~Capítulo 87~

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Aquí estoy, sentada en la puerta de mi casa esperaba que llegue Miguel. Es la situación más rara que he vivido. Estoy en mi casa pero no puedo dormir en ella y estoy esperando que me recojan para dormir en la casa de un tipo que sé que está enamorado de mí, en la misma noche en la que puedo afirma que mi vida sexual es más activa de lo que podrá ser nunca. Está claro mi vida es de lo más retorcida. Me gustaría poder pasar la noche con Poncho pero no es posible, él vive con sus papás. Necesito dormir. Estoy agotada. Menos mal que Poncho no sabe esto porque además de que me armaría tremenda bronca, seguro querría seguir donde lo dejamos y aun mis piernas están temblando. Esa es otra ¿cómo miro a Miguel después de lo que ha pasado? Ya sé que no le debo explicaciones y tampoco pensaba dárselas, pero él sabe todo lo que hemos pasado. Poncho esta misma mañana me ha pisoteado, él ha sido testigo de ello, y ahora yo me entrego por completo. Que poca autoestima tengo. Bueno tampoco es eso. Yo sé que Poncho me ama, no es que me haya usado. Si me he entregado a él es porque mi cuerpo lo necesitaba y el suyo me necesitaba a mí. Puede que él haya metido la pata y no es que no se lo vaya a recordar el resto de su vida, que obvio lo haré, pero todos tenemos derecho a equivocarnos. Además él se ha arrepentido en un tiempo récord. Aun así lo tendré vigilado. No me lo volverá a hacer. Aunque después de esta noche dudo que pueda pensar que es capaz de estar lejos de mí.

Miguel al fin llegó. Se bajó del coche porque como yo andaba en mis pensamientos no lo ví frente a mí. Me hizo un gesto con la mano pasándola por delante de mi cara, para que le echase cuenta. Cuando al fin me percaté de su presencía, no pude más que asustarme. Ante mi cara él comenzó a reirse. Me extendió la mano para ayudarme a levantarme y cuando vio cuanto me costó hacerlo estalló aun más de la risa. Que vergüenza! Tiene que estar pensando remal de mí. Y no sé ni cómo fingir o qué fingir para que no piense así. Que pena!

Durante el camino no dije nada y él no paró de reirse ni un segundo y cada vez que me miraba lo hacía con más fuerza. Y yo estoy segura que superé el color del tomate hace ya rato. Llegamos a su casa. Salió rápido y dio la vuelta para ayudarme a salir. Intenté hacerme la orgullosa y levantarme sola. Pero no pude. Me trague mi orgullo y me apoyé en él para entrar en la casa. Dios que vergüenza! No puedo pensar en otra cosa.

Miguel- Tranquila princesa (dejándome sobre el sofá) No pasa nada. No estás acostumbrada (riéndose) y es normal que te duela al principio

Any- Aich! (sonrojadisima) No es por eso! (irritada)

Miguel- ¿Me vas a decir que estás así porque montaste a caballo? (burlándose) Porque esa excusa no te la creo, así que buscate una mejor.

Any- Muy gracioso! (enojada y muy apenada) Es por culpa de ese.... Ag! Me duele todo! (tirándome en el sofá)

Miguel- Cediste! (riéndose) Que poca fuerza de voluntad!

Any- Lo malo no es que cediese (suspiré) sino el número de veces que lo hice.

Miguel- Épale! (soltando una carcajada) Ahora entiendo. Cuando se hace un par de veces seguidas acabas dolorido.

A- ¿Un par? Ja!

Miguel- ¿Tres? (extrañado ante mi negativa) ¿Más de tres? (asentí) ¿Más de cinco? (volví a afirmar con la cabeza) Ok ni pregunto. No quiero que me bajonees el orgullo.

Any- Ok! Te dejo tu orgullo masculino en paz (riéndome)

Miguel- ¿Más de siete? (horrorizado) No! No me lo digas!

Any- Ok! (riéndome)

Miguel- Más de siete! Es qué no descansasteis o ¿qué?

Any- Osea que yo tenía razón, no es normal.

~Su Muñeca~ AyADonde viven las historias. Descúbrelo ahora