El chico no volvió a dirigirle la palabra. Sin embargo, Jean advirtió que no dejaba de observarla cada vez que creía que ella no lo miraba. Fingió estar fascinada con su texto de Física.
Quince minutos después, pagó su cuenta y se marchó. El grupo de muchachotes que se había reunido frente a Lavender House ya no estaba allí, pero de todas maneras Jean se apresuró a entrar. En ese barrio, lo mejor era no quedarse en la calle.
No bien cruzó la puerta, la señora Drake la hizo subir.
― Hoy te presentaré a los pacientes ― le dijo.
Jean disminuyó la velocidad.
― A veces hacemos cosas por ellos ― Continuó la mujer. Si en algún momento notó la vacilación de Jean, supo disimular. Cuando llegaron al descanso, se detuvo y esperó.
― ¿Qué clase de cosas? ― preguntó la chica, con tono aprensivo.
―Oh, Dios ― pensó ― no soy enfermera. No pretenderán que aplique inyecciones o ponga catéteres, ¿no?
Pero no le habría llamado la atención un pedido semejante: hasta el momento no había visto pasar a nadie que remotamente se pareciera a un médico o una enfermera.
La directora sonrió de mala gana.
― No te preocupes. No te pediremos que practiques una cirugía cerebral. A ciertos pacientes les gusta leer, y a otros, salir a dar un paseo, pero necesitan un poco de ayuda para hacerlo. Algunos, simplemente prefieren compañía. Es parte del trabajo de una voluntaria. Hacer un poco de todo. Una vez que hayas conocido a todos, podrás preparar las bandejas para la cena.
― Oh ― comentó Jean, y se encogió de hombros ― de eso sí que puedo encargarme.
― Bien ― dijo la señora Drake ― Y antes de que me olvide, recuérdame que te presente a la señora Meeker. Es la enfermera que está de turno hoy. Se encara de suministrar los calmantes y las medicinas y hacer que nuestros paciente se sientan lo mejor posible.
Jean asintió con la cabeza y luego miró por detrás de ella al oír un taconeo que subía por las escaleras. Una mujer de mediana edad, bastante robusta, con su negra cabellera convertida en una montaña, subía en dirección a ellas. Llevaba un traje de pantalón y chaqueta verde, muy ajustado, que ceñía con un cinturón color cereza, aros largos de piedras falsas y unos zapatos claros, de plástico, ajustados con una cinta elastizada al talón; los tacos tendrían unos ocho centímetros de altura como mínimo.
― Polly ― la llamó la directora ―, te presento a Jean McNab, la chica de quien te hablé. Jean, ella es Polly Dickson, la mejor de nuestras voluntarias.
― Es un placer conocerte ― dijo la mujer, mientras le tendía la mano.
― Gracias ― contestó Jean. Tuvo que contener el impulso de no quedarse mirando el brillo dorado que decoraba las largas uñas granate de Polly ― Para mí también es un gusto.
― Tengo que ir a una reunión ― agregó la señora Drake ― Polly te pondrá al tanto de todo. ― Bajó las escaleras a prisa.
― ¿Ya conociste a algún paciente? ― preguntó la voluntaria.
― No hasta ahora aprendí donde están todas las cosas y a preparar las bandejas con la cena.
― De acuerdo ― Con una sonrisa la tomó del brazo ― Vamos, empezaremos con el señor Kenworthy. Es muy amable. ― Avanzaron por el pasillo.
De pronto, Jean sintió miedo. ¿Qué se le dice a alguien que se está muriendo? ¿Cómo ha que actuar? ¿Había que fingir que nada pasaba?
― ¿Que es lo que… eh… tiene?