― Nos quedaremos cortos con la comida ― se quejó Jean.
― Claro que no ― se opuso Gabriel ― Simplemente diles a los del coro de la Iglesia Bautista que les queda terminantemente prohibido comer hasta que no hayan terminado de cantar la última estrofa de Amazing Grace.
― No me resulta gracioso, Gabriel ― rezongó la señora Thomas desde la otra punta de la cocina ― Si no alcanza la comida, la gente se pondrá fastidiosa y cuando uno está nervioso, no tiene ganas de firmar cheques.
― Será mejor que salga a la arena ― dijo Jean
Tragó saliva e inspiró hondo. Sus padres estaban por llegar de un momento a otro. También Nathan y su madre, ella aún no había decidido que hacer.
― ¿Vas a decirle la verdad? ― preguntó Gabriel con toda tranquilidad.
Ella meneó la cabeza y le dio un empujón para pasar.
― No lo sé.
Gabriel no le perdía pisada mientras ella esquivaba pequeños grupos de personas que le obstaculizaban el camino a la mesa del comedor.
― La honestidad es la mejor política ― insistió.
― Déjame en paz ― gruñó la chica entre dientes.
Luego disimuló una sonrisa al ver a Polly. Su amiga no había mezquinado vestuario para esa noche. Llevaba un ajustado vestido de satén azul con cuello volcado y mangas largas, acompañado de zapatos de satén al tono con tacones de diez centímetros, una colosal masa de rizos y el par de pendientes de fantasía mas largos que Jean hubiera visto en su vida completaban el atuendo . En comparación, el vestido de satén rojo que ella había elegido para la velada parecía insulso.
― Oigan, ustedes dos, ¿se divierten? Polly tomó el brazo de Gabriel lo atrajo hacia si y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
Jean los observó. Gabriel tenía un buen aspecto esa noche. Llevaba una chaqueta de corderoy negro con pantalones de la misma tela y una camisa de vestir de mangas largas blanca, sin corbata. Si no se lo observaba en detalle, la ropa disimulaba con éxito la delgadez de su cuerpo. Tenía un buen color y una mirada pura y brillante. Sin embargo, Jean se propuso vigilarlo de cerca. No quería que se fatigara.
― No puedo creer que haya venido tanta gente.
Polly se rió.
― Este año hemos tenido mucha suerte. Ojalá toda esta multitud sea generosa y no haya venido aquí solo para comer.
― Hablando de Roma ― intervino Jean ― será mejor que circule. ― Recogió una bandeja con comida plasmó sobre su rostro la mejor sonrisa que fue capaz, y se dirigió hacia los invitados.
Mientras atendía a unos y a otros, no dejaba de mirar la puerta de entrada. La señora Thomas, Polly y la señora Drake se deshacían en atenciones con todo el mundo, todos tenían que pasarla muy bien. Las puertas ventana que daban al patio estaban abiertas, para evitar que el ambiente se pusiera pesado con tanta gente. Una música suave acompañaba los murmullos de las voces y las risas.
― Oye, Princesa ― Gabriel apareció a su lado, como surgido de la nada ― Tu novio acaba de entrar.
― Oh, no ― Jean se volvió de inmediato y vio a Nathan con una mujer de mediana edad y cabellos oscuros, parados en la recepción, conversando con la señora Drake. Nathan la buscó con la mirada hasta encontrarla. Le sonrió y la saludó con la mano.
Después, tomó el brazo de su madre y la condujo al otro lado de la sala.
― Hola, Jean. Te presento a mi madre, Susan Lourie.
― Me alegro de conocerte, querida ― dijo la señora Lourie con una tierna sonrisa ― Nathan me habló mucho de ti. Me parece maravilloso que dediques tantas horas de tu tiempo libre trabajando en este lugar como voluntaria.
― Es un placer conocerla ― respondió Jean. Tenía el estómago hecho un nodo. ¡Lo único que le faltaba! Ahora la madre de Nathan también la creía una santa.