— Jean. Tierra llamando a Jean. — Nathan chasqueo los dedos debajo de su nariz.
— Epa — le dió una palmada es las manos para quitarlas de encima. — No hagas eso. Te estaba escuchando.
— Entonces, ¿Por qué estuviste callada los últimos cinco minutos? — se quejó, mientras tomaba su vaso de Coca —. Te hice la misma pregunta tres veces, — Al ver que su novia seguía con la vista en blanco, suspiro con dramatismo. — Repito: ¿Cómo encontraste a Gabriel hoy?
— ¿Cómo sabes que fui a verlo? — le preguntó.
— Me lo dijo tu mama. — Bebió un sorbo. — ¿Por qué? ¿Era un secreto?
Jean meneó la cabeza. Nathan había ido a su casa a darle algunas clases de apoyo de física. Al día siguiente, por la mañana, tenía un examen semestral. Claro que fue lo mismo que enseñarle a la pared, porque ella no le había prestado atención ni un segundo. Le costaba concentrarse. En su mente hacían eco las palabras de la señora Drake: ―Gabriel se está muriendo‖. La frase se repetía una y otra vez, como un disco rayado.
— Gaby no está muy bien — masculló, con la vista fija en el libro de texto de física abierto sobre la mesa de la cocina.
— Lo siento — murmuró Nathan. Extendió el brazo y le cubrió la mano con la suya. — Estas muy triste, ¿Verdad?
Jean quiso contarle, pero no le salió la voz. Un enorme nudo le oprimía la garganta, de modo que solo asistió con la cabeza. Nathan tampoco habló. Solo se quedó sentado a su lado, cobijando su mano en las de él y dejando que suspirara hondo, varias veces.
Por fin, cuando se aseguró de que no lloraría como una bebe, dijo:
— Nunca creí que me afectaría de este modo. Discúlpame por ser tan tonta.
— No te disculpes, querida. — Le rodeo los hombros con el brazo. — Estás sufriendo. Se nota. ¿Gaby está muy grave?
Jean abrió la boca, pero las palabras no salieron. Si lo decía, parecería cierto. Entonces, se encogió de hombros y espero que él la entendiera.
— Está bien. Creo que puedo imaginarlo — dijo —. Pero cuando necesites hablar de esto, avísame.
— Jean, Nathan. — La voz de Eileen McNab sonó estridente desde la puerta de la cocina. — No parece que estén estudiando, ustedes dos.
La chica protesto. Nathan retiró el brazo de inmediato y sonrío con timidez a Eileen.
— Oh, las apariencias engañan — espetó.
— Claro — contestó ella, entre risas —. Y yo me chupo el dedo. — Sus risas se desvanecieron al ver la expresión de Jean. Luego miró a Nathan y frunció el entrecejo preocupada. — ¿Está todo bien?
Jean seguía muda.
— Gabriel Mendoza está muy grave — Explicó Nathan —. Jean está muy angustiada.
— Oh, querida — la consoló su madre.
Sonó el teléfono. En el silencio de la cocina, la campanilla resultó aterradora. Ominosa.
El señor McNab asomó la cabeza en la cocina.
— Jean — dijo —. Teléfono. Es la señora Drake, del Hogar. Dice que es urgente.
— ¿Quieres que atienda yo? — preguntó Nathan.
Jean meneo la cabeza. Las piernas le pesaban como plomo y el tiempo le pareció interminable hasta llegar al teléfono. Levantó el auricular y escuchó. Notó el tono de voz de la directora. Oyó como respiraba Nathan y tampoco le paso inadvertida la mirada de preocupación que intercambiaron sus padres. Luego se oyó decir:
— Está bien. Ya voy para allá.
Nathan se puso de pie. No necesitaba preguntar que pasaba. Ya lo sabía.
— Te llevo.
— Jean — interpuso su padre —. Creo que no deberías ir a ninguna parte. Mañana no sólo tienes que madrugar, sino que te tomaran un examen muy importante.
La chica quedo petrificada.
— Gerald. — Su esposa se puso de pie. — Olvida el examen. El amigo la necesita. Eso es mucho más importante.
— Pero Eileen — arguyó. La miró sin comprender. — Si le va mal en física, sus posibilidades de ser aceptada en una universidad decente irán a parar al tacho de la basura. Por otra parte, no creo que una vigilia junto a una cama sea adecuada para una chica de su edad.