— Deliciosas, Princesa — le dijo, con una sonrisa en sus labias —. ¿Por qué no me lees algo?
— Claro. — se puso de pie y fue a la biblioteca. — ¿Qué quieres que te lea?
— ¿Qué crees? Asimov, por supuesto.
— ¿Cual? Tienes prácticamente todas las obras de ese nombre.
Se rió.
— De ninguna manera. Escribió centenares de libros y yo apenas tengo unas pocas docenas. Léeme Fundación.
Las manos de Jean temblaron cuando extrajo el viejo libro de bolsillo. Gabriel estaba mal. Muy grave y a ella le aterraba su muerte.
Volvió asentarse y lo miró. Tenía los ojos cerrados, pero sabía que no estaba durmiendo. Abrió el libro y empezó a leer.
Leyó durante media hora para él. No le habría molestado seguir leyéndole todo el día, pero la señora Drake entró y le dijo que Gabriel se había dormido profundamente. Para Jean eso era solo un detalle. No se quería ir. Claro que la directora no le dio oportunidad de elegir. La hizo salir de la habitación.
— ¿Qué haces aquí un domingo? — pregunto cuando estuvieron afuera.
— Solo quise venir a ver como estaba Gaby.
La mujer la miró. Su rostro era una mezcla de exasperación y compasión. Por fin, sonrió.
— Lo se. Se han hecho bastante amigos ustedes dos ¿Verdad?
— Si, muy buenos amigos.
— Ven, bajemos — ordeno la señora Drake —. Vamos a tomar una taza de café. Necesito hablar contigo.
Una vez en la cocina, se sirvieron el café. Cuando se sentaron en la mesa, Jean se preparó para lo peor. ¿Acaso la directora le ordenaría que se alejara, ahora que Gabriel se había agravado tanto?
La mujer tomo su taza y bebió un sorbo. Obsequió a la chica con una cálida sonrisa.
— Eres una persona muy especial, ¿lo sabías? Creo que te debo una disculpa.
Atónita, Jean la miro con la boca abierta.
— Una disculpa — repitió —. ¿Por qué? No me ha hecho nada. — No todavía, claro. Quizás estaba disculpándose por adelantado, porque en cualquier momento dejaría caer el hacha para cortar las visitas a Gabriel.
— Te debo una disculpa por el modo como te trate el día que viniste aquí por primera vez. No eres una mechera. Eres una chica maravillosa a quien pescaron haciendo una travesura que seguramente debe de estar de moda entre los adolescentes de este país. Suspiro. Te pido perdón con toda honestidad, Jean. Eres la mejor voluntaria que hemos tenido en este hogar.
— Gracias. — La muchacha sentía que las mejillas le ardían. — Pero la verdad es que me alegro de que me hayan arrestado. De no haber sido así, jamás habría venido a este lugar… Ni siquiera me gusta pensar en esa posibilidad. Adoro trabajar aquí. Me cambio la vida. — Se detuvo, confundida. ¿De verdad había dicho algo tan difícil de creer? Si. Peor aún, era cierto. El Hogar le había cambiado la vida. No. De inmediato cambio de opinión. No era el lugar, sino la gente la que había hecho el milagro.
— Nos cambia a todos — dijo la señora Drake —. El trabajo con nuestros pacientes se traduce en cansancio de pies, cansancio de espalda, ardor en las manos, muchas risas y — hizo una breve pausa y miro a Jean directamente a los ojos— un profundo dolor en el alma. Levander House es un lugar de dichas y penas, de sufrimiento y compasión.
Jean la observó durante largo rato. Luego hizo una pregunta cuya respuesta no sabia si le convenía escuchar.
— Señora Drake, ¿está muy grave Gabriel? Quiero decir… Sólo está un poco cansado, ¿No? Va a recuperarse.
La directora miró su taza de café y luego a la chica.
— No — susurró —. Me temo que ya no. Gabriel se está muriendo.