― Hola, querida. ¿Por qué llegaste tan tarde?
Jean abrió el fuego.
― Perdí el autobús. Tuve que ayudar a la señora Thomas con algunas cenas que se demoraron. Algunos pacientes son muy lentos, es decir, tardan mucho en comer. No puedo apurarlos. No sería justo. Están en una situación tan… penosa.
Eileen miró a su esposo y luego a Jean.
― De todas maneras, es importante que llegues a tiempo a casa ― señaló, tajante. Todavía tienes que hacer tu tarea. Date prisa y come.
Jean miró la fuente de pollo que estaba en el centro de la mesa. Se le hizo agua la boca. Las ventanas de su nariz aletearon ante el tentador aroma. En ese momento, los pretzels, uno de sus bocadillos favoritos, perdieron todo su atractivo para ella. Pero sólo Dios sabía cuánto deseaba no tener que volver más a ese lugar.
Segundo disparo.
― Hablando de tareas ― comenzó. Retiró la silla y se puso de pie. ― Será mejor que empiece ya. Mañana tengo prueba de francés.
― Pero no has probado bocado ― protestó la madre ―. Sé que la tarea es importante, pero también lo es tu salud.
Jean sintió el llamado de su conciencia, pero logró ignorarlo. Quería ― no, necesitaba ― conseguir la preocupación de sus padres.
― Mi salud es perfecta, créeme. Después de trabajar en Lavender House, esa idea se te graba muy bien en la cabeza. Simplemente, no tengo apetito.
― Sin embargo, tendrías que tener hambre ― contravino Eileen-. Esta mañana tampoco desayunaste y anoche apenas picaste algo de la cena. ― Entrecerró los ojos, pensativa. ― No estarás padeciendo uno de esos desórdenes de la alimentación, ¿verdad?
De modo que había estado atenta nomás, pensó Jean, triunfante.
― No soy anoréxica ― se defendió. Lo único que le faltaba era que sus padres también la fastidiaran por eso. ― Es sólo que no tengo mucho apetito.
― Tienes que comer algo ― recomendó su padre. Se lo veía preocupado.
Jean se encogió de hombros.
― Papá, estoy inapetente, tengo una pila de tarea para hacer y un cansancio que me mata. Quiero dormir un poco esta noche.
Por las miradas que intercambiaron sus padres, se dio cuenta de que por fin se estaba saliendo con la suya. En un día o dos más, los tendría en un puño.
Una vez que su padre tomara conciencia de los horrendos efectos que ese lugar estaba produciendo en su adorada hija, removería cielo y tierra para sacarla de allí.