Capítulo 2

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Jace era un completa e innecesariamente fastidioso.

No sé con certeza cuántas veces eso había pasado por mis pensamientos. Pero era tan irritante la forma en la que simplemente me estaba observando. La señora Stewart nos había mandado a trotar quince vueltas. Como era de costumbre, Jace y dos de sus amigos, habían terminado rápidamente. Cuando hablaba de miradas irritantes, me refería al siguiente escenario: al haber terminado antes que todo el mundo, Jace se había sentado con sus amigos en las bancas. Y lo único que había estado haciendo ese baboso desde que se había sentado era seguirme con la mirada. Era ridículamente vergonzoso y yo no sabía cómo no incomodarme con una mirada tan pesada como la suya sobre mí.

Terminé de dar las quince vueltas y sólo fui directamente a buscar una botella de agua. Estaba exhausta, y había sudado como un puerco. Me senté, bastante lejos de todos los demás. Era más cómodo así. Debía descansar un poco para ir a ducharme. Sin embargo, mi burbuja de paz había sido reventada.

Repito. Este muchacho era innecesariamente fastidioso.

—¿Ahora qué diablos quieres? —dije levantándome de una vez, dispuesta a darle la espalda e ir a ducharme. Sin embargo, tomó mi muñeca, evitando que me alejara—. ¿En serio es tan necesario fastidiarme tanto, Jace?

—Te ves muy atractiva en este momento —dijo atrayéndome a él—. Me gusta verte en este estado.

—Eres un maldito asqueroso, suéltame ya, y deja de joder tanto, por favor —dije exasperada tratando de soltarme. Aunque no puede lograrlo, él lo hizo por mí, sonriéndome divertido. A este chico le fascinaba hacerme enfadar. Un día iba terminar golpeándolo a él también.

Ahora que lo pensaba.

Mi puño dejaría una linda marca en su lindo rostro. Sí. Un ojo morado no le sentaría para nada mal.

—Melie —oí cuando salí de los vestidores luego de ducharme. Sonreí instantáneamente.

—Hola, Dylan —lo abracé fuerte. Dylan era el primo de Emma, y mi mejor amigo. Él era parte también del equipo. Sin embargo, él no era como los otros chicos. Él no era un mujeriego. Al contrario. Era alto, de muy buen ver: ojos cafés, cabello castaño y piel ligeramente bronceada. Era realmente atractivo y dulce, ¿para qué mentir?—. ¿Qué tal el viaje? —cuestioné cuando empezamos a caminar a la cafetería. Probablemente Emma nos estaría esperando ya.

—Espantoso. Te eché mucho de menos —besó mi frente y no puede evitar sonrojarme un poco. Dylan había tenido que viajar con su padre tres semanas—. Mi padre me levantaba cada día a las cuatro de la mañana para pescar y cosas así. Sabes que ese tipo de cosas no son lo mío. Quiero decir, mucho menos a las cuatro de la mañana —bufó y me reí—. ¿Y tú? ¿Qué tal tu madre?

—Volvió a irse —susurré bajando la mirada—. Sólo estuvo aquí unos pocos días y simplemente esta mañana me dijo «En media hora pasarán por mí». Cuatro meses, Dylan. No la veía desde hace tanto tiempo y ya volvió a irse. Ya no soporto estar sola cada día. Ya no —dije con un hilo de voz. ¿Llorar en el instituto? Qué penoso. Simplemente suspiré. No iba a llorar, no allí. Al llegar al comedor, no vi a Emma por ningún lado. Dylan pareció haberse percatado de mi confusión.

—Olvidé decirte, me topé con Emma antes de verte y ella me dijo que el tío Nick estaba esperándola afuera porque su madre estaba a punto de dar a luz —sonrió tiernamente y lo miré de la misma manera. Buscamos nuestros almuerzos y nos sentamos en una mesa al fondo—. Puedes continuar contándome lo de hace rato —hice una pequeña mueca—. Sólo si quieres —suspiré.

—En resumen, Dylan: No quiero seguir sola. Llega el momento en el que simplemente quiero que alguien entre a mi habitación y me diga «Oye, Mel. ¿Estás bien?», para después abrazarme decirme que no estoy sola y que todo va a estar bien. Joder, Dyl... Esto es horroroso —tan pronto como paré de hablar sentí sus brazos rodearme y una de sus manos comenzó a acariciar mi cabello a la vez que apoyaba mi cabeza en su pecho.

—¿Qué dices si hoy te acompaño a casa y me quedo a dormir? —aún con la cara en su pecho traté de contener el rubor en mis mejillas. Quiero decir, Dylan ya se había quedado en mi casa, pero siempre estaba Emma también—. Si no te incomoda, claro. Me gustaría hacerte compañía esta noche, Mel...

—Está bien —susurré aun escondiendo la cara. Dylan levantó mi cara y besó mi frente.

DYLAN

Maldita sea.

¿Por qué ella debía gustarme tanto? Llevaba un jodido año sintiendo tantas cosas por ella. Melissa tenía tanto tiempo quitándome el sueño. Y es que, ¿cómo no? Su hermoso cabello cobrizo, me mataba olerlo cuando la abrazaba, olía a cereza; su piel, tan suave y clara como la porcelana; sus ojos, jamás había visto unos ojos tan hermosos.

Y para finalizar, sus labios. Cómo desearía poder besar esos hermosos labios. Ella me había robado el corazón. Y junto con él, cada uno de mis sentidos. Me había cansado de tener citas, de conocer a tantas chicas y que ninguna me sacara a Melissa de la mente. Por otro lado, también estaba cansado de verla llorar por la soledad. Ella se hacía la fuerte. Pero yo mismo sabía que podía llegar a ser demasiado frágil cuando ya no podía más. Y, cómo me dolía que una chica tan bella y dulce tuviera que lidiar con una soledad familiar tan continua.

La campana había vuelto a sonar para anunciar que la hora del almuerzo se había acabado.

—Te veo luego, Dyl —besó mi mejilla y se fue sin esperar una respuesta de mi parte. Suspiré imaginando lo mal que debía sentirse. Esa noche trataría de darle toda la atención que se merece. Sin malinterpretar. Jamás me aprovecharía de una situación como esa. Además, ella estaba lo suficientemente mal como para hacerla sentir peor por un impulso tan estúpido.

Tomé una bocanada de aire. Ya pensaría en ella después. Ahora tenía que practicar con el equipo. En dos semanas tendríamos un partido sumamente importante.

Al llegar al campo, estábamos casi todos. Faltaban unos tres chicos y el entrenador. Sin embargo, ya habían comenzado a estirar. Iba a hacer calentamiento cuando vi a Jace acercarse. Melissa me dijo que llevaba algunos días fastidiándola. Pero Jace era la clase de tipo que evidentemente iba a dejarla botada luego de conseguir lo que tanto estaba buscando: su cuerpo.

—White —oí que me llamó. Antes nos llevábamos bien. Sin embargo, parece que a ellos no les agradaba la idea de que prefiriera estar con mi prima y con Melissa a sentarme en la mesa de los «populares» para charlar de quién había sido la chica que tuve en mi cama la noche anterior. No era lo mío, fin—. Eres patético. Se nota a leguas que te mueres por Melissa. Y ella sólo dice que eres su «mejor amigo» —hizo una especie de imitación de Mel. Suspiré.

—Jace, con todo respeto —empecé—, no eres más que un niñito infeliz que no para de hacer berrinche hasta que obtiene lo que quiere. Me llamas patético cuando tú no puedes vivir sabiendo que una chica no quiere acostarse contigo como todas las demás zorras con las que estás acostumbrado a lidiar. Melissa no se cansa de repetir lo malditamente irritante y fastidioso que eres. Así que, hermano, ten un poco de amor propio y deja de intentar algo con una chica que no tiene ni la más mínima pizca de interés por acostarse contigo —finalicé con calma.

—Eres un maldito idiota —iba a lanzarme un golpe, pero lo detuve.

—Sé que la solución no es la violencia —dije aún con calma—. Pero —me puse serio—. Si llego a verte cerca de ella o si llegas a hacerle algo —pausé—. Juro por Dios que te mataré a golpes —lo empujé y justo en ese momento llegó en el entrenador.

Y en sus labios pude leer un claro:

«Esto no se va a quedar así, imbécil».

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora