Jean se sintió aliviada. Vio un libro de John Wyndham, uno de sus autores favoritos, que todavía no había leído. Lo tomó y se puso de pie.
— ¿Me prestas éste?
Gabriel asintió.
— Pero acuérdate de devolvérmelo.
— ¿Te gusta Wyndham?
— ¿Lo tendría en mi biblioteca si no me gustara? — Otra vez se hundió en las almohadas. — ¿Cuáles son tus otros autores favoritos?
— Me gustan casi todos menos Heinlein y los que escriben fantasía.
— Aj, ese género es espantoso — coincidió Gabriel —, pero Heinlein me gusta. ¿Leíste Stranger in a Strange Land?
Jean hizo una mueca.
— No me gusto. Más bien me resultó bastante aburrido.
— ¿Estas bromeando? Se puso furioso. Es uno de los mejores libros de ciencia ficción que se haya escrito jamás. Es un clásico, como la trilogía Foundation o la serie Dunes.
— Pon los pies en la tierra, ¿quieres? — Protestó Jean —. A nadie se le ocurriría relacionarlos uno con el otro. — Pocos segundos más, y estaba sentada en la cama de Gaby, sosteniendo una encarnizada y maravillosa discusión que sólo los amantes de la literatura podían entender.
Durante la media hora que siguió, se dedicaron a comparar, discutir y comentar docenas de libros y autores diferentes. No dejaron de conversar sino hasta que entró Polly, trayendo la bandeja con la cena para Gabriel.
— Estamos un poco retrasados hoy — se disculpó Polly, mientras apoyaba la bandeja —. La señora Thomas no pudo hornear sus galletas.
Jean miró su reloj.
— Santo Dios. Las siete y cinco.
— El tiempo vuela cuando una la pasa bien, ¿verdad? — comentó Polly.
— Jean no estaba pasándola bien — se opuso Gabriel —. Estaba poniendo su cabeza como un manso cordero para que yo se la cortara con mis razonamientos.
— Sólo en tus sueños, mentiroso — dijo Jean —. Mañana seguiremos con esto. Será mejor que me vaya ya o perderé el autobús.
Sin embargo, lo cierto era que Jean estaba pasándola muy bien.
El sábado trabajó como una esclava y, aunque Gabriel hubiera estado levantado y con buen ánimo, no habría tenido tiempo de charlar con él.
No bien puso un pie en el hogar, la señora Drake la mantuvo ocupada hasta que se puso la chaqueta para marcharse.
Cuando entró en el living de su casa, notó que sus padres estaban de buenas. Por lo tanto, Jean decidió jugarse y ver qué podía hacer con respecto a su cena del domingo con Nathan.
Para su asombro, fue una tarea sumamente sencilla. No le hicieron ninguna cuestión cuando anunció que iría a la biblioteca el domingo por la tarde y que tal vez se quedara allí hasta que cerrase. Sabía que su mentira quedaría cubierta siempre y cuando no se encontrara con nadie conocido durante la cena.
Pasó el resto del sábado leyendo el libro de Wyndham y lo terminó el domingo por la mañana. Las horas pasaban lentamente. Sus padres se fueron al club a las once y media. A las once y treinta y dos, se vistió para su cita con Nathan.
Le llevó casi una hora decidir qué ropa se pondría.
Nathan estaba sentado afuera cuando llegó ella, minutos después de pasada la una.