Nathan la atrajo hacia sí y le rozó la boca con la suya. El corazón de Jean parecía estar por estallar, su presión sanguínea había alcanzado el límite máximo. Él se echó hacia atrás, la miró a los ojos y luego profundizó el beso. Un momento después la soltó y le abrió la puerta.
― Vamos ― le ordenó, sacándola del auto casi a la rastra ―. Sube a tu auto. ¿Prefieres que te siga hasta tu casa?
Jean que aun seguía mareada por el beso no podía pensar con rapidez.
― Eh… ― Quiso negarse, pero luego cambió de opinión ― Sí, me gustaría.
Durante las dos semanas siguientes, tuvo la sensación de ir caminando sobre una cuerda floja. Continuo viendo a Nathan tan a menudo como pudo, y de alguna manera se las arregló para convencerlo de que no se sentía avergonzada de él ni sus orígenes. Tarea peligrosa, pensó, mientras miraba por la ventana del bar.
El Santa Ana había dejado de soplar hacía bastante ya, llevándose consigo los últimos días de verano. Caía una lluvia helada y copiosa, que salpicaba los paneles de vidrio y salpicaba las calles.
― ¿Quieres otras Coca? ― preguntó él.
― No. Tengo que ir al hogar. ― Empezó a cargar su mochila.
― Jean, ¿Por qué no vienes en tú auto?
Se encogió de hombros. Había estado esperando que le hiciera esa pregunta durante mucho tiempo y, por lo tanto, tenía una respuesta preparada.
― Es más barato tomar el autobús. La nafta cuesta dinero.
― Cierto. A pesar de que el auto es de mi madre, yo pago mi parte de la nafta porque lo uso mucho. ¡Y vaya que consume ese desgraciado! ― Comentó ― ¿Están listos para mañana a la noche?
Jean asintió e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la ventana.
― Si. Espero que el tiempo nos acompañe. Me daría mucha rabia saber que la gente no viene a la exhibición sólo por la lluvia.
― No te preocupes. Habrá mucha gente ― la tranquilizó ― hasta mi madre asistirá.
Jean sonrió. Le gustaba el modo en que Nathan hablaba de su madre. Eileen le había dicho una vez que uno puede darse cuenta de lo que siente un hombre por las mujeres al ver como trata a su propia madre. Ojala la teoría fuera cierta.
― Mis padres también irán ― acotó, se volvió para sonreírle. ― Estoy ansiosa por presentártelos.
― Lo mismo digo ― dijo él en voz baja. Dejó de mirarla al ver que la puerta se abría y entraba un cliente, forcejeando con su paraguas. Jean decidió que era mejor irse.
Llegó al hogar echa sopa y agotada. Polly estaba en el escritorio de la recepción.
― Hola niña, ¿Cómo estas? Santo Dios, está lloviendo a mares allí afuera.
― Hola Polly. Ojala que mañana pare para la exhibición. ― Dejó su mochila y el paraguas en el suelo y comenzó a desabrocharse la chaqueta.― ¿Cuáles son mis actividades para hoy?
― Ninguna ― Polly rió ― Lo creas o no, todo está tan limpio que pudiéramos comer del piso si quisiéramos. La señota Thomas prohibió la entrada a la cocina, sin excepciones, porque está preparando algo especial para mañana, y la señora Drake está durmiendo una siesta arriba.
― ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo?
― Déjate la chaqueta puesta y sube ― la voz de Gabriel se oyó por la escalera.
Con suspicacia Jean alzó la mirada.
Polly volvió a reír.
― Oh, no te pongas paranoica. Sube de una vez fíjate qué quiere.
Jean bufó.
― Uf, la última vez que le hice caso me convenció de de que jugara una partida de póquer y perdí dos semanas de mi mensualidad.