27 de Octubre
Querido Diario:
La vida es trágica. Nathan no llamó. Creo que me odia. Tal vez Gabriel tenía razón: si me hubiera querido de verdad, me habría dado una oportunidad. Una parte de mí quiere llamarlo, pero tengo miedo. Me colgaría el teléfono. Supongo que me asusta enfrentarlo. Ya sé, ya sé. Estoy actuando como una idiota. Después de todo, sólo hemos salido unas pocas veces. Pero eso no importa. Todavía tengo la sensación de que hay un inmenso vacío en mi ser. Lo veía todos los días y hablaba por teléfono casi todas las noches. Lo echo mucho de menos. Y todavía sigo furiosa con Gabriel. Ojalá yo fuera una persona mejor, pero no lo soy. Aunque, si Gaby no me hubiera convencido de que le confesara toda la verdad, Nathan todavía seria mi novio. Lo curioso es que mis padres quedaron tan asombrados por las maravillas que todos hablaron de mí en la exhibición, que me han levantado la pena. Hasta me permiten usar el auto los fines de semana. Lástima que ya no tengo a dónde ir.
Jean cerró el diario y miró el teléfono silencioso. Por milésima vez tomó el auricular, dudó, y lo volvió a su sitio. ¿Qué sentido tenía? Nathan no quería hablar con ella.
Habían pasado dos semanas desde la ruptura. Las semanas más eternas y desgraciadas de toda su vida. No podía comer, no podía dormir, no lograba concentrarse en su tarea. En resumen, no podía hacer otra cosa que no fuera deprimirse y rogar para que sonara el maldito teléfono.
De pronto, sonó. Se quedó mirándolo como una estúpida durante un momento y luego se abalanzó hacia el aparato, con la esperanza de que fuera Nathan.
— Hola. — Se oyó el ―clic característico de cuando cortan la comunicación a propósito. — ¡Caramba! — protestó —. Seguro que era número equivocado.
Se levantó de la cama, se puso los zapatos y tomó su mochila. Tenía un examen de francés; de todas maneras, le importaba un rábano si lo aprobaba o no.
La escuela fue un plomo total. Las horas no pasaban nunca. Gracias a sus excelentes hábitos de estudio, con dar una simple lectura a las cosas logró que sus calificaciones no bajaran demasiado. Cuando sonó el timbre de salida, Jean entregó su hoja de examen y Salió del aula sin perder tiempo. Jennifer se encontró con ella en el pasillo.
— Hola — la saludó con una amplia sonrisa — ¿Dónde has estado últimamente?
— Donde siempre — respondió Jean —. Trabajando en el hogar y estudiando. ¿Y tú?
— Lo último que le faltaba era un interrogatorio de Jennifer. Otra curiosidad: pensar que un par de meses atrás habría hecho arder las líneas telefónicas contándole todos sus problemas a su amiga. Pero, por alguna razón, no lograba confiar en nadie lo sucedido con Nathan. Excepto a Gabriel, claro. Pero sólo porque él era el responsable de todo y bien se merecía aguantarla llorando y protestando.
Jennifer la acompaño por el pasillo, rumbo a los armarios.
— Oh, lo de siempre. Las prácticas en el campo de deportes y el colegio, Ah, también he estado saliendo con Todd, por supuesto.
— Qué bien. — Para ser honesta, le habría dado lo mismo que Jennifer saliera con Todd o con Freddy Krueger. Sonrió de mala gana al imaginar el cuadro. Pensándolo bien, habrían hecho buena pareja. Todd es un chico maravilloso.
— ¿Todavía sales con Nathan Lourie? — preguntó Jennifer, tratando de aparentar indiferencia.
Pero a Jean no la engañó ni un segundo. Sabía qué significaba ese tono.
— ¿Por qué lo preguntas?
Jennifer se encogió de hombros.
— Por saber, nada más. ¿Sabes qué casualidad? Estaba hablando con Ruby y al pasar le mencioné a Nathan. Resulta que le conoce. Comparten algunas clases en Landsdale JC.