Capitulo 4 [Parte 2/7]

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Jean no quería que la creyera rara. Tal vez había tenido que decirle la verdad. Pero justo en ese momento él le dirigió una sonrisa de admiración y decidió no dejarse llevar por sus emociones. Aunque nadie la había mirado así en toda su vida, esos ojos no lograrían arrancarle la verdad. 

— Bueno, parece una idea un poco loca, pero buena. Tienes razón — concedió Nathan —. Los compromisos son importantes. 

— Tú trabajas seis días por semana — señaló ella, sintiéndose incómoda de repente —. Es mucho más duro que hacer de voluntaria. 

— Sólo porque no tengo más remedio — confesó —. En casa necesitamos mi sueldo. — Se interrumpió y se alejó. Por un momento la muchacha lo creyó avergonzado, pero cuando él se volvió, notó que tenía un lienzo mojado en la mano. Sin mirarla, comenzó a limpiar una mancha que no existía en la barra. — Este… ¿y qué opina tu novio de que trabajes como voluntaria?

— Oh, por ahora no salgo con nadie — dijo ella, tratando de no sonreír. Su forma de indagar no fue exactamente sutil, pero efectivo al fin. — ¿Qué opina tu novia de tu horario? 

— Yo tampoco estoy saliendo con nadie. Rompí con mi ex novia el pasado junio — explicó y levantó la vista para mirarla a los ojos —. No quisiera que me tomaras por un descarado, pero la verdad es que me gustas. Eres bonita, inteligente y muy estudiosa. Pero por sobre todas las cosas, admiro la clase de persona que eres. Es difícil encontrar a una chica que decida invertir su tiempo libre ayudando en un hogar para enfermos terminales. 

— Bueno, no es tan sacrificado. 

-Sí que lo es — insistió Nathan. Hizo una pausa e inspiró profundamente. — Me gustaría invitarte a salir, pero no tengo mucho tiempo libre y tampoco auto. 

Asombrada por su honestidad, lo contempló. Gustaba de ella. Gustaba de verdad. 

Yo también quisiera salir contigo — confesó —. Y como habrás notado, al igual que tu tengo muchas ocupaciones. 

Una sonrisa perezosa iluminó el rostro del muchacho. 
— Ya se nos ocurrirá algo. Tenemos los domingos libres. 

―Y yo tengo las salidas prohibidas, pensó Jean. Buscó con desesperación el modo de escapar de esa situación. ¿Por qué no le habría dicho la verdad desde un principio? Obvio: porque él no la habría considerado tan santa. ¡Pero ahora estaba a punto de invitarla a salir el domingo! Tendría que inventar alguna excusa. 

— Tal vez esto te parezca extraño — continuó Nathan, imperturbable por el silencio de la chica —, pero podríamos ir juntos a la biblioteca. Sé que no es el programa más divertido… 

— Está bien — aceptó ella de inmediato. La biblioteca. Gracias a Dios, Nathan acababa de escoger el único sitio que sus padres no le habían vedado. — Seguramente tendrás que estudiar. 

—Tengo un examen cuatrimestral pendiente — explicó —. Pero en un par de horas me alcanzarán para hacer la investigación. Después podríamos ir a cenar juntos. 

— Estupendo. El lunes yo tengo que entregar un resumen sobre un libro. Puedo escribirlo mientras tú te dedicas a la investigación. Decidió que se preocuparía por la supuesta cena en otro momento. Por ahora, solo quería asegurarse de poder concertar la cita con él. 

— Como ya te dije, no tengo auto pero puedo pasar a buscarte para que tomemos el autobús juntos. 

— No, no te molestes. Mejor nos encontramos en la biblioteca. Será más fácil para ambos. 

Entró un cliente y se sentó en el extremo de la barra. Nathan asintió con la cabeza y comenzó a alejarse de ella. 

— ¿A la una en punto te parece bien? — preguntó. 

— Perfecto. 

Ese cliente fue el primero de la multitud que entró después. Jean no tuvo otra ocasión de charlar con él y luego se marchó. Le sonrió y lo saludó con la mano mientras él llevaba una bandeja cargada hacia uno de los sectores reservados. Como no pudo saludarla con la mano, le dirigió una sonrisa cálida que le llegó hasta el alma.

No me olvides. sinopsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora