— Buenas tardes, damas y caballeros. Soy Elizabeth Denholm, Directora del Departamento de Arte de Landsdale Junior Collage.
— Ojalá no tengamos que soportar demasiados discursos — murmuró Nathan al oído de Jean.
— Shh… No quiero perderme nada — lo regañó ella.
—Y ahora, sin extendernos demasiado con las palabras — Continúo la directora —, Daremos los nombres de los ganadores.
— Oh, Dios — gimió Jean—. Creo que moriré si no gana.
— La cuestión no es que gane o pierda — recordó Nathan —.Lo importante es que su obra se conozca. Ya vistes cuanta gente ha venido hoy aquí. Muchas personas se detuvieron frente al cuadro de Gabriel. Yo oí a un hombre que decía que quería comprarlo.
— Nuestro tercer premio es para Cathy Selkirk, por su cuadro océano al amanecer. —Estallaron aplausos cuando la ganadora se acerco a la tarima para recibir su cinta y el dinero del premio.
— El segundo lugar — continuó la directora, muy animada— tenemos a Anthony Magill, por su escultura titulada El mundo sin fin.
Aguardaron a que el señor Magill, con sus largos cabellos y una lentitud pasmosa fuera a buscar su premio.
— Ahora sí. — Jean cerró los ojos. Ojalá hubiera podido cerrar los oídos también. Quería que Gaby ganara. Se habría vuelto loco de contento si hubiera podido estar allí.
— Y nuestro gran primer ganador es... — La directora hizo una breve pausa. — Gabriel Mendoza por su obra Mirlo y vista de la ciudad. Quien recibirá el premio en lugar del señor Mendoza es la señorita Jean McNab.
Se oyó un estallido de vivas y aplausos. Obviamente, todos los amigos de Gabriel habían ido a presencia el concurso. Bastante aturdida, Jean se acercó rápidamente a la tarima, tomo la cinta de manos de la directora y el sobre que contenía el cheque.
Nathan la abrazó, sus padres la abrazaron, la señora Drake, la señora Thomas y Polly también la abrazaron. Pero lo único que Jean lamentó era que Gaby no pudiera estar allí también para abrazarla también.
— ¿Qué harás con el dinero? — Le pregunto Nathan cuando estacionó frente a su casa esa noche.
— Oh, no lo sé. — De pronto descubrió que tenía que hacer algo con ese dinero. No podía guardárselo. No habría sido justo. — Lo donaré a Lavender House.
Nathan rió satisfecho.
— Bien. A Él le habría gustado eso. — La abrazó y la despidió con un beso. Jean suspiro feliz. Todavía echaba mucho de menos a Gabriel, pero tenía a Nathan y el dolor comenzaba a ser bastante más tolerable.
— Comparto tu opinión — Comentó y hundió el rostro en su pecho —. Creo que le habría encantado la idea.
La excitación de la jornada había acabado con sus energías. Estaba exhausta. No veía la hora de acostarse. Apagó la luz y se acomodo entre las sábanas. Cerró los ojos y se durmió de inmediato.
A medianoche la despertó el agudo canto de un ave nocturna.
—Oh –— Protestó, medio grogui —. ¿Qué pasa?
Afuera, los pájaros seguían cantando.
— Aves nocturnas — murmuró y se sentó en la cama. En la oscuridad, escuchó el cautivante trino de aquellos pájaros. No sabía de qué especie con exactitud se trataba y se suponía que no debían estar allí. Era pleno invierno.
Esas aves cantan en primavera y en otoño.
Pero cantaban con todo su esplendor. Muy alto, muy claro.
―Recuérdame cuando canten las aves nocturnas‖, le había pedido Gabriel.
Esas palabras, dulces y amargas a la vez, hicieron eco en su mente. Las aves nocturnas estaban cantando y ella lo recordaría.
Se quedó allí, en su cama, escuchando el trino y dejando que las imágenes se sucedieran. Gabriel recostado, con una sonrisa burlona a flor de labios. Gabriel con una expresión muy animada y sus manos agitándose en el aire en una acalorada polémica de libros. Gabriel alimentando a los pájaros mientras escuchaba música de Mozart y el caluroso viento Santa Ana los castigaba.
Pero Gabriel se había marchado.