—¿Otra vez? —dije con la mirada en el suelo.
—Lo siento, cariño —dijo mi madre tocándome el hombro—. Sabes que me gustaría quedarme. Pensé que esta vez no debía ir yo. Tu padre había dicho que no era necesario. Aparentemente se equivocó —rodó los ojos—. Pasarán por mí en media hora.
—Mamá, sólo llevas aquí cuatro días... ¿Acaso jamás podré tener una familia normal? Tengo diecisiete y he pasado más tiempo de mi vida sola que contigo y papá —me quejé.
—En serio lo lamento Melissa. Prometo que cuando tu padre y yo lleguemos de nuevo...
—Detente, ¿sí? —la corté—. Para de hacerme promesas que no van a poder cumplir. En serio los amo, a ambos. Y mucho. Pero me duele mucho que pongan de primero su trabajo y me dejen a mí después —ella no dijo nada. Maldición, cómo odiaba no equivocarme cuando decía cosas como esta. Suspiré. Ella se iría por cuatro meses. Ya estaba acostumbrada a esto. Sin embargo, y como ya le había mencionado, me dolía de todos modos. Me guindé la mochila en el hombro—. Debo irme, ten un lindo viaje. Salúdame a papá —besé su mejilla—. Te quiero.
—También te quiero, y de verdad lo lamento mucho —yo sólo me limité a mirarla y asentir.
Y simplemente salí de ahí y empecé a caminar. El instituto no me quedaba tan lejos, sólo eran unas dos cuadras. En todo el camino sólo pensaba «¿Cómo es que aún no me he vuelto loca?», quiero decir, mis padres casi nunca estaban conmigo, ya que siempre viajaban; era la tercera –ojalá y fuera la última– vez en dos años que nos mudábamos. Y, había días en los que me sentía fatal por el simple hecho de saber que, como mencioné antes, mis padres preferían poner su trabajo por encima de mí desde que... Diablos, ya ni siquiera me acordaba en qué momento llegué a estar por encima de su trabajo.
Suspiré pesadamente al recordar, «Cuatro meses, Melissa».
Llegué al instituto, rezando por pasar desapercibida, el día anterior había tenido una «pequeña» discusión con un chico de tercer año.
Está bien, tal vez no discutimos.
Vale. Le rompí la nariz.
Aparentemente le habían retado a que me besara... Sí, lo hizo. Y sí, no me arrepiento de haberlo golpeado. Para nada. Sin embargo, todo tiene su costo, y me dieron tres días de detención porque «fui muy violenta». Bueno, sé que le rompí la nariz al chico y que tuvieron que llevarle al hospital. Pero en primer lugar nunca debió aceptar ese reto, ni siquiera nos conocíamos. Cabe destacar que el chico se veía frágil y debilucho.
Ahora que lo pienso, ¿me habré excedido un poco?
Nah.
—Mel —oí a mis espaldas y sonreí.
—Emma —saludé. Ella era mi mejor amiga, congeniamos de maravilla apenas nos conocimos. Físicamente, éramos extremadamente contrarias: ella era una chica de cabello castaño, lo llevaba algo corto y ondulado, ojos cafés, tez bronceada y de estatura alta. No digo que yo fuera tan pequeña, pero sí era considerablemente más baja que ella. Mi cabello era rojizo, mis ojos eran azules y mi piel era bastante clara, en comparación.
—¿Qué tal detención ayer? —rio y yo rodé los ojos—. ¿Había algún muchacho lindo con pinta de chico malo? —dijo sonriente mientas caminábamos a las taquillas.
—Para nada —me reí—. Sólo los mismos simios de siempre. Nada especial —llegamos a las taquillas y metí mi mochila—. ¿Qué clase tienes?
—Historia —hizo puchero, pues ella sabía que yo debía ir a gimnasia. Sonó la campana—. Diablos. Detesto ver historia con el calvo Rogers. Eres una suertuda —hizo una pausa mirando por encima de mi hombro—. Detesto que tengas oportunidades de ver a tantos bombones juntos —volteé la vista y pude ver a los chicos del equipo de fútbol americano dirigiéndose al gimnasio del instituto.
—Qué horror —susurré—. Son de lo peor.
—Estás definitivamente loca —negó con la cabeza—. Debo ir a clase, te veo en el almuerzo —dijo y enseguida se fue.
Sí, todo aquello era demasiado cliché. Excesivamente, a decir verdad.
Fui a los vestidores de chicas y luego de cambiarme me dirigí al gimnasio. Al llegar, no habían llegado muchas personas aún: algunos chicos por aquí y por allá, dos chicas que realmente no había visto nunca desde que había llegado un año atrás, y los muchachos del equipo. Bueno, algunos. Eran todos unos simios.
Lindos simios.
Vale, sí. Eran considerablemente atractivos físicamente. Sin embargo, lo que tenían de físico, les faltaba en intelecto. Abusaban de su atractivo para acostarse con cada cosa que se les atravesara por el camino. Eso era asqueroso. Ellos eran asquerosos. Especialmente Jace Collins, el capitán.
Joder, otra vez. Qué cliché toda esta situación.
—Mira lo que tenemos aquí —oí.
Hablando de simios.
—¿Qué demonios quieres, Jace? —escupí frustrada. Llevaba alrededor de dos semanas fastidiándome. Tal vez más.
—Un beso tuyo, y, ¿quién sabe? Tal vez otra cosa también —dijo con cierto tono sugestivo, bastante irritante, sinceramente.
—¿También quieres que te golpee a ti?
—Realmente me sorprende mucho tu carácter. Me encantó lo que le hiciste a la cara de ese mocoso ayer. Se lo merecía por meterse con lo que me pertenece a mí —dijo pasando su brazo alrededor de mis hombros.
Él definitivamente quería que yo lo golpeara.
—Maldición, eres demasiado molesto, amigo. ¿Te lo han dicho alguna vez? —dije quitando su mano de encima mío—. Además, ¿quién te dijo que yo te pertenecía? Te invito a despertar de ese sueño —sonreí con arrogancia y empecé a alejarme.
—¡Serás mía, Seller! —gritó cuando ya iba unos diez pasos lejos de él.
—¡Sigue soñando, Collins! —respondí sin mirarlo.
Tener que deshacerme a diario de alguien tan molesto como Jace Collins era una tarea tan sumamente divertida como tediosa. Pues lo mejor de todo era ver su cara de «Demonios, otra vez me rechazó». Aun así, ya era demasiado repetitivo. Y ya me estaba cansando de rechazarle.
Realmente no entendía que yo no tenía ni el más mínimo interés en él.
ESTÁS LEYENDO
Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)
Teen Fiction-Maldición, para de molestarme -dijo Melissa exasperada. Jace sonrió con arrogancia. Propio de él. -Oh, vamos, sólo quiero que me des un beso -susurró mientras apretaba el cuerpo de la chica contra el suyo-. Sólo uno, preciosa. -¡Ni lo sueñes! Sólo...