21 de Septiembre
Querido Diario:
Como no tuve tiempo de escribir esta mañana, decidí hacerlo ahora, mientras espero el autobús. Las cosas no están saliendo como planeé. Tengo que entregar ese famoso resumen el lunes y la biblioteca no tiene el libro que necesito. Todd me invitó a salir otra vez… A lo mejor, una de mis fantasías está por convertirse en realidad. ¿Se habrá vuelto loco por mí? Sin embargo, lo extraño de esta situación es que yo no estoy segura de querer salir con él. Anoche no pude dejar de pensar en Nathan, aunque no porque me parezca un buen mozo irresistible. Me siento rara en todo. Tampoco me puedo sacar de la cabeza a ese idiota y grosero de Gabriel. Y por si todo esto fuera poco, mis padres se han puesto tan pesados que no se dan cuenta de nada. Mamá ni siquiera reparó en que no probé bocado en el desayuno esta mañana. Si la situación se prolonga demasiado, moriré de inanición antes de que logre machacar en sus cabezotas que estoy terriblemente deprimida. ¿O debo decir que he caído en un pozo depresivo? Lo que fuera; mi plan se está yendo a pique. Tal vez deba mejorar mi actuación.
El chillido de unos frenos aerodinámicos avisó a Jean que había llegado el autobús. Guardó el diario en su mochila a las apuradas, se puso de pie y desenterró del bolsillo de sus jeans el cambio justo que tenía preparado para pagar su pasaje. Ése era otro tema que la fastidiaba: tener siempre a mano las monedas para el dichoso transporte.
En lugar de bajarse en la parada que quedaba en la puerta del Hogar, esperó la siguiente, ubicada frente al bar. Cruzó la calzada corriendo, empujó las pesadas puertas de vidrio y abrió. Se sentó en uno de los bancos y miró a su alrededor, buscando a Nathan.
El lugar estaba casi vacío. Algunos clientes ocupaban un par de reservados y también había un hombre inclinado sobre su periódico, al otro lado del mostrador.
Nathan entró por unas puertas vaivén que estaban detrás de la barra. Llevaba una pila de bandejas llenas de vasos. Jean no pudo contener el impulso de mirar el movimiento de los potentes músculos de sus brazos. Sólo esperaba no haberse puesto demasiado en evidencia. Pero le sobraba media hora y no había muchas formas de matar el tiempo en ese lugar.
Sacó su libro de francés, lo abrió y trató de concentrarse en la conjugación de los verbos. Imposible. Nathan la distraía demasiado. Con disimulo, lo espió de reojo mientras descargaba las bandejas sobre el mostrador de atrás. Cuando se volvió para acercarse a ella, Jean bajó la vista automáticamente