— ¿No te conviene empezar con la tarea? — preguntó Eileen, mirando su reloj.
Por fin, Jean bajó los brazos. Estaba convencida de que, aunque el Ángel de la muerte estuviera sentado sobre su hombro en esos momentos, ellos se mantendrían firmes en su postura indiferente. Caramba que estaban enojados. Tal vez lo mejor fuera darles unos pocos días más. Quizás una semana.
— Es cierto. Tengo un examen de Física mañana.
Al día siguiente tuvo que ir caminando a la escuela y por eso, llegó tarde. Cuando sonó el primer timbre, estaba subiendo las escaleras a toda velocidad. Jennifer no la había llamado, llegaría tarde a su primera clase del día y tampoco había logrado borrar de su mente a Gabriel Mendoza ni al resto de los internos de Lavender House.
Y su humor empeoró ante el anuncio del señor Campbell, su honorable profesor de inglés, respecto de que tendrían que entregar un resumen sobre un libro el lunes siguiente.
No hubo quien no protestara en la clase, pero al viejo Campbell no se le movió un pelo.
— Ésta es una clase selecta — aclaró. Tomó un trozo de tiza y se acercó al pizarrón.
— De modo que ninguno de ustedes debe tener problemas en terminar un libro.
— Pero ya estamos a mitad de semana — se quejó Kimberly Rand —. Sólo nos quedan unos días.
— Olvida el televisor — recomendó Campbell.
— ¿Podemos leer el libro que queramos? — preguntó algún alumno de atrás.
— Siempre que sea un libro de verdad, con palabras de verdad en lugar de fotografías, no tengo inconveniente. — Les sonrió de un modo casi imperceptible. — Y por favor, ahórrenme el disgusto de tener que verme en problemas con el Consejo de Educación. Catcher in the Rye está permitido, pero Henry Miller y Terry Southern quedan totalmente fuera de discusión. Traten de elegir libros que estén en la biblioteca del colegio.
Jean suspiró. El Distrito Escolar Federal de Landsdale no era famoso por sus ideas liberales respecto de los libros que se consideraban adecuados para los estudiantes secundarios. La elección sería muy difícil. Fue entonces cuando recordó que había conseguido el primer libro de la serie ―Edén‖ en la biblioteca de la escuela. Al demonio, pensó. Si se sentía presionada, podía escribir un resumen sobre esa historia.
No vio a Jennifer en todo el día, pero se encontró con Todd a la salida de la biblioteca.
— Hola — le dijo —. ¿Cómo estás?
— Bien.
— Oye, la propuesta de llevarte al partido de viernes por la noche sigue en pie.
Jean se moría por aceptar, pero pedir a sus padres que le levantaran la sanción en ese momento habría arruinado todos sus planes. Cómo le gustaba Todd. Caramba.
— Es muy amable de tu parte — contestó, con una sonrisa radiante —; si no estuviera castigada, te habría dicho que sí de inmediato.
— Lo entiendo — respondió él —. Tal vez podamos salir juntos cuando se acabe tu castigo.
Abrió la boca para aceptar pero antes de poder articular palabra, la más descabellada de las imágenes se representó en su mente: Nathan, el bombón del autobús. Parpadeó repetidas veces y luego sonrió, incómoda, al ver la expresión perpleja de Todd
— Sí, sería lindo.
— Bueno, avísame cuando tus padres te den permiso para volver a salir. Ah, el domingo voy a ver a mi tío. Le preguntaré lo de Lavander House.
— Oh, no te molestes. — Jean se encogió de hombros. — Mi papá se encargará de ese asunto.
— ¿Seguro?
Asintió con la cabeza y al segundo se preguntó qué demonios estaba haciendo. No podía darse el lujo de desperdiciar ninguna propuesta de colaboración para huir de Lavander House para siempre.
— De acuerdo. Hasta luego. — Todd la saludó y se encaminó hacia el sitio donde estaba el equipo.
Jean se quedó de pie durante un rato, pensando por qué no habría sido más vehemente para pedirle ayuda. Un montón de tonterías daban vueltas en su mente. Nathan, Polly, los pacientes del Hogar, Gabriel y sus comentarios sarcásticos. Por un momento, se sintió rara. Se mordió el labio. Quería borrar esa sensación. Pero no pudo. Se dio por vencida y se dirigió a su próxima clase.