― Hola ― la saludó. Sacó su anotador y el lápiz. ― ¿Qué vas a tomar?
― Una Coca. –Se quedó contemplando su espalda mientras trabajaba. Con movimientos firmes y seguros, llenó el vaso con hielo picado. Luego lo colocó debajo de la máquina expendedora. Parecía tener mucha confianza en sí mismo.
Se volvió y colocó la bebida frente a ella.
― Gracias.
Él le sonrió.
― No vives aquí. ― Fue una afirmación, no una pregunta.
Jean desenvolvió la pajita y la deslizó dentro del vaso.
― Vivo en el este.
―Con calma Jean ― se dijo ―. Tranquila.
― ¿Qué haces por aquí, entonces?
― Trabajo como voluntaria aquí enfrente. Pero mi turno comienza a las y media.
― ¿Voluntaria? ¿Te refieres al Hogar, a Lavender House?
Jean sonrió.
― Sí. ¿Te sorprende?
Nathan se encogió de hombros.
― Me pareces muy joven. Eso es todo.
― Tengo diecisiete ― dijo, ganando cada vez más confianza. La mirada de él delataba que estaba impresionado. Jean decidió hacer un nuevo avance. ― Además, creo que debemos ayudarnos unos a otros, ¿no?
― Claro. ― Nathan tomó la cafetera y vertió un poco más de la humeante bebida en la taza del hombre sentado en el extremo de la barra, quien le agradeció entre dientes. ― Pero yo, entre el trabajo y la escuela, ayudar al prójimo es un lujo que no puedo darme. Con esto no quiero decir que esté mal lo que haces. Al contrario, me parece maravilloso.
― Te hace sentir bien ― acotó Jean.
― Sí, lo sé. Nosotros también aportamos nuestro granito de arena. Henry, el propietario de este lugar, a veces me pide que vaya a llevar un pastel o una Tarta al Hogar. No es mucho, pero al menos colaboramos. Algunos pacientes vienen a tomar café. Si no estoy muy ocupado, les doy charla o jugamos una partida rápida a los naipes.
― Es muy amable de tu parte. ― Apuró un sorbo de Coca. ― ¿A qué colegio vas?
― Landsdale JC. Espero poder ir a Santa Barbara después de eso ― dijo él ―. ¿Cómo te llamas?
― Jean McNab. ¿Y tú? ― preguntó ella, aunque ya lo sabía.
― Nathan Laurie. ― Le obsequió una amplia sonrisa. ― Supongo que te veré muy seguido por aquí. Ah… Con respecto al otro día, en el autobús.
― ¿Qué?
― ¡Demonios! Se acordó. Ahora creerá que soy una idiota.
― Oh, no es nada.
Mientras él atendía un cliente y a otro, conversaron hasta que Jean tuvo que marcharse. Se enteró de que Nathan vivía con su madre viuda, que estudiaba en la universidad y que aspiraba a convertirse en psicólogo algún día. Notó que había despertado interés en él. Lástima que no tuviera auto. Pagó la cuenta y pensó que, si empezaban a salir juntos, tal vez sus padres se apiadaran de ella y le devolvieran su licencia de conducir.
Estaba de muy buen ánimo cuando subió las escalinatas de Lavender House. Hasta saludó a la señora Drake con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, su humor cambió cuando le asignaron la tarea del día: limpiar los baños. Esperaba recordar como se hacía. La última vez que había cumplido con esa tarea tenía doce años. Desde entonces, en su casa contrataron una mucama para la limpieza.