― Solo quiero sacármelos de encima ― respondió ―. Odio tener cosas inconclusas dando vueltas a mí alrededor.
― Sí ― coincidió ella. Le tomó la mano y entrelazaron los dedos. ― Yo también. Anoche me quedé estudiando hasta que amaneció. Tengo un examen difícil el lunes. El auto esta allí.
Cruzaron la calle, en dirección a un Toyota rojo, de modelo antiguo. Nathan sacó un manojo de llaves y abrió la puerta de Jean.
― Como verás, ni se parece a un Rolls, pero nos llevará al cine.
Jean ocupó su asiento y luego se estiró para destrabar la puerta de Nathan. No le importaba qué auto manejaba, solo quería estar con él. Frunció el entrecejo. Se preguntaba si debía decírselo o no. Pero no quería presionar demasiado para que él no la creyera desesperada.
― Espero que te gusten estas películas ― comentó Nathan, mientras giraba la llave para encender el motor ―. Son buenas reposiciones, pero estarán subtituladas. No te molesta leer, ¿verdad?
― ¿Los subtítulos? No.
― Bien. ― Sonrió. ― Alguna gente lo detesta. Mi madre por ejemplo.
A Jean no se le ocurría ningún tema de conversación. Hablar de la escuela podía ser un error. ¿Qué podía interesarle a Nathan de Landsdale High? No tenían amigos en común y, por lo tanto, era otro tema perdido. Tampoco quería hacerle preguntas personales, pues así le habría dado pie a que él también formulara las suyas y, en consecuencia, ella se vería obligada a seguir mintiendo. Demonios. Cómo se complicaban las cosas.
―¿Por qué no actúas con naturalidad?‖, le indicó su conciencia.
No se atrevía. Ni loca le confesaría que estaba trabajando en Lavender House porque la habían condenado a cumplir servicios comunitarios. Nathan gustaba de ella. En verdad. Jean no estaba preparada para arruinar la buena opción que se había formado sobre su persona. Todavía no. Tal vez, después que se conocieran un poco más, podría arriesgarse. Pero no en ese momento.
― Estás muy callada esta noche ― observó Nathan.
― Tú tampoco pareces un loro parlanchín ― acotó ella.
― Supongo que ambos estamos un poco tensos. ― La miró. ― Es nuestra primera salida. Es un plomo, ¿no?
― ¿Qué? ¿Salir conmigo?
― No. ―Volvió a mirarla. ― No quise decir eso.
Jean se rió.
― Lo sé. Pero esta no es nuestra primera salida. Ya fuimos juntos a la biblioteca y a cenar.
― Eso no vale porque era de día. Ahora supongo que tendré que cumplir con todos los rituales. ¿Le gustará la película? ¿Esperará que me despida de ella con un beso? Tú sabes, todo lo que implica estar con alguien que te gusta.
Jean se quedó mirando su perfil por un momento y luego se echó a reír a carcajadas. ¡Qué suerte! Nathan acababa de confesar que estaba tan nervioso como ella.
― Creo que tienes razón. Las primeras citas son un plomo. Entonces, ¿qué tal si hacemos de cuenta que ya hemos pasado por esto miles de veces y dejamos de preocuparnos?
― Genial ― respondió él, con una sonrisa de oreja a oreja.
La tensión desapareció y charlaron con espontaneidad hasta el Art Cinema. Para su propio asombro, Jean quedo fascinada con las películas.
Eran más de las once cuando salieron del cine. Entre bostezos, se recostó contra el respaldo del asiento del auto y observó a Nathan de reojo.
― Las películas fueron maravillosas.
Nathan dobló la esquina y se detuvo en una luz roja.
― A mí también me gustaron. ¿Estás ocupada mañana?
Jean deseaba volver a verlo con desesperación, pero tampoco quería abusar de su buena suerte. Sus padres no le permitirían salir dos días seguidos.
― Tengo que estudiar.
Nathan frunció el entrecejo decepcionado.
― Yo también tendría que estudiar ― murmuró ―. Pero prefiero pasar el día contigo.
― Pensaba estudiar en la biblioteca.
Nathan echó una mirada de reojo en dirección a ella.
― Qué casualidad, yo también iba a estudiar allí. Extendió el brazo y encendió la radio. Se oyó una música suave, Jean cerró los ojos.