#105

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No puedes hacerlo...

No puedes quitarte la vida...No aún...

No sin antes haber matado a la persona responsable por la muerte de tu familia...

— ¿DÓNDE ESTÁS? —Vociferas entonces, mientras revisas cada rincón de la casa en busca de tu enemigo—. ¿DÓNDE ESTÁS, HIJO DE PUTA?

Desde el segundo piso, alcanzas a distinguir una sombra moviéndose en la sala. Tú no dudas ni en un segundo en dispararle, más fallas en darle al blanco desde esa distancia.

Maldices entre dientes al tiempo que desciendes rápidamente las escaleras. Tú ya no eres capaz de pensar con claridad...Tan solamente deseas matar a esa persona que ahora mismo huye de ti, sea quien sea...

"Deja de huir, cabrón... ¡Deja de huir!" piensas, luego de disparar por segunda vez contra ese misterioso personaje. En esta oportunidad, consigues herirle la pierna izquierda, lo que retrasa su escape...Y tú aprovechas ese brevísimo retraso para asestarle dos disparos más: Uno en el hombro, el otro en la espalda.

Tu enemigo ha caído. Está prácticamente acabado ya, pero tú no estás dispuesto a dejar que su muerte sea así de rápida...Él tiene que sufrir...Ese bastardo tiene que sufrir al máximo. Solamente de esa manera pagará por sus crímenes...

Para tu alegría, aquel personaje grotesco sigue con vida, aunque se encuentra en estado agonizante.

Lleno de odio y desprecio, le apuntas a los genitales y disparas, logrando sacarle un espantoso alarido de dolor, que sin embargo es como música para tus oídos.

Sientes un deleite perverso al pisotear una y otra vez la herida de su pierna izquierda, haciéndole gimotear con desesperación. Y cuanto él trata de extender su mano hacia ti, (¿Acaso intentará pedir piedad? ¡Pobre estúpido!) Tú le vuelas tres dedos de un solo tiro.

Él chilla y se retuerce en el piso, pareciendo más una alimaña que una persona. Pero su dolor no es más que un espectáculo divertido para ti...Un espectáculo que estás dispuesto a prolongar todo el tiempo que sea necesario.

Aún a pesar de que tu pistola se ha quedado sin balas, igual te las ingenias para seguir torturando a tu víctima estrellando el mango metálico de la pistola contra su rostro, una y otra vez, hasta dejar su cráneo en una masa irreconocible de sangre y órganos. Y aun cuando él ya ha dejado de moverse, tú sigues golpeando esa masa, experimentando un deleite similar al de un niño que juega con barro.

Empiezas a reírte. Tu risa resuena en las paredes de la sala, produciendo entonces un escalofriante eco fantasmagórico, en medio del cual tú crees escuchar voces...Voces enfermizas y siniestras, que no parecen ser de este mundo.

Tú dejas de reírte.

El cadáver de tu enemigo ha desaparecido repentinamente.

En su lugar...

En su lugar está una bestia espeluznante, de apariencia vagamente humana, pero cuya cabeza es más bien semejante a la de un inmenso macho cabrío.

Sus dos ojos son cuencas vacías, y al contemplarlas, tú sientes como estuvieses contemplando el mismo infierno...Un vacío de oscuridad donde las almas flotan siendo torturadas eternamente...

Lee la parte #114.

El Diablo está en tu casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora