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Sales al jardín, ignorando la estruendosa música de la radio que se escucha desde la sala.

Para tu completo asombro, el lugar luce completamente distinto...Ahora es un monstruoso tiradero en el que crecen cuatro árboles secos.

Y en cada uno de los árboles está clavado una diminuta figura...Son cuatro fetos en avanzado estado de descomposición.

Tú retrocedes asqueado ante semejante descubrimiento. Por un momento piensas en regresar a la casa, pero esta se ha esfumado en un parpadeo, tragada por las sombras que se ciernen en los alrededores.

No entiendes que es lo que está pasando, pero tú único deseo es marcharte de aquel sitio de pesadilla cuanto antes, así que corres hacia los muros, y empiezas a trepar por unas hiedras marchitas, a fin de escapar a una casa vecina.

El problema es que...No hay nada más allá del muro. Absolutamente nada.

Lo único que rodea a ese jardín infernal es un inconmensurable vacío.

—Dios... —exclamas tú en un murmullo.

El sobrecogimiento que empieza a invadirte entonces no tiene comparación con ningún otro sentimiento que hayas experimentado antes en tu vida...Es como si el mero avistamiento de aquella oscuridad bastase para ir consumiendo tu alma de a pocos...Y de hecho, ni siquiera eres capaz de reaccionar propiamente cuando los cuatro fetos clavados en el árboles secos parecen haber cobrado vida, estallando en un amargo y prolongado sollozo.

Los cimientos del jardín empiezan a temblar.

Tú te caes del muro al suelo, lesionándote gravemente. Pero el dolor en tu cuerpo no es nada en comparación de tu horror en cuanto consigues alzar la vista: En medio de la oscuridad un gigantesco ojo escarlata tan grande como la luna te observa fijamente...Tú lo reconoces como una figura de tus pesadillas...

Lamentablemente para ti, esto no es un sueño.

Despertado de su sueño por el llanto de los no nacidos, aquel horror emergido de las tinieblas está listo para descargar toda su furia sobre ti...Así es como una infinidad de manos deformes emergen del vacío, abalanzándose sobre ti como una legión de espantosos demonios que te desgarran la piel y machacan tus huesos al momento de arrastrarte hacia el corazón mismo del abismo, donde se abren numerosas bocas saturadas de colmillos, dentro de las cuales el miserable despojo en el que te has visto reducido es triturada, engullida y regurgitada una infinidad de veces, hasta no dejar nada ti...Nada, ni siquiera la más mínima esencia.

Te has convertido en parte del vacío.

FIN

FIN

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El Diablo está en tu casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora