― ALS. El mal de Lou Gehring. Vino a vivir a este sitio cuando su esposa falleció porque no tenía a nadie que cuidara de él. ― Se detuvo ante la última puerta del largo corredor, golpeó y empujó para entrar.
Jean la siguió. La habitación era muy luminosa y estaba empapelada con diseños floreados en verde y amarillo. Había cortinas brillosas en la ventana abierta y una pantalla grande de televisión. Un hombre delgado, de cabello oscuro y anteojos, estaba sentado en una silla de ruedas, junto a una cama reclinable de hospital.
― Hola, Jake ― lo saludó Polly con alegría ― ¿Cómo estás hoy?
― Bien ― sus palabras se oyeron tan apagadas, que sonó como un ―Bnnn‖. Desvió la mirada aun sin torcer el cuerpo, para poder ver a Jean.
― Ella es Jean McNab ― la presentó Polly ― Otra voluntaria.
― Hola ― Jean sintió mucha pena por él, pero trató de no demostrarlo. Por suerte, tras las presentaciones del caso, se marcharon de la sala. Lo peor es que no se le ocurría ni media palabra que decirle.
Polly le hizo conocer a tres pacientes más: dos con cáncer y uno con sida. Jean trató de no pensar en el motivo de la internación ni en la razón por la cual sus familias no podían cuidar de ellos. No quería tener que conjeturar respuestas. Era demasiado deprimente. Sin embargo, para su asombro, toda la gente que conoció se mostró sonriente y alegre. Jamie Brubaker, el paciente con cáncer, estaba por ir al cine.
― Ahora te presentaré a Gabriel ― Anunció Polly ― mientras la conducía a una habitación separada, situada junto a una pequeña escalera al final de pasillo. ― Tal vez le venga bien un poco de compañía en estos momentos.
La sala se parecía bastante a las demás, con excepción de que tenía más ventanas. Un muchacho de pelo oscuro estaba recostado en la cama, leyendo una revista. Levantó la vista cuando las oyó entrar.
― Hola, Polly, ¿cómo estás?
Polly rió.
― Como siempre. Te traje a una de nuestras flamantes voluntarias. Jean McNab. Gabriel Mendoza.
― Hola ― la saludó él a secas.
― Hola ― Respondió ella. Lo notó delgado en extremo. Llevaba unos pantalones de corderoy muy gruesos y una abrigada camisa de lana. El cabello era negro como azabache: su piel de un cálido color miel, y sus ojos de terciopelo, dulce como el chocolate. Sin embargo, no fue el peculiar tono intenso de los ojos lo que le llamó la atención sino el modo en que la miró. Por una décima de segundo, tuvo la sensación de que aquella mirada era capaz de penetrarle el alma. Tuvo que esforzarse por quebrar el contacto visual.
― Los dejaré solos para que se conozcan ― dijo Polly —. Podrían jugar a las cartas, o hacer alguna otra cosa. Gabriel, sé amable. No querrás espantar al personal, ¿verdad?
—Yo sólo espanto a las moscas — contestó el aludido, sin apartar la mirada de la muchacha ni por un instante.
Ella sintió pánico. No quería quedarse a solas con Gabriel. Y no sabía por qué. Pero Polly ya se había ido.
Él seguía mirándola fijo.
— ¿A qué colegio vas? —preguntó por fin.
— Landsdale High. ¿Y tú? — Habría deseado morderse la lengua. Por lo frágil de su aspecto, era obvio que no podía ir a ninguna parte. — Oh… lo siento.
Fue una pregunta estúpida.
— Iba Tufts — contestó —. Pero me parece que eso fue hace siglos. Me recibí el año pasado. ¿Cómo es que te ofreciste de voluntaria en un lugar como éste?
Jean se movió con nerviosismo. Por alguna razón, sintió vergüenza de confesar que en realidad no era una ―voluntaria.
— Bueno, sentí necesidad de hacer algo para ayudar. — Miró el cuarto, pues no deseaba que sus miradas volvieron a encontrarse. Había estantes con libros debajo de las ventanas. Un libro de tapas plateadas le llamó la atención. — ¿Ése es el libro de Harry Harrison? — le preguntó, señalando el estante más alto.
— Sí, es uno de la serie ―Edén. ¿Te gusta leer ciencia ficción?