Jean carraspeó.
― Bueno, se que crees conocerme, pero…
― ¿Qué creo conocerte? ― La interrumpió ― Por supuesto que te conozco, y lo que conozco de ti, me gusta. Hemos pasado bastante tiempo juntos las últimas semanas.
― Sí ― comentó ella ― pero siempre hay cosas que alguien como tú ignora.
― Sé todo lo que es importante. Eres honesta, amable y… ¡oh, Jean! Reúnes todas las condiciones que yo busco en una chica.
―Por favor Dios ― imploró ella para sus adentros ― que siga pensando lo mismo después de mi confesión.
― Me alegro de que pienses esto. ¿Pero qué pasaría si te enterases de que no soy tan perfecta, ni tan buena, ni tan santa? ¿Te seguiría gustando? ¿Desearías que siguiera siendo tu novia?
― ¿Jean de qué estás hablando? ― Preguntó obviamente confundido ― No pretendo que seas perfecta. Y debes asumir tu altruismo. Te privas de casi todo tu tiempo libre para trabajar como voluntaria en un hogar para enfermos terminales. Por el amor de
Dios, no seas tan exigente contigo misma.
Jean tenía ganas de llorar.
― Es ese el punto, justamente. No lo hago por voluntad.
― ¿Eh?
― Nathan, escúchame. Y trata de no abrir juicios hasta que termine ¿De acuerdo?
― De acuerdo ― aceptó de mala gana.
Estaba muy acobardada por el tono suspicaz de Nathan.
― Antes de que empezaran las clases yo… yo… ― titubeó, había perdido toda la valentía.
― ¿Tú qué?
― Hice una rotunda estupidez. Algo de lo que no me siento orgullosa. Me arrestaron por mechera. ― Oyó el siseo del aliento contenido. Volvió el rostro y clavó la vista al frente. Ya había sufrido bastante al confesarse; no habría podido mirarlo a los ojos. ― Fui una tonta, una estúpida y lo hice para impresionar a mis amigas. El arresto fue lo peor que me pasó en la vida. Pero la cuestión de todo esto es que me condenaron a cumplir trescientas horas de servicios comunitarios. Por esa razón estoy en Lavender House.
Nathan cerró los ojos pero no dijo nada. El silencio se prolongó. Jean sentía que un hierro caliente le envolvía el corazón y lo oprimía sin piedad. Por fin, ya no pudo tolerarlo más.
― Pero me alegro de que me hayan mandado allí. De esa manera pude conocerte y hacer algo que valga la pena…
― Olvida el melodrama, ¿quieres? ― Sus palabras cortaron el aire como una fría navaja de acero ― si he oído bien, has estado mintiéndome durante semanas, ¿cierto?
― No te mentí ― protestó ― simplemente, no quería arriesgarme a contarte la verdad. Al menos hasta que nos conociéramos mejor, hasta que pudieras conocerme de verdad.
Él bufó con desdén.
― Oh, ahora si empiezo a conocerte. No eres más que otra de esas niñitas ricas divirtiéndose en los barrios bajos de la cuidad. La única diferencia es que no fuiste ti quien tomó la decisión de venir a visitarnos todos los días sino que te obligaron a hacerlo.
Lo miró con el corazón destrozado. El rostro de Nathan revelaba una ira incontenible. Sus ojos lanzaban llamas, la boca era una línea dura y chata. Estaba apoyado contra la puerta del auto, como si acercarse a ella lo hubiera contaminado.
― ¿Cómo puedes decir eso? ¿En qué me equivoqué tanto? Cometí un error. Me arrestaron por mechera. Por eso no soy una persona despreciable. Y tampoco fui a divertirme allí. Me alegro de que me hayan destinado a Lavender House.
― No es porque hayas robado en una tienda ― refunfuñó ― ¡Lo que me molesta es que te hayas esperado casi un mes para contarme la verdad! Me imagino que te habrás divertido a costa mía. Cada vez que abría la boca, debes de haberte reído como loca. ¿Por qué no me paraste? Me has hecho quedar como un tonto. Dejaste que me llenara la boca hablando de tu nobleza y dedicación.
― Pero...