― Gabriel ― susurró ―, ¿te sientes bien?
― No ― admitió. No se volvió para mirarla. Por suerte. ― Nunca más volveré a sentirme bien.
― Sería mejor que te acostaras y descansaras. ― Parpadeó muy rápido para contener las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos.
― Todavía no ― afirmó con vehemencia, aunque no levantó el tono de voz ―. Esta puede ser la última vez. Quiero verlo todo, grabármelo en la mente para no olvidarlo jamás.
Jean sabía a que se refería. Se mordió el labio, se volvió y siguió mirando por la ventana. Una lágrima rodó por su mejilla. La dejó caer. Demonios. Gabriel pensaba que seria la última vez que vería llover. Trató de olvidarse de eso y tragó saliva. No permitiría que fuera testigo de su llanto, de lo mal que se sentía por él. No le gustaría su compasión.
― Oye, Princesa ― murmuró a su oído ―, no dejes que todo esto te afecte. No te traje aquí arriba para hacerte llorar. Solo necesitaba a alguien para compartir esta belleza. Nada más.
Con un ademán rápido, se secó otra lágrima.
― ¿Aunque ese alguien fuera yo? ― Trató de provocarlo para que le contestara algo grosero o gracioso, que la hiciera enojar o reír.
Pero Gabriel lo echó todo a perder.
Le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia si. Jean rompió en un llanto desconsolado y no habría podido detenerse aunque la hubieran amenazado de muerte con un revolver en la cabeza. Los sollozos que nacían en lo más profundo de su alma estallaban en el silencio de la sala. Gaby la hizo dar vuelta y la cobijó en su pecho. No trató de serenarla, ni tampoco murmuró trivialidades sin sentido sobre que todo saldría bien y esas cosas. Simplemente, la dejó llorar.
Por fin, la tormenta pasó. Muy avergonzada, Jean se apartó de él y se miró los zapatos.
― Lo siento ― masculló ―. No sé que me pasó.
Gabriel le tomó la mano.
― Bajemos a mi cuarto ― dijo ―. Creo que tenemos que hablar.
No agregó una sola palabra más hasta que no estuvieron en el santuario de su habitación, a puertas cerradas.
― Toma asiento, Princesa.
― Gaby, ― empezó ella ― mira, no fue mi intención actuar como una tonta allí arriba, pero… pero…
― Solo ahora lo asumes, ¿no?
Muda, asintió. Por fin lo asumía: Gabriel iba a morir. Ya no estaría allí para agraviarla, molestarla o debatir con ella, ni mostrarle cosas maravillosas en las que nunca había reparado. Y maldita sea, ¡cuánto lo echaría de menos!
― Si, supongo que si.
Le sonrió.
― Antes a mi me afectaba del mismo modo.
― ¿Antes?
― Claro. La primera vez que me dieron el diagnostico, no hacia mas que pensar que se trataba de una pesadilla, que un día despertaría y descubriría que todo estaba bien. ― Se acerco a ella y se sentó a su lado, en la cama. ― Pero las cosas no son así, Princesa. Y aunque no lo creas, una vez que lo aceptas te resulta una situación mucho más fácil de manejar.