Capitulo 1 [Parte 4/6]

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— Jean — la llamó su madre, impaciente 

Entre suspiros, se volvió y abrió la puerta. No podría esconderse eternamente. Bajó las escaleras a toda velocidad y encontró a su madre de pie junto a la puerta principal golpeteando su zapato de tacón alto contra el lustroso piso de roble. 

Eileen McNab era una rubia alta y atractiva. Llevaba un traje gris oscuro, una blusa azul claro y discretos pendientes de oro. Su imagen reflejaba la realidad con absoluta fidelidad: era una ejecutiva de gran poder. 

— Esta noche tengo una reunión en Los Ángeles — anunció —. En la heladera tienes ensalada de atún para la cena. 

— ¿Conducirás hasta Los Ángeles de noche? — preguntó Jean —. ¿No será un poco tarde? 

— No me quedan muchas alternativas — respondió su madre sin rodeos. Como me has hecho perder el día en la corte, me retrasé en mis tareas. 

— Oh. ¿Y papá? — preguntó Jean, con interés. Si bien existía una gran tirantez en la relación con sus padres, no quería quedarse toda la noche sola en una casa vacía. 

Eileen se encogió de hombros y tomó su portafolio. 

— Trabajará hasta tarde. Seguramente comerá un sándwich o algo rápido en la oficina. 

Jean se tragó su desilusión. 

— ¿A qué hora crees que llegarás a casa?

— En teoría, a las nueve — contestó, mientras tanteaba en sus bolsillos buscando las llaves del auto —. ¿Por qué? 

— Necesitaba hablar contigo sobre algo, eso es todo. 

Eileen alzó el mentón, desafiante, y la observo con detenimiento. 

— Si se trata de tu licencia de conducir, olvídalo — comenzó. 

— No quería hablar de eso precisamente — exclamó Jean —. Pero ya que sacas el tema, ¿cómo crees que llegaré mañana a ese lugar? Sin auto, estoy atada. 

— Debiste haberlo pensado antes de robar en la tienda — respondió su madre con frialdad. 

— No estaba robando en la tienda. Yo quise pagar esos pendientes — explicó por milésima vez. Tanta era su frustración que quería gritar. ¿Por qué su madre no le creía? ¿Por qué no le concedía el beneficio de la duda? 

— Pero tú no te detuviste a pensar, ¿verdad? Estabas demasiado preocupada por el qué dirán de tus amiguitas. 

— Está bien. Cometí un grave error — concedió Jean —. Lo admito. Me equivoque. Pero, por si no te diste cuenta, estoy casi atrapada aquí. ¿Cómo supones que llegaré a ese hogar de ancianos sin auto? 

— No seas ridícula. — Su madre atinó a colocar la mano en el picaporte de la puerta. — Puedes tomar el autobús. 

— ¡El autobús! 

— Sí, ya los conoces. Son esos vehículos grandes, pintados de azul y blanco que sirven de medio de transporte para las personas que no tienen auto. 

Jean se quedó pasmada. En su vida había tomado un autobús. 

— Pero el geriátrico está en la peor zona de la ciudad. 

Eileen abrió la puerta. 

— No seas melodramática. En Landsdale no hay barrios malos — contestó con impaciencia, ignorando las protestas de su hija —. Reconozco que parece estar situado en el corazón del área más pobre de la ciudad, pero no está infectada de mafiosos. Mucha gente toma el autobús — dijo, indiferente, mientras se encaminaba hacia su BMW —. Te gustará. 

No me olvides. sinopsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora