— ¿Quedarme? — Preguntó el señor Brashire —. ¿Se refiere a que nos lo donaría?
— Precisamente. Pero el segundo no. Ese es mío.
— El hombre no podía creerlo.
— Es una gran gentileza de su parte, señorita McNab — la encomio –. Es usted muy generosa. ¿Podría permitirme al menos ver el que conservara usted?
— Por supuesto. Se lo mostrare. — Se puso de pie y se encamino hacia la puerta. — Pero no está en venta. A ningún precio.
Minutos después, regresó con su retrato. Con las mejillas arreboladas, lo colocó frente al señor Brashire y lo mantuvo suspendido en el aire para que pudiera apreciarlo.
Él lo estudio con detenimiento y minuciosamente, con una expresión absorta en los ojos.
— ¿Poso usted para esto?
— No. Gaby lo pinto de memoria.
— Entiendo porque quiere conservarlo — Suspiró. — Pero si alguna vez decide lanzarlo al mercado, por favor llámeme. Esta es una obra maestra.
Hicieron los arreglos necesarios para enviar el cuadro al museo y luego el señor Brashire se marchó. Los padres de Jean se retiraron a la cocina a preparar la cena.
— ¿Cómo te sientes? — preguntó Nathan. La hizo sentar a su lado, en el sillón.
— Siento que todo ha terminado — respondió pensativa —. No porque alguna vez vaya a olvidarlo. No quise decir eso. Supongo que siento que he hecho lo que pude... Oh, demonios, ya sabes a que me refiero. Lo quería. Pero ya no está. Lo máximo que puedo hacer es asegurarme de que no lo olvidemos. Y supongo que en cierto modo lo he logrado. La gente verá sus pinturas y, bueno tú y yo siempre lo recordaremos.
Nathan se acercó a ella y le besó la frente.
— Te comprendo. Has hecho lo que él quería. Pero hay una cosa con la que no has cumplido. Algo que Gabriel habría deseado que hicieras más que nada en el mundo.
— Lo sé — dijo. Y era cierto. — Tengo que seguir adelante con mi vida. Él se marchó. Tomé conciencia de ello anoche, con el canto de las aves nocturnas.
Gabriel no estaba presente con su espíritu. Por mucho que desee lo contrario, el ya no estaba, vivirá por siempre en mi corazón y nunca lo olvidare, pero debo dejarlo partir.
— Yo creo — reflexionó Nathan — que ya lo has hecho.
24 de Enero
Hoy Nathan me acompañó a llevar flores a la tumba de Gabriel. Han transcurrido tres meses desde su muerte y yo he experimentado varios cambios. Supongo que he aprendido mucho. ¿Quién sabe? Lo único que sé sin lugar a dudas es que la vida no brinda garantías de ninguna especie. Se hacer lo que se puede y se sigue adelante en la lucha.
Gaby me cambió, por supuesto. Sin él, jamás habría escuchado el canto de las aves nocturnas, ni habría visto el neón en la lluvia, ni habría escuchado a Mozart con el cálido viento del desierto.
Lo amé.
Supongo que es otra de las cosas que he aprendido. El amor no viene con prospectos ni instrucciones, solo es. Incursiona en tu alma y se roba un pedazo de tu corazón cuando menos te lo esperas. ¿Si lo amo a Nathan? Tal vez. No puedo imaginar la vida sin él.
¿Me inspira el mismo sentimiento que Gaby? No. Es distinto. Pero ambos son igualmente reales. De todas maneras, no sé que me depara el futuro. Tal vez Nathan y yo permanezcamos juntos por el resto de nuestra vida. Tal vez no. Pase lo que pase, ya no tendré miedo. Creo que esa es la última enseñanza de Gabriel: no permitir que la preocupación por lo que vendrá mañana te robe la dicha de hoy. Quizás el presente sea muestro único tesoro.