Capítulo 20

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—¿Realmente sucedió eso, Señorita Seller? —cuestionó el director tras Jace haber dicho que sólo queríamos salir de la clase de historia. Bajé un poco la mirada y asentí—. Creí haberte dicho que no quería que te metieras más en problemas. ¿Qué está ocurriendo contigo? ¿Debo llamar a tus padres?

—No es necesario. No volverá a pasar —susurré. El director era un amigo bastante antiguo de mis padres. Cuando llegamos aquí ellos se sorprendieron al saber que él era el director de una buena escuela que quedaba bastante cerca de nuestra casa. Al principio no quería causar muchos líos. Y así fue. Esta era la segunda vez que me llamaban la atención. Y sabía que una tercera no sería buena idea. Jace me debía una.

—Eso espero —miró a Jace—. En cuanto a ti. Ya perdí la cuenta contigo. Traté de llamar a tus padres, aunque no he podido dar con ellos.

—No están en el país. Están muy ocupados. Ni siquiera yo he podido hablar con ellos —bufó y yo le miré de reojo. Jace desprendía de sí un aura bastante particular. No sabía a ciencia cierta cómo describirlo. Pero apareció junto cuando el director empezó a hablar de sus padres.

—Seguiré intentando, de todas formas —dijo el hombre soltando un suspiro y recostándose de su asiento—. Hoy ambos irán a castigo. Así que ya pueden retirarse. Vayan a sus otras clases si no quieren que extienda el castigo a más días.

Sin decir nada, sólo asentimos y nos levantamos para salir de ahí. Al cerrar la puerta le lancé una mirada de odio a Jace.

—Te detesto —lloriqueé.

—Te dije que podía tomar toda la responsabilidad yo. Y tú te negaste, a pesar de que tú no tenías la culpa de nada —se encogió de hombros. Abrí mi boca para protestar en su contra, pero la cerré en cuando me di cuenta de que él tenía razón.

Qué idiota soy.

¿En que estaba pensando? Él estaba en lo cierto. Si él tomaba toda la responsabilidad yo no tendría que ir a castigo por algo de lo cual él tenía la culpa.

Tú también eres culpable.

Oh, diablos. Era cierto. Si yo hubiese protestado cuando él me sacó el aula no habría tenido problemas, en primer lugar. ¿Por qué no me negué? No lo sabía. Pero me reprendía a mí misma por no hacerlo.

—¿Acaso te dejaste llevar por mí? —soltó sorprendido y poniendo una mano dramáticamente en su boca.

—¡Cállate! Idiota —refunfuñé dando un golpe al suelo con mi pie—. Ya vete de aquí. Tienes clases. Largo —señalé los pasillos en dirección contraria a la mía.

—¿Y quién te asegura que no tengo la misma clase que tú? —enarcó una ceja y yo visualicé el horario en mi mente.

Maldita sea.

—Si vuelves a sabotearme voy a asegurarme de que termines muerto.

—Lo tendré en mente —sonrió y me tomó del brazo arrastrándome con él al gimnasio del instituto.

¿Qué era esta repentina confianza, Collins?

* * *

—Agh, te odio, Jace —lloriqueé cuando entramos al salón de castigo. El profesor aún no llegaba. Parecíamos haber llegado bastante temprano. Porque ni siquiera había estudiantes aún, aparte de nosotros dos.

—No, no me odias —apretó mis mejillas—. Por lo menos ya no tanto —se encogió de hombros—. Eso es un avance significativo —se sentó a mi lado—. Hablemos mientras llega todo el mundo —sonrió cálidamente—. ¿Cómo estuvieron tus otras clases? ¿Me extrañaste?

—Como si eso fuera posible —bufé—. Quedé traumatizada. Luego de educación física temía que te acercadas a mí y dijeras "Oh, volviste a olvidar el horario. La siguiente clase también la veremos juntos, Roja" —enfaticé haciendo una pobre imitación de lo que debía ser su voz. El castaño soltó una sonora carcajada.

—Habría sido genial —dijo aun riendo y cuando logró calmarse me sonrió—. Habría logrado pasar un día entero contigo sin que me golpeen —finalizó algo risueño.

—¿Y estás seguro de que yo no iba a golpearte? —susurré en cuanto las otras personas comenzaron a llegar.

—Sé que serías capaz —susurró—. Pero prefiero mil veces ser golpeado por ti que por Dylan —se incorporó en su asiento—. No quiero acostumbrarme a pelear con él sólo por acercarme a ti.

—Eso no debería suceder de nuevo —dije y él me miró sorprendido y algo confundido.

—Collins, Seller, ¿quieren una extensión? —ambos negamos con la cabeza—. Entonces manténganse en silencio.

Así pasó la hora de castigo más terriblemente larga de mi vida. Jace me miraba de reojo algunas veces y a mí no me quedaba más que lanzarle dagas imaginarias para que se detuviera. Pero eso lo hacía peor. Cuando salimos soltamos un suspiro a la vez mientras nos estirábamos.

—¿A qué te referías? —soltó de la nada mirándome atentamente.

—¿De qué hablas?

—Cuando dijiste "Eso no debería suceder de nuevo", ¿qué trataste de decir? —llegamos a su auto y yo lo miré con el ceño fruncido. No quería contarle eso a él, Dios santo. Subimos al auto y él me observó esperando respuesta—. ¿No vas a decirme?

—No es nada. Sólo que trataré de no causar muchos problemas —dije mirando por la ventanilla. El auto aún seguía sin moverse—. ¿No vas a encender el auto? —susurré aún sin mirarle.

—Melissa —suspiré—. No arrancaré el auto hasta que me digas.

—Vale, entonces me iré caminando —desaté el cinturón de seguridad y guindé la mochila en mi hombro. Jace tomó mi muñeca.

—Oye —susurró—. ¿Soy tan poco confiable? —finalizó desconcertado y suspiré profundamente.

—Un poco. Pero no es eso. Ugh —me recosté nuevamente—. Está bien —sonrió y dio unos pequeños aplausos. Rodé los ojos—. Hablé con Dylan, le dije que dejara de actuar de esa manera. Al fin y al cabo, no somos nada y yo puedo hablar y salir con quien quiera. No es asunto suyo —bufé y luego me sobresalté y tapé mi boca. Maldita sea, hablé de más. Sólo debía decirle que había hablado con Dyl para que dejaran de pelear. Lo demás no era necesario.

JACE

Ella tapó su cara entre sus manos. Hasta yo noté que había hablado de más. Evidentemente ella no quería que yo supiera lo que realmente había sucedido.

Con que eso era, ¿eh?

Una sonrisilla maliciosa se asomó en mi rostro. Ella seguía maldiciendo en voz baja.

—Ah, ¿sí? —dije y ella me observó aterrorizada. Me reí—. Descuida, no oí nada. Sólo te agradeceré, me ayudaste mucho al hablar con él —le sonreí dulcemente. No iba a asustarla. Ella había entrado en pánico por lo que había dicho. Especialmente porque la persona que lo había escuchado era quien menos debía ser: Yo.

Puse el auto en marcha y de reojo pude ver como ella jugaba nerviosamente con sus manos. Sonreí de medio lado volviendo mi vista al frente.

Oh, Dylan. Tú mismo te ahogaste en un vaso de agua. Gracias.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora