14 de octubre
Querido Diario:
Estoy excitada como una alumna de primer año en su primer día de clase. Esta noche tendrá lugar la exhibición del hogar, y si a mis padres no les gusta lo que ven, me sacarán de allí más rápido de lo que canta un gallo. No dejo de cruzar los dedos y de rogar para que todo salga bien. No sé qué hacer con Nathan. Gabriel me dio un sermón sobre eso de que la honestidad es la mejor política, pero tampoco es él quien tendrá que pagar los platos rotos si algo sale mal. Nathan ya ha sufrido bastante la falta de honestidad y por el hecho de que lo hayan usado. De acuerdo, lo admito. Tal vez yo soy un poco superficial. Pero sólo un poco. Quiero decir que me gusta en serio esto de los servicios comunitarios, que estoy loca por Nathan, y que no soy una benefactora con el corazón destrozado, temerosa de ensuciarse las manos.
De todos modos me sentí bastante mal anoche, cuando llegué a casa. Primero, me puse a llorar sin consuelo por su enfermedad, y apenas un segundo después, lo usé de paño de lágrimas contándole todos mis problemas ¿En qué posición me ha dejado esa actitud?
Jean suspiró cuando releyó lo que había escrito esa mañana en su diario. Tal vez si no hacía nada, si se quedaba callada, todo saliera bien. Guardó el diario y, mientras tanto, pensó que tenía muy buenas probabilidades de que nadie abriera la boca frente a Nathan en cuanto a los verdaderos motivos por los que ella estaba trabajando en el hogar.
― ¿Han entendido, todas? ― preguntó la señora Drake al grupo de voluntarias ― Si notan que alguno de los pacientes se pone nervioso o se cansa, avisen a la señora Meeker o ayúdenlos ustedes mismas a subir a sus respectivos cuartos. Tanto Jamie como el señor Slocum se sienten muy mal. Nunca bajan.
― ¿Está bien que la gente suba? ― preguntó Polly.
― Pueden subir y visitar las salas comunes, pero las habitaciones privadas de cada paciente quedan excluidas, salvo que algunos de ellos haya invitado a alguien a entrar. No violaremos la privacidad de nadie sólo porque hayamos organizado esta exhibición.
― ¿Qué hacemos si alguien quiere hacer una donación? ― preguntó Jean. Tenía la esperanza de que sus padres sacaran su chequera aunque lo consideraba una utopía.
La señora Drake sonrió.
― Les ofrecen un bolígrafo y les comentan que el cheque podrá deducirse de sus impuestos. Vamos, no estén tan tristes. Se supone que esto será divertido.
Pero ya había transcurrido una hora y la diversión no llegaba para Jean. El hogar se estaba colmando de gente. Dejo una bandeja con queso y galletas de agua, miró a su alrededor para ver si sus padres o Nathan habían llegado, y luego volvió a entrar en la cocina. La pobre señora Thomas estaba enloquecida. La comida se consumía mucho más rápido de lo que tarde el agua en escurrirse por una rejilla.
― ¿Cree que alcanzará? ― preguntó Jean con ansiedad, mirando las bandejas listas para llevar al comedor.
― Tendría que alcanzar ― respondió la señora Thomas, aunque se la veía dubitativa. Alzó la vista al ver a Gabriel que se asomaba.
Buscaba a Jean.
― Vamos, Princesa, mueve tu trasero. Tenemos el salón lleno de gente hambrienta allí afuera.
― Me muevo lo más rápido posible ― se defendió Jean y recogió una bandeja con troncos de apio rellenos. Se acercó a toda prisa a él ― ¿Cuántos más han aparecido?
― Bueno, están todas las voluntarias y la mayoría de sus amigos y parientes. También acaba de llegar un grupo de gente de la municipalidad, no olvides que este año habrá elecciones. Y también la mitad de los colados que suelen parar frente a la licorería.
Sonrió al ver la cara de espanto de Jean. No te asustes nena. Son buena gente.