Jean deseo que al menos parte de ella hubiera tenido la imaginación suficiente como para sentir su presencia. Pero él no estaba allí. Su espíritu descansaba; su alma estaba en paz. Se había ido.
Y todo lo que le había dejado eran recuerdos.
Al día siguiente, Jean llevo el cheque a Lavander House. La señora Drake deliraba de alegría.
— No puedo explicarte cuánto significa esto para nosotros — Dijo, mientras la abrazaba. Se volvió y también estrecho a Nathan entre sus brazos. — Gaby se habría puesto tan contento ¿Qué harás con los cuadros?
— Bueno, no lo sé — admitió Jean —. Por cierto, me quedare con uno de ellos.
— Podrías darnos uno — Sugirió la directora —. A estas viejas paredes les vendría muy bien un poco de vida. Gabriel nos ha emocionado a muchos, ya sabes.
— ¿De verdad quiere uno? — pregunto Jean.
— Por supuesto. Las obras de ese chico eran exquisitas. Nos encantaría tener la del parque.
Jena miro a Nathan. Él le sonrió.
— Adelante — la animo, rodeándole los hombros con el brazo. Sabes muy bien que eso habría sido exactamente lo que Gabriel habría querido que hicieran con el cuadro.
— De acuerdo — Jean sonrió. Sabía que había hecho lo correcto.
— Es todo suyo. Sólo le pido que se asegure de que todos aquellos que lo pregunten, sean informados del nombre del autor.
— ¿Qué tal si lo traigo mañana cuando vengo a trabajar? — Ofreció Nathan a la señora Drake. Así podré ayudarla a colgarlo.
Cuando volvían a la casa de Jean, ella contó a Nathan el episod
io de las aves nocturnas. Él no hizo muchos comentarios, salvo que el universo en ocasiones suele enviarnos mensajes de las formas más extrañas. Y Jean no podía discutírselo, pues compartía su opinión.
Había un auto muy costoso estacionado en la puesta de su casa.
— ¿De quién será? — se preguntó ella, mientras contemplaba el Cadillac último modelo. Ya estaban entrando en la casa.
Adentro oyeron voces.
Movidos por la curiosidad, se apresuraron a ir al living. Un hombre alto, de cabellos grises, con un elegante traje hecho a media estaba sentado en el sillón. Se puso de pie.
— Jean, él es el señor Brashire, director del Museo de Arte Palladrino — Lo presentó su madre.
— Mucho gusto — lo saludo Jean con cortesía, y le presentó a Nathan.
— Seguramente querrás saber el motivo de mi presencia aquí — comenzó el seños Brashire una vez que todos estuvieran sentados.
— Bueno... si.
— Estoy muy interesado en su pintura, señorita McNab — dijo —. La que gano el primer premio en la exposición de arte de ayer.
— Se refiere a la pintura de Gabriel — lo corrigió automáticamente.
— El artista, por supuesto —confirmó el caballero —. Pero usted es la propietaria legal, ¿Correcto?
— Es cierto — tebnía curiosidad por saber que se proponía — yo soy la propietaria legal, pero el cuadro es de Gabriel.
— El artista falleció hace algunos meses — intervino Nathan —. Él y Jean eran íntimos amigos.
— Comprendo. — El señor Brashire sonrió. — Tengo entendido que él le dejo tres cuadros y varios dibujos.
— Sí, pero ya done una de las pinturas — respondió Jean —. A Lavander House. Es el hogar para enfermos incurables donde Gabriel murió.
La expresión del hombre denoto una profunda decepción.
— Entiendo. ¿Ha considerado la posibilidad de vender los otros dos? — pregunto, esperanzado.
Azorada, Jean lo miro.
— ¿Venderlos?
— Si. Ese artista tenía un talento ilimitado — continúo el señor Brashire —. Nos encantaría exhibir sus obras. El Palladrino no es un museo con prestigio internacional. En realidad, es bastante pequeño. Exponemos obras de artistas y artesanos locales. Nuestro presupuesto de compras no es muy generoso, pero creo que podríamos conseguir el dinero para comprar las obras del señor Mendoza. Tenemos una colección exquisita.
— ¿Exhibir? ¿Todos conocerían su trabajo? ¿Su nombre sería famoso? No solo sería recordado por su peculiar personalidad sino también por su arte. Jean no podía creerlo.
Era un milagro.
Gaby tenía razón. Todos los días ocurría algún milagro.
— Puede quedarse con la obra que gano el premio –Comenzó ella.
— Jean — la llamo su padre —. Hay alguien aquí que desea verte.