Un mes había pasado desde que me enteré de lo de Dylan. Y cada vez me confundía más. Aquel día él había ido a visitarme. Era sábado.
«Emma. Ven a mi casa» —tecleé en mi móvil cuando Dylan se había levantado para ir al baño. No había podido tranquilizarme desde que nos sentamos en el sofá. él se notaba como de costumbre: risueño, amable y encantador. Nada en él había cambiado desde que lo conocí. Sin embargo, no podía evitar verlo distinto. Mi mente ya no me dejaba verlo desde el mismo ángulo. Seguramente cualquier persona diría que estaba exagerando demasiado esa situación. Pero, pese a que muy probablemente así fuera, yo no podía evitar sentirme de aquella manera cuando estaba con él.
Difícilmente podía controlar la imparable sudoración de mis manos y el constante tic nervioso de juguetear con mis dedos cuando él me miraba o decía cualquier cosa.
«No puedo, Mel. Estoy con un chico. Te hablo luego» —leí y solté una pequeña maldición seguido de un ligero golpecito en mi pierna.
Simplemente no podía creer en la estúpida situación en la que me encontraba sumergida: tratar de escapar de Dylan porque no sabía actuar como una persona parcialmente normal ante él. Y mi única vía de escape estaba a punto de tener una tarde de aventuras con vaya a saber Dios quién. Sí, era una situación meramente pobre.
Oí la puerta del baño abrirse y luego cerrarse nuevamente y respiré hondo.
Vamos, Melissa, no puedes seguir así. Ya basta.
Dylan llegó hasta mí y se sentó a mi lado nuevamente sonriendo.
—Pareces un anciano.
—¿Qué?
—Duraste como tres días allá adentro, Dyl —frunció el ceño.
—¡Déjame en paz, Melissa! —empecé a reír y por alguna razón no podía detenerme. Probablemente por el nerviosismo que no había podido contener. Ya estaba empezando de hartarme de mí misma por todo esto—. Estás loca —bufó falsamente molesto. él tampoco servía para mentir. Eso era evidente—. Así te adoro —y como si de un botón de apagado se tratase, mi risa poco a poco fue cesando hasta dejar la habitación en un pequeño y breve silencio que él mismo interrumpió cuando notó que bajé ligeramente la vista—. ¿Ocurre algo?
Al diablo, Emma. Estás jodida, lo siento. No me mates mañana.
—Dyl —susurré.
—¿Sí? —se acercó más a mí y pude sentir su pesada mirada. No quería levantar mi cara. Pero lo hice. Si iba a decir esto necesitaba que me mirara a los ojos—. ¿Estás bien?
—Sí, es sólo que —pausé. ¿Realmente era esto lo correcto? Quiero decir, por algo las cosas eran del modo en el que marchaban. Pero eso no era suficiente para mí—. Dyl, ¿me quieres? —dije con las mejillas rosadas. Me sentía tonta. Él sonrio de lado.
—Te quiero mucho, linda. ¿por qué? —sonrió tiernamente. Maldita sea, lo hacía demasiado difícil. Yo no encontraba la manera de decirle que su prima en la que tanto confiaba me había confesado de los sentimientos de él hacia mí. Sabía que él le reñiría. Pero necesitaba que él mismo me lo dijera de frente.
—No de esa manera, Dyl —bajé la vista totalmente avergonzada. Yo jamás había pasado por una situación como aquella en la que me hallaba sumergida.
—No entiendo, Melie —él era igual de lento que yo, en definitiva—. Oh... Eso.
Dylan permaneció en silencio por varios segundos que para mí fueron eternos. Inconscientemente levanté la mirada y me encontré con la suya. Se miraba incómoda y apagada. Supongo que si no había querido decirme había sido por algo.
—¿Dyl?
—Perdón, bonita. Tengo que ir a casa —se levantó dispuesto a irse. Pero tomé su mano, la sentí fría y algo temblorosa.
—Dylan, por favor, respóndeme —supliqué. Mis nervios crecían cada vez más y ahora la que empezaba a temblar era yo. Volvió a tomar asiento y un silencio se apoderó de nosotros—. ¿Me quieres?
Me sentía como una pequeña preguntando a una florecita si Él la quería o no, a la par que iba arrancando sus pétalos buscando una respuesta. Había algo en mí que me decía que no era necesario que le preguntase algo como eso. Pues, era lo que todo el mundo, según Emma, decía. Pero yo quería oírlo de él. Porque su palabra era la más importante para sellar lo que pudiera pensar. Y pese a saber su respuesta, quería que la dijera. Por algún motivo, sentía una ligera gota de ilusión que poco a poco iba convirtiéndose en un lago con cada segundo que transcurría.
Porque, sí.
Me estaba empezando a enamorar de él.
Y eso sin previo permiso. Me regañaba a mí misma cada vez que lo pensaba y me ponía nerviosa. Me odiaba porque muy a pesar de haberme hecho la promesa de no sentir nada por él, había sucedido. Porque ya no podía verle con los mismos ojos de hace un año. En cierto momento me llegó a atraer. Me parecía única su forma de ser. Pero jamás había pasado de ahí. Ahora me estaba metiendo en la boca del lobo al enamorarme de mi mejor amigo, aquel que me había curado de cada depresión gracias a la constante soledad familiar que pasaba. Y aquel que con sólo una sonrisa podía cambiar un día lluvioso por uno fresco y soleado. Me sentía una basura porque ni siquiera había podido mantenerme firme a algo que yo misma me prometí. No debía sentir nada por él. No debía quererle. No tenía siquiera que sentirme atraída por él.
Y rompí cada uno de esos juramentos. En un mes habían pasado tantas cosas luego de su pelea con Jace. Y cada cosa que él hacía, me hacía confundir más y más. No necesitaba más problemas de los que ya tenía. Pero la terquedad se apoderaba de mí. Y no podía evitarlo.
Me gustaba, le quería.
Y me sentía un completo desastre.
—Te adoro, demasiado —susurró bajando la cabeza. Mordió su labio y suspiró para volver a mirarme. Se le notaba desconcertado. Por algún motivo mis ojos se cristalizaron y mis mejillas se encendieron en un tono rosado. Mis manos temblaban, mi cabeza daba vueltas. Y lo único que pude hacer fue abrazarle con fuerza. Una enorme mezcla de emociones hacía que mi estómago doliera. No lloré, sólo estaba aturdida. Unas dos lágrimas salieron y ahí cesaron. No más.
—También te quiero, Dyl —susurré y sentí como su cuerpo se tensó. Rápidamente se separó de mí.
—¿Qué acabas de decir? —me miró totalmente confundido y atento a cada facción de mi rostro. Me sentía estúpida por lo que acababa de salir de mi boca.
—Te quiero, Dyl —repetí por lo bajo, me sentía tan extraña diciéndole esto a él. Y sentía que un mes para decirle algo más era muy poco tiempo. Así que sólo diría eso.
«Te quiero»
Su cara era un poema. Veía las palabras pasar por su mente. Pero nada salía de su boca. Sólo me observaba atónito. Yo me sentía infinitamente avergonzada y nerviosa por lo siguiente que diría. Porque lo último que quería era empeorar la situación
Pero no dijo nada.
Me besó.
Sí, lo hizo. Y yo abrí los ojos de par en par. Pues realmente me había tomado desprevenida. Pero le seguí. No pude evitarlo. Acarició suavemente mi cabello y se separó de mí tomando mis manos.
—No sabes lo feliz que acabas de hacerme, Melissa —volvió a abrazarme con fuerza y pude oír su corazón latiendo a mil.
Me enamoré de él. Y eso me preocupaba.
ESTÁS LEYENDO
Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)
Teen Fiction-Maldición, para de molestarme -dijo Melissa exasperada. Jace sonrió con arrogancia. Propio de él. -Oh, vamos, sólo quiero que me des un beso -susurró mientras apretaba el cuerpo de la chica contra el suyo-. Sólo uno, preciosa. -¡Ni lo sueñes! Sólo...