#28

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Sabes que si sigues escuchando esa música terminarás quedándote dormido eventualmente, razón por la cual intentas apagar la radio, pero no bien tus dedos rozan dicho aparato, la celestial melodía cambia repentinamente, volviéndose entonces una infernal sucesión de ruidos ensordecedores que te obligan a llevarte las manos a los oídos, mientras un demoníaco estrépito va adueñándose lentamente de todo el recinto, haciendo vibrar las paredes de la casa.

Los vidrios de las ventanas y los focos se rompen, y en menos tiempo del que te toma parpadear, te das cuenta de que todo a tu alrededor ha quedado sumido en una espantosa oscuridad.

Las vibraciones cesan de la misma manera abrupta que empezaron: La radio ha quedado completamente destrozada y ha empezado a emitir una serie de leves chispazos zumbidos, que son la único que interrumpe el sepulcral silencio reinante a tu alrededor.

Un viento helado sopla desde los quiebres de las ventanas, calándote dicho frío hasta los mismos huesos.

Es un milagro que todavía sigas de pie considerando todo lo sucedido...La cabeza te da vueltas y tu vista está tan borrosa que ni siquiera estás completamente seguro de lo que tienes frente a ti...Incluso te da la impresión de que hay alguien más contigo en la sala durante aquellos instantes...Una mujer de largos cabellos negros, vestida con una túnica blanca, detrás de la cual refulge una luna color escarlata.

— ¿Por qué no te has dormido aún, mi pequeño?

¿De veras has escuchado esas palabras o sólo te las estás imaginando? Esa voz parece de ensueño, tan irreal...

De hecho, es muy similar a la voz encantadora que tú creías escuchar hace unos momentos, hablándote a través de la música de la radio, antes de que esta se tornase en aquel horripilante bullicio que por poco acaba contigo y con tu casa...

Duérmete ahora mismo... —agrega la mujer con tono calmado, pero al mismo tiempo cortante al tiempo que ha empezado a caminar en dirección a ti.

A pesar de tu obnubilada percepción, hay algo en la manera que ella habla, en la forma como camina, que te hace pensar que se trata de una mujer muy hermosa. Sus rasgos todavía se te hacen un tanto borrosos, pero hay cierto carácter delicado en sus facciones que contribuye a darte tal impresión.

— ¡Duérmete! —empieza ella a gritarte, al tiempo que engarfia sus manos alrededor de tus hombros—. ¡DUÉRMETE!

Sólo a partir de aquellos instantes puedes ver claramente su rostro...Un rostro que muchos años atrás pudo de haber sido sumamente bello, pero que ahora muestra una repulsivo estado descomposición, propio de un cadáver enterrado hace centurias. Una lombriz de tierra se asoma desde uno de los hediondos orificios en su labio inferior, mientras que dos débiles resplandores rojizos se encienden como llamas del averno en las dos cuencas vacías ubicadas en el lugar donde deberían estar sus ojos.

— ¿POR QUÉ NO ERES UN BUEN NIÑO Y TE DUERMES DE UNA VEZ? —te grita ella en forma monstruosa, desprendiéndosele entonces una puerta de la mandíbula, de la cual ha empezado a brotar una sangre tan negra y espesa que habría podido pasar por alquitrán.

No sabes cómo, pero de alguna forma consigues reunir la suficiente fuerza dentro de ti como para apartarla de un empujón, empezando a correr horrorizado. La mujer, por su parte, tan sólo deja escapar una risita burlona antes de empezar a seguirte.

Es como si todo esto no fuese más que un simple juego para ella.

Buscas desesperado algún posible escondite, más el avance es tan difícil dentro de aquella profundísima oscuridad, que no logras evitar tropezar con algo, cayendo de bruces contra el suelo...Y como si no hubiera sido suficiente todo el horror que te has visto obligado a experimentar hasta aquel momento, descubres que el piso de la planta baja se ha convertido en una asquerosa textura semejante a la carne viva.

Un terrorífico latido empieza a hacer eco en las paredes, como si la casa entera se hubiese convertido de un momento en alguna clase de criatura...Y aún en medio de tan horripilantes latidos, tú eres capaz de escuchar a la mujer cadáver acercándose, tarareando con sorna la melodía propia de una canción de cuna:

Duérmete, niño... Duerme mi pequeño ángel...

No ves ninguna clase de salida posible para ti. Respiras hondo y empiezas a rezar, convencido de que tu fin está próximo...

Apenas si pasan unos cuantos segundos para que tus oraciones sean abruptamente interrumpidas por una serie de diminutas manos que han aparecido a tu alrededor, los mismos que se aferran con fuerza de tus piernas y tobillos.

— ¡NO! ¡DIOS MÍO, NO! —es lo último que alcanzas a vociferar con tono horrorizado antes de que esas manos te arrastren más allá de aquel suelo monstruoso, hacia unas tinieblas tan profundas que por un momento tienes la impresión de que has sido llevado al mismísimo inframundo.

No tardas en perder el conocimiento.

Lee la parte #43.

El Diablo está en tu casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora