— Por dios, Jean, no sé que decir. Reconozco que actué como un idiota, pero estaba aterrado. Esa noche pensé que me echarías de tu lado de un puntapié, y en cambio recibí un puñetazo en la boca del estomago. Pensaba que eras tan… tan buena, que te había colocado en un pedestal. Si hasta adoraba el suelo que pisabas. Te creía una versión adolescente de la Madre Teresa y de pronto me dices que no eres ninguna santa, que estás cumpliendo una condena. ¿Cómo te habrías sentido tú en mi lugar?
— Pésimo — concedió —. Pero prefiero pensar que por lo menos habría intentado comprender. Prefiero creer que te habría dado una segunda oportunidad. Entiendo por qué rompiste conmigo esa noche. Pero pasaron dos semanas y no fuiste capaz de llamar ni una sola vez, Nathan. ¿Si no me hubieras visto por casualidad hoy, te habrías vuelto a acercar a mí?
—Te llamé esta mañana, pero corté al oír tu voz — masculló —. Y tampoco te vi por casualidad. Mientras trabajaba, miraba hacia afuera, esperando que llegara el autobús. Te vi bajar. Y cuando empezó a llover, se me ocurrió aparentar una casualidad y que al llevarte estaría cumpliendo mi obra caritativa del día. — Se rió. — Supongo que yo tampoco soy un santo.
— Ninguno de los dos lo es — afirmo la muchacha —. Simplemente, somos seres humanos.
— ¿Quieres decir que no quieres volver a intentarlo?
— No. — Meneo la cabeza. — Me gustaría que empezáramos de nuevo y ver que pasa.
Nathan relajo los hombros y esbozo una sonrisa.
— ¿Aunque yo sea una idiota dictador e intolerable, que no tiene compresión ni piedad?
— Eso no es verdad — dijo ella —. No eres un idiota y tenías tus buenos motivos para enfurecerte. Pero la próxima vez que nos peleemos, no seas tan impulsivo para juzgarme. Y tampoco esperes dos semanas para llamarme.
— Han sido las dos semanas más largas de mi vida — admitió él —. Te eche mucho de menos.
— ¿Saliste con alguna otra chica? —pregunto, al recordar lo que Jennifer le había contado.
Nathan apoyo las manos sobre sus hombros y la atrajo hacia sí.
— Mi vida social de estos últimos días se limito a ver unas reposiciones de Viaje a las Estrellas y una ardiente cita con mi prima, en la que compartimos una cena y una película.
— ¿Tu prima? — Se relajo contra su cuerpo.
— Ajá. — Se inclinó y rozo los labios de Jean con los suyos. — ¿Y tú? — murmuro —. Espera… Te advierto que, si te enamoraste de otro, me moriré de pena.