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Huyes velozmente a la planta inferior de la casa, dispuesto a enterrar a la criatura sufriente que llevas en brazos en el jardín de la casa. En tu descenso, eres seguido muy de cerca por una espantosa bestia, que abre simultáneamente sus numerosas fauces en un intento por devorarte, pero de alguna forma tú consigues escabullirte hasta la cocina, en donde te vales de un cuchillo para retirar las sanguinolentas carnosidades que te cierran el paso en dicho lugar.

Una vez en el jardín, excavas rápidamente un pequeño hoyuelo en donde dispones el cuerpo del ser agonizante que llevas en brazos, el cual entonces te pide que hagas una breve oración por él:

—Necesito que me des un nombre también... —te suplica, respirando dificultosamente. Tú accedes a cumplir su pedido, decidiéndote por alguna razón inexplicable a ponerle tu mismo nombre.

Mientras oras, escuchas toda clase de amenazadores estruendos aproximándose a donde te encuentras. Sin embargo, tu tocayo te pide que no interrumpas tu oración, pues de lo contrario todo habrá sido en vano, de manera que tú continúas con la plegaria.

Terminados los rezos, el ser extiende una de sus pequeñas manecillas hacia ti, y tú se la estrechas con fuerzas, al tiempo en que susurra de forma débil pero serena.

—Es tiempo que conozcas la verdad...La verdad de nuestras respectivas existencias...

Una brillante luz blanca los rodea a ambos entonces...Y lo último que alcanzas a contemplar antes de que dicho resplandor empiece a cubrirlos por completo es el horroroso espectáculo conformado por tu casa ardiendo en llamas, escuchándose desde su interior toda clase de espeluznantes alaridos.

Lee la parte #110.

El Diablo está en tu casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora