La última bandeja fue para Gabriel. Jean detestaba tener que volver a su cuarto, pero no le quedaba otro remedio. Él se daría cuenta de que lo habrían dejado sin cena. Tomó la bandeja del carro y llamó a la puerta.
― Pasa ― le dijo él.
Estaba en la cama, con la cabecera levantada para poder apoyar la espalda. Jean le llevó la bandeja, la apoyó sobre la mesa rodante y luego la colocó frente a él.
Gabriel retiró la cubierta de su plato.
― Spaghetti. ― Chasqueó los labios y desenrolló los cubiertos de la servilleta en la que Jean los había envuelto con tanta meticulosidad. ― Nadie hace los spaghetti como la señora Thomas. Es una especialista en arte culinario.
― Es buena ― coincidió ella.
― ¿Comiste alguno de sus platos?
― Los probé un par de veces. Pero no hace falta comerlo para darte cuenta de que es excelente. Con sólo percibir el aroma, se te hace agua a boca. ― Jean se dio cuenta de que tenía hambre. Lástima que no hubiera pasta para ella. Y no porque la señora Thomas le hubiera mezquinado una porción, sino porque no tenía tiempo. No podía darse el lujo de perder el autobús que la llevaría de regreso a casa. Se dirigió a la puerta y fue entonces cuando vio en los estantes de Gabriel el libro que había visto el día anterior.
― ¿Me lo prestas?
Gabriel alzó la vista, con la boca llena. Notó que señalaba el libro de bolsillo, apresuró a tragar la comida y asintió con la cabeza.
― Me pareció oír que ya lo habías leído.
― Así es ― confirmó ella, y arrebató el libro del estante antes de que Gabriel se arrepintiera. Pero tengo que releerlo. Debo entregar un resumen el lunes y la biblioteca del colegio no lo tenía.
― Vaya que eres una chica de muchos recursos.
― ¿Y qué significa eso? ― Realmente, no sabía por qué siempre le daba lugar para que él la pusiera en esas situaciones.
― Exactamente lo que he dicho. Tú, que por supuesto eres la honestidad personificada, entregarás un resumen sobre un libro que ya has leído. Claro. De ese modo, te ahorrarás mucho tiempo ― deslizó con sarcasmo.
― ¿Y con eso, qué? ― ¡Por Dios, que idiota! ― No voy a comprar una versión resumida para hacer el trabajo. Ya lo he leído.
― De todas maneras, en mi opinión, eso es hacer trampa ― le dijo, mientras se introducía otro bocado.
― ¿Eres sordo o qué? No es hacer trampa. Yo ya leí el maldito libro ― vociferó ella.
― Es hacer trampa ― insistió él ―. El objeto de entregar un resumen sobre un libro es, justamente, tener que leerlo. Si tú te basas en uno que ya has leído, el objetivo queda sin cumplir.
Jean no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Quién era él? ¿El alumno ejemplar de la Asociación Nacional de Docentes?
― Señoras y señores, he aquí al Señor Perfecto ― retrucó Jean, usando uno de los clichés favoritos de su amiga Jeniffer. ― No pretenderás que crea que tú nunca lo hiciste.
― Por supuesto que lo hice ― dijo él ―. Hice trampas en algunos resúmenes de libros y en uno o dos exámenes. ¿Y sabes qué? Ahora estoy arrepentido. Es una de las pocas cosas que lamento.
El comentario la dejo helada.
― ¿Por qué?
― Porqué lo más fácil no siempre es lo mejor ― respondió con franqueza ― Aprendes a enfrentar las cosas duras de la vida cuando estás en una situación como la mía.