Capitulo 4 [Parte 7/7]

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— Hola — la saludó, y se puso de pie del banco de piedra en el que estaba sentado. 

Llevaba unos jeans gastados, ajustados al cuerpo como una segunda piel, y una camisa azul arremangada. 

— Lamento haber llegado tarde — se disculpó — pero el autobús estaba demorado. 

— No tiene importancia. — Sonrió. — Yo acabo de llegar. ¿Quieres que entremos para empezar ya? 

Durante las siguientes dos horas, ambos fingieron concentrarse en sus respectivas tareas. Pero Jean advirtió que cada vez que levantaba la vista, él la miraba; ella también había cometido el mismo pecado, mirándolo de reojo siempre que pensaba que él no la veía. Por suerte, era buena para hacer resúmenes, pues la proximidad de Nathan había hecho estragos en su poder de concentración. 

— ¿Ya estás por terminar? — murmuró Nathan a su oído. 

Ella asintió, miró su reloj y vio que eran casi las tres y media. La biblioteca cerraba a las cinco. ¡Tendría prácticamente dos horas para estar con él antes de volver a casa! 

— ¿Quieres comer ahora — le preguntó Nathan al salir — o prefieres ir a dar un paseo antes? 

— ¿Por qué no vamos a la cafetería que está en la Quinta y Edinger? Tengo que volver a mi casa a las cinco y media. 

— Me parece bien. — Le tomó la mano. 

Mientras caminaban, charlaron con espontaneidad. Cuando llegaron al restaurante, Jean se convenció de que Nathan era el chico más maravilloso que había conocido en la vida. 

Ella pidió una hamburguesa y él un plato a base de pescado. — Como tantas hamburguesas en Henry´s, que ya me tienen harto — explicó con una sonrisa —. A veces sueño que me ahogo en un inmenso recipiente con aceite de cocina. 

Jean se echó a reír. 

— ¿Cuánto hace que trabajas allí? 

— Cuatro años. Empecé cuando estaba en segundo año. — Tomó su café. — Cuando murió papá, tuve que empezar a trabajar para mantener a mi madre. 

— Debe de haber sido muy difícil para ti. — Nunca había conocido a alguien de esa edad que se hubiera visto en la obligación de trabajar para mantenerse. — Quiero decir que, por tu trabajo, deben quedarte muy pocas horas para dedicar a la vida social. 

— Uno hace lo que tiene que hacer. Es cuestión de organizar los horarios — repuso Nathan — Digamos que se me cortaron todas las actividades extracurriculares, pero no puedo decir que me haya perdido mucho. He hecho muchos amigos en Henry´s. 

— ¿Allí conociste a tu novia? — La pregunta se escapo de sus labios antes de que pudiera detenerla. Se quiso morir cuando la oyó. 

— ¡No! Gina habría preferido que la enterraran viva antes de tener que comer en un antro grasiento como Henry´s. Sonrió. La conocí en la clase de inglés. Mantuvimos una relación bastante estable durante un año, hasta que se dio cuenta de que yo no era un chico de alcurnia a quien se le había ocurrido trabajar medio día para matar el tiempo.

Jean tomo una para frita. 

— ¿No le gustaba que trabajaras? 

— No solo mi trabajo le fastidiaba — contesto —, sino toda mi persona. Yo era el símbolo de su rebeldía contra los padres. En ese momento no lo supe, claro. Demonios. Yo creí que ellos aprobaban la relación que teníamos. Gina me decía que me admiraban por el hecho de que trabajaba para mantener a mi madre. Pero me mentía. Ellos no estaban de acuerdo conmigo ni con mis orígenes. Un día, Gina creció. Supero su etapa de rebeldía y también me dejo atrás a mí. 

— Lo lamento — murmuró Jean. 

— No lo lamentes. No estaba enamorado de ella. — Volvió a sonreír. — Más bien, me sentía muy atraído físicamente. Pero toda esta experiencia me ha enseñado algo importante sobre las relaciones. 

Jean se puso tensa. 

— ¿Qué? 

Nathan la miró directamente a los ojos. 

— Que lo que se construye sobre una mentira nunca dura.

No me olvides. sinopsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora