda.
― Supongo que sí. ― Si bien detestaba reconocerlo, aunque fuera ante sí misma, sentía curiosidad por saber más de Gabriel. ― Eh… ¿Cuánto tiempo se queda?
― Dos meses, tal vez tres.
Se puso tensa.
― ¿Qué es exactamente lo que tiene? ― Polly ya le había contado, pero una parte de sí quería oírlo de otros labios. ― ¿Qué le pasa?
― El corazón no le funciona como corresponde. ― Meneó la cabeza con tristeza. Los médicos lo han intentado todo, pero sin éxito.
― ¿No puede recibir un trasplante o algo?
― No. Las válvulas y el tejido que las rodea están tan dañados por la infección virósica, que un trasplanté sería imposible.
Polly le había dicho lo mismo, pero ella sospechaba que tal vez habría otra razón por la que no podía conseguir un donante.
― ¿Están completamente seguros de eso? Quiero decir, ¿cómo saben que no resultará? Si es una cuestión de dinero…
― No es por dinero ― la interrumpió la señora Thomas, y se volvió para mirarla a los ojos ―. Así es la medicina. No hay razón para practicar un trasplanté si no va a dar resultado. Y es una lástima. Ese chico no sólo es inteligente, sino talentoso. Un artista con todas las letras. Tendrías que ver sus pinturas.La chica se quedó contemplando con detenimiento a la cocinera y tuvo que contenerse para no seguir discutiendo con ella respecto de la negativa a practicar un trasplanté de corazón a Gabriel. La señora Thomas no le mentía. Por la expresión de su rostro, cualquiera se habría dado cuenta de que la idea de su muerte la perturbaba tanto como a ella. Si no había manera, no la había y punto.
― ¿Pinta? ― preguntó ―. ¿Cuadros?
― Ajá. Y no simplemente, en Los Ángeles. Un mural. Salió fotografiado en el periódico. Se interrumpió cuando la señora Meeker, la enfermera de turno, entró en la cocina a buscar café. Las dos mujeres comenzaron a charlar entre sí y dejaron a Jean sola con sus pensamientos.
Terminó con las bandejas y las acomodó en una pila en el carro. Mientras lo empujaba por el pasillo desierto, camino al ascensor, pensó que por un lado admiraba a la gente como la señora Thomas, pero, por el otro, la consideraba un poco extraña. No podía creer que alguien quisiera de verdad trabajar en un lugar como ése. No entendía por qué esa mujer no salía de allí corriendo despavorida. Sabía que en cualquier momento ella se sentiría así. Esa gente estaba muriéndose. Las lágrimas se agolparon en sus ojos cuando recordó la charla con Jamie. Demonios. Qué agradable era. No merecía morir. Tenía apenas cuarenta y tantos años. ¡Y pensar que pocos días atrás le habría parecido todo un gerente! Ahora le resultaba dolorosamente joven.
Sintió que una lágrima le hacía cosquillas en el mentón. Se la secó con la manga, irritada, y empujó el carro hacia el interior del ascensor. Tal vez hacerse la deprimida delante de sus padres no sería una actuación, después de todo.