Capitulo 8 [Parte 4/7]

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— No sé qué decir — murmuró, pero de pronto lo supo. Con gran asombro de su parte, descubrió en un segundo por qué Gabriel siempre había tenido sobre ella mucha más influencia que cualquier otra persona. 

— No digas nada — concedió él —. No tiene sentido. 

Claro que lo tenía, pensó Jean. Gabriel merecía saber la verdad. Ella se lo debía. 

— Claro que lo tiene — se opuso. Inspiró profundamente. — Estás en lo cierto. Sospeché que tuvieras segundas intenciones. Me preguntaba si no te habías enamorado de mí, porque la verdad es que me parece que yo también estoy un poco enamorada de ti. 

Gabriel se quedó petrificado. 

Si el tema en cuestión no hubiera sido los sentimientos del uno por el otro, Jean habría soltado una carcajada al verlo con la boca abierta. Aquellos sentimientos que la confundían, que la torturaban, que la mantenían despierta toda la noche tratando de determinar qué clase de persona era en realidad. 

— Pero eso es imposible… — continuó, vacilante. No estaba segura de lo que quería decir exactamente y de cuál era el mejor modo de expresarlo. — Porque, si Nathan me gusta de verdad, ¿cómo puedo tener estos sentimientos hacia ti? — Estaba tan confundida que se interrumpió. 

Gabriel inspiró hondo. 

— ¿Y quién demonios podría darte una respuesta? Nuestra situación es muy atípica. De hecho, jamás debimos habernos conocido. 

— Ni lo menciones — vociferó ella —. Nunca más repitas eso. No entiendo mis sentimientos hacia ti. Tienes la virtud de fastidiarme, entristecerme, alegrarme, hacerme sentir culpable; me manejas como quieres. No me importa. Vas a morir. Y sé que una parte de ti cree que no soy

más que una niña rica que juega a ser una santa, pero por favor, nunca jamás digas que te arrepientes de haberme conocido. 

— No me arrepiento — dijo Gabriel con suavidad —. Lo único que lamento es que no haya sido en otro momento, en otro lugar. Sólo lamento estar atrapado en un cuerpo que se está gastando mucho antes de lo debido. 

— Nunca se sabe — afirmó ella con pasión —. Todos los días ocurren milagros. Tú mismo lo has dicho. 

Gabriel le sonrió con tristeza. 

— Bueno, uno ha ocurrido: te conocí.

— ¿Pero en qué nos ha beneficiado? — Razonó ella con amargura —. No sé qué es lo que siento por ti. No sé qué es lo que siento por Nathan. Santo Dios, soy una ignorante. Sólo estoy segura de que estoy partida en dos. 

Gabriel extendió la mano y le tocó el hombro. 

— Nunca sabrás lo bien que me ha hecho conocerte — dijo —. Jamás tendré oportunidad de llevarte al cine, ni de invitarte a caminar por la playa, ni de hacerte el amor, pero todos los días agradezco a Dios haberte tenido en mi vida por un tiempo. Eso es un milagro, Jean. 

Jean se puso a llorar. 

— Oh, Dios — se lamentó —. ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo puedo sentir esto por ti si todavía siento algo por Nathan? No lo entiendo. 

— Oye — le dijo él y la abrazó —, no dejes que esto te afecte. Yo tampoco lo entiendo. ¿Pero cuál es la novedad? Además, ¿hay alguna ley que prohíba que una persona quiera a dos? ¿Quién ha decretado que las emociones vienen en lindos paquetitos envueltos para regalo que uno abre cuando se le antoja? 

— Pero no tiene sentido — insistió ella, enjugándose los ojos —. Yo te quiero, Gabriel. Sólo Dios sabe cuánto. Pero a él también. Entonces, ¿qué clase de persona soy? 

Cuando terminó su turno, llovía a cántaros. Le importó muy poco. Sabía que, si llamaba a su madre por teléfono, la vendría a buscar, pero prefería tomar el autobús. La confrontación con Gabriel podía haber servido para aclarar las cosas entre ellos, pero 

Jean se sentía como si hubiera pasado por una exprimidora. 

No me olvides. sinopsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora