— Bésame — Le pareció oírlo decir.
— ¿Gabriel?... — pero cuando miro, seguía con los ojos cerrado. Se acercó a él y, con suma delicadeza. Le rozo los labios con los suyos. El débil apretón de manos se aflojó.
Gabriel había dejado de existir.
Jean no tenía idea del tiempo que pasó allí sentada, tan petrificada que ni siquiera atinó a oprimir el botón de llamada para avisar a la señora Drake. Pudieron haber sido minutos, o tal vez horas. Finalmente vinieron y, con solo mirarla una vez, supieron que estaba muerto.
— Jean — La directora se le acerco y, con mucha suavidad, separo las manos de la chica y Gabriel, que aún estaban entrelazadas. — Vamos. Ha muerto. Aquí ya no puedes hacer nada. Vamos a la cocina.
— Pero yo le prometí que me quedaría con él — farfulló.
— Ha muerto — insistió la directora, obligándola a ponerse de pie y dirigirse hacia la puerta de la habitación —. La enfermera tiene cosas que hacer. Trasmites médicos y legales. Y yo necesito hablar contigo.
Jean se dejó llevar fuera del cuarto, pero antes de que se cerrara la puerta, volvió a mirar en dirección al la cama y vio que la enfermera cubría el rostro de Gabriel con la sabana. En la cocina, la señora Drake le preparo cacao. Colocó la taza frente a ella y se sentó.
— Jean, ¿Cómo te sientes?
— Aturdida — respondió —. No siento absolutamente nada. — Si se hubiera permitido sentir, el dolor la habría matado…
— Seguro que esa sensación te durara por un tiempo — comentó la mujer, comprensiva.
Jean asintió con la cabeza. Había ciertas preguntas que sabía que debía hacer. Eran muchas e importantes.
— El Funeral — dijo —. Tiene que haber un funeral. El no tenía dinero, pero yo tengo ahorros en mi cuenta para universidad…
— Está todo previsto — la interrumpió la señora Drake —. No te preocupes por eso. Gabriel sabía que moriría y, como era mayor de edad, dejo todo arreglado.
— Oh Dios — gimió la chica —. No puedo creerlo.
— Ya lo sé. — La directora bebió un sorbo de cacao. Gabriel quiso que fuera yo quien te dijera.
— ¿Decirme qué? — preguntó Jean, atontada. ¿Qué podía quedar ahora? Él ya no estaba en este mundo. Nunca más volvería a verlo. Y Jean sentía en su alma un enorme vacío, que ya nada podría llenar.
— Eres su heredera — respondió la señora Drake. Sonrió al ver la expresión de asombro de la muchacha. — No tenía mucho, pero lo poco que poseía te lo dejo a ti.
Los días que siguieron fueron una confusa nebulosa para Jean. En compañía de sus padres y de Nathan, asistió al funeral y trato de recitar las palabras de adiós para Gabriel Mendoza. Pero para sus oídos, parecían destinadas a otra persona. En un momento de locura, hasta dudo de estar en la iglesia correcta. Sin embargo, la señora Drake, la señora Thomas y Polly estaban sentadas en la fila de adelante y el banco de atrás albergaba a todos los viejos amigos del barrio de Gaby. Era el funeral correcto. Gabriel se había ido. Estaba muerto. Ya nunca más volvería a verlo.
Durante el entierro, se quedo junto al cajón y trato de convencerse de que ahora descansaba en paz, aunque las palabras sonaron como un frío consuelo. Tal vez estaba en paz, si , pero eso era solo una frase. Había muerto. Dejado de existir.
Y Jean estaba furiosa.
Se obligo a volver a la escuela ya prestar atención en clases. No pasó mucho tiempo sin que descubriera que, si sellaba todas sus emociones en un rincón de su corazón, podría soportar el transcurso de cada día.
Sus padres estaban preocupados. Ella lo notaba en sus ojos, de modo que trato de fingir que todo estaba bien.
Pero no pudo engañarlos.
Un par de días luego de la muerte de Gabriel, Jean se encontraba sentada junto a la ventana de su cuarto, contemplando el cielo, cuando vio que Nathan llegaba en su auto. Asombrada, porque el no la había llamado, bajo a recibirlo.
— ¿Qué haces aquí? — Preguntó — pensé que tenías que trabajar.
— Hubo un desperfecto eléctrico y no funciona nada, absolutamente nada. — Nathan sonrió. — entonces Henry no tuvo as remedio que cerrar.