― Y sólo ibas al hogar a cumplir tu condena ― meneó la cabeza ― No puedo creer que me hayan engañado otra vez. La historia de Gina se repite. Claro que en el caso de ella yo sólo fui una herramienta para enfrentar a sus padres. En tu caso ¿qué soy?
― Alguien por quien he perdido la razón ― gritó ― eso es lo que eres.
― Sí, claro ― se mofó. El sarcasmo brotaba de voz como un veneno. ― ¿Qué represento yo para ti Jean? ¿Una penitencia? ¿El chico pobre de los barrios humildes de la ciudad con el cual salías a modo de castigo por haber sido descubierta, o un poco de diversión para aliviar la carga de tener que cumplir una pena?
Entonces fue ella quien se enfureció. Se había equivocado al no contarle la verdad desde un principio, pero ahora estaba enmendándolo. Nathan exageraba más de lo razonable.
― Salí contigo porque me gustas. Lo único que eres para mi es una persona. Alguien que me interesa de verdad, pero que está demostrando, y con creces, que todavía sangra por la herida que le dejó su antigua novia.
Desabrochó su cinturón de seguridad y abrió la puerta. Se bajó del auto de inmediato y se volvió para mirarlo. Nathan tenía la vista fija al frente.
― Me gustas Nathan, y te pido disculpas por no haberte dicho la verdad desde un principio. Pero en ningún momento te usé ni me reí de ti y, mucho menos, salí contigo a modo de penitencia.
El no abrió la boca.
Con el corazón hecho añicos, cerró de un portazo y salió corriendo. No oyó el ruido del motor sino hasta que estuvo dentro de su casa.
Durmió poco y nada. Por momentos lloraba e insultaba y no dejó de dar vueltas casi hasta el amanecer, cuando por fin calló en un sueño inquieto. Por suerte no tuvo que enfrentar a sus padres. Habían ido a un club a jugar un torneo de bridge que duraría toda la jornada. Por lo tanto, pasó todo el día lloriqueando en su cama y esperando una llamada. Pero el teléfono permaneció mudo.
El lunes por la mañana le costó mucho fingir alegría frente a sus padres, pero, a pesar de la ruptura con Nathan ― hecho que ya daba por sentado como irreparable ―, no podía arriesgarse a que sus padres la notaran deprimida. Todavía existía el peligro de que quisieran sacarla del hogar. Se esforzó por tragarse el desayuno y hablar con entusiasmo de la exhibición.
― ¿Sabes? ― reflexionó su madre mientras se servía otra taz de café ― estoy pensando que tengo que trabajar menos horas.
― Buena idea ― coincidió su esposo ― Sería muy positivo para nosotros que pasaras más tiempo en casa.
― En realidad ― sonrió con picardía ― tengo la esperanza de que tú hagas lo mismo. De ese modo podríamos trabajar como voluntarios.
― ¿Juntos? ― Si bien la sugerencia lo sorprendió no pareció en absoluto molesto. ― Es una posibilidad. De un tiempo a esta parte yo también quería reducir mis horarios. El trabajo no me ha dado tantas satisfacciones como esperaba. Quizás debamos tenerlo en cuenta.
― Bien ― Eileen sonrió con calidez a su hija, obligándola a corresponderle el gesto, aunque en realidad, ella tenía el corazón destrozado ― Jean parece haber madurado después de esta experiencia, y cuando oí a Polly hablando de lo feliz que era por dedicar su tiempo a... ― se interrumpió avergonzada.
A pesar de su angustia, Jean se sintió emocionada.
― Sé a qué te refieres mamá ― dijo. Extendió la mano y palmeó la de su madre con afecto.
― Sé que esto puede parecer cursi ― agregó Eileen, encogiéndose de hombros ― pero anoche me di cuenta de las necesidades que hay en el mundo y de lo poco que hacemos nosotros para ayudar.
― Colaboramos con la caridad ― señaló Gerald.