El chico apoyó su pincel y se retiró hacia atrás. Se puso de pie y se desperezó. Jean hizo una mueca. Estaba tan delgado que podía contarle las costillas sin necesidad de que se quitara la camiseta.
— ¿Te gustó el libro? — le preguntó, acercándose a la cama.
Pero no logró engañarla ni por un instante. Era obvio que estaba agotado y que trataba por todos los medios de que no se le notara. ¡Hombres! Machistas hasta las últimas consecuencias. — Me encantó. Wyndham es un autor excelente. Mejor que Asimov.
Fue como flamear una bandera colorada frente a un toro. Gabriel se lanzó a defender a su autor predilecto con una profunda pasión. Así comenzó el debate.
— Además — insistió él, más de media hora después — Asimov es el responsable del concepto de cerebro positrónico, un concepto — debo agregar — que han robado todas las películas y espectáculos televisivos con robots. Con sólo ver a Data, de Viaje a las Estrellas...
— Data es un androide — corrigió Jean —, no un robot.
— Detalles, detalles, androide o robot, sigue siendo el cconcepto de Asimov. — Hizo una pausa. — Oye, ¿te gustaría ver arte de ciencia ficción? — Por supuesto — aceptó.
A decir verdad, no sabía a qué se refería, pero ni muerta se lo iba a preguntar.
Hizo un gesto con la cabeza, señalando el armario.
— Tendrás que ir a buscarlo. Saca el sobre grande que está en el estante de arriba.
Le obedeció por pura curiosidad. El sobre era, en realidad, una de esas cajas gigantes que se usan para mandar encomiendas. Cuando se la entregó, observó que estaba muy pálido.
— ¿Estás seguro de que quieres mostrarme esto ahora? Si estás cansado, puedo volver mañana.
— Me siento bien — respondió con brusquedad, pero Jean supo que mentía. Abrió la solapa con esfuerzo y luego extrajo una pila de dibujos. Se los pasó a Jean y dijo: — Llévalos al escritorio y apóyalos para poder verlos planos.
La chica quedó asombrada. El primer dibujo era un paisaje de otro mundo o, quizá, de otra dimensión. Unos cristales, dibujados a la perfección y con gran detalle, nacían de suelo extraterrestre. Seres humanoides de luces y sombras caminaban entre joyas resplandecientes. Entusiasmada, dio vuelta el dibujo y siguió con el próximo. Eran excelentes. Hermosos, exóticos y de otro planeta. Se volvió de inmediato, para agradecerle que hubiera tenido la gentileza de compartir esas obras con ella.
Gabriel dormía profundamente.
Jean apiló los dibujos con prolijidad y salió de la habitación en puntas de pie. Cuando cerró la puerta, le echó un último vistazo. Se sentía culpable. No debía haberse quedado tanto tiempo de visita. No tenía que olvidar la gravedad de su mal.
En eso se topó con la señora Drake.
— Oh, hola. Justo bajaba para empezar con las bandejas de la cena.
— No hay prisa — respondió la mujer —. ¿Fuiste a visitar a Gabriel?
— Sí, estaba mostrándome sus obras de arte. — Advirtió que la directora llevaba en la mano el folleto a medio terminar. — Pero luego se quedó dormido.
— Entonces no lo molestaré — dijo la señora Drake. Comenzó a volverse, pero de inmediato se arrepintió y miró a Jean a los ojos. Has estado acompañando a Gaby en varias oportunidades, ¿verdad?
— Sí — contestó ella, confundida por la pregunta —. ¿No es correcto? Me refiero a si ésa no es una de las tareas que debo desarrollar en la institución.
— No te preocupes, por supuesto que es correcto. Me alegra que Gaby pase su tiempo con gente joven. En estos momentos necesita una amiga.
Jean vaciló.
— ¿Ninguno de sus amigos viene a visitarlo? — En realidad no era un asunto suyo, pero la curiosidad la estaba matando.
La señora Drake frunció los labios y meneó la cabeza.
— Como no pueden manejar la situación, han optado por poner distancia. Alguna que otra vez recibe una carta o una tarjeta de sus viejos amigos, pero eso es todo.
— Es tremendo — comentó la chica.
— A decir verdad, no — dijo la directora —. La muerte asusta a la mayoría. Y Gabriel se está muriendo. Ni siquiera su novia viene a verlo.
— ¿Novia? — Jean experimentó una sensación rara en la boca del estomago. — No sabía que la tuviera.
— Ya no la tiene. — Suspiró. — Pero la tenía cuando llegó aquí. Pobre Gaby, estaba loco por ella. Cuando empezó su cuesta abajo, la muchacha dejó de venir.
— ¿Cómo se llamaba? — Sabía que se estaba comportando como una chismosa.