Capítulo 25

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JACE

Desperté y lo primero que sentí fue un punzante dolor de cabeza que me hizo fruncir el ceño. Miré a mi alrededor: la casa de Melissa. Suspiré al recordar cómo me había metido en aquella situación. Sonreí algo ruborizado al recordar cómo ella se había estado ocupando de mi resfriado. Mi vista se encontró posada en el otro sofá. Melissa estaba recostada en él, ella también se había quedado dormida. Miré la hora en el reloj de pared. Ya era mediodía. ¿Tanto dormí?

El paño de mi frente aún estaba frío, lo cual suponía que Melissa lo había cambiado recién. La contemplé, ella lucía increíblemente preciosa cuando dormía. Su rostro era sereno y sus suaves facciones se relajaban haciéndola lucir angelical.

Maldición, ¿En serio me había enamorado tanto de ella?

Mi cuerpo aún se sentía débil y pesado. Y mi cabeza dolía como mil demonios. Pero estaba confundido. Mientras dormía pude sentir como Melissa acariciaba mi cabeza y me susurraba algo. Pero no sabía si lo había soñado. Dudaba que eso hubiera pasado realmente.

—Fue un sueño —susurré mirándola y suspiré. Volví a desviar la mirada con una sonrisa.

Estaba enfermo, pero estaba feliz de estarlo. Pues mi resfriado me había permitido pasar el día con ella. Y no sólo eso, ella estaba cuidando de mí. Me hacía feliz. Me recordaba a mi madre biológica, cuando estaba pequeño y me enfermaba, ella siempre me cuidaba.

"—Madre —susurré con voz débil—. Me duele la cabeza.

—Tienes fiebre, cariño —me dijo tocando mi frente e hizo un puchero—. Mi pequeño ángel se enferma mucho —me abrazó y acarició mi mejilla cuando me alejó un poco de ella—. Traeré unas medicinas y unos trapos húmedos para que tu fiebre baje."

Suspiré recostándose mientras cerraba los ojos. Tenía tres años en ese entonces. Suelo acordarme de varias cosas de cuando tenía esa edad. Es como si mi mente hubiera guardado los recuerdos importantes de mis padres antes de que ellos murieran.

Lo que mi madre decía era cierto, me enfermaba mucho. Desde siempre mi salud ha sido un poco débil. Especialmente cuando era niño. Cualquier descuido significa un resfriado, seguro. Y cuando me enfermo, me cuesta un poco recuperarme, aunque sea una tontería.

Temía incomodar a Melissa con mis cosas, no quería que ella se preocupara demasiado por mí. Así que decidí tratar de levantarme para ir a casa. Ya luego le escribiría un mensaje al llegar, agradeciéndole por los cuidados.

—Maldición —susurré. Me costaba mantenerme en pie y mi cabeza dolía muchísimo. Como pude, seguí caminando. Pero cuando estuve a punto de abrir la puerta unos pasos apresurados se aproximaron hacia mí.

—¿A dónde vas? —me preguntó la pelirroja seria.

—No quiero seguir incomodándote. Descuida. Ya estoy mejor. Iré a casa...

Ella se acercó a mí y tocó mi frente.

—Mientes —susurró—. Mírate, ni siquiera puedes quedarte en pie sin tambalearte. No puedes irte en ese estado. Por favor. Quédate. Si te pasa algo me sentiré culpable por haber dejado que te vayas —suplicó y me quedé sin palabras. La muchacha que se encontraba frente a mí se veía terriblemente preocupada.

—En serio estoy bien, Mel. Descuida...

—Tal vez no te conozca de toda la vida. Pero sé que me estás mintiendo. Detente —me dijo y tomó mi brazo llevándome nuevamente a la sala—. Di que te secuestré si quieres. Pero no dejaré que te vayas en ese estado. Tu cuerpo está débil y necesita descanso. Recuéstate —me sentó de nuevo en el sofá y nuevamente tomó mi temperatura—. Ha bajado un poco. ¿Aún te duele la cabeza? —asentí y ella hizo una mueca—. Haré té. Ten otra pastilla —me la dio junto con un vaso de agua.

Madre, ella me recuerda a ti. Te extraño.

MELISSA

—¿Qué ocurre? —lo miré alarmada, sus ojos estaban algo cristalizados.

—No es nada. Tranquila —sonrió débilmente. Sabía que mentía.

—Jace, dime —me puse de rodillas en el suelo y tomé suavemente su mano. Él puso su otro brazo tapando sus ojos y apretó con fuerza su mandíbula. Por el rabillo de sus ojos vi caer las lágrimas—. Jace, n—no llores. ¿Qué sucede? ¿Algo te duele? —me estaba desesperando. Él nunca lloraba, pero hoy estaba terriblemente sensible a todo.

—Melissa —sollozó.

—Sí, esa soy yo, Jace. Aquí estoy. ¿Qué ocurre? —estaba entrando en una crisis nerviosa. Jace estaba fuera de sí. Toqué su frente. Otra vez su temperatura había subido. ¿Cómo diablos subió tan rápido? Si apenas hace un momento era más estable. Jace empezó a temblar—. Jace, por favor. Dime qué ocurre. ¿Por qué lloras?

—Melissa —repitió temblando.

—Dime —contesté desesperada.

—No te vayas, por favor —susurró, su voz se quebró y empezó a llorar de nuevo como un niño pequeño—. No te vayas tú también. Te lo suplico —dijo entre sollozos. Mi corazón se sintió apretado. Él parecía sufrir demasiado. Y me estaba empezando a preocupar.

—Aquí estoy, Jace. Mírame. Estoy aquí, estoy sosteniendo tu mano —acaricié suavemente ésta.

—Por favor, quédate —él empezó nuevamente a cerrar sus ojos llorosos. Poco a poco su pulso y respiración se volvieron más calmadas. Y, nuevamente, se durmió—. Gracias —susurró cuando ya se había quedado dormido. Suavemente solté su mano y acomodé la manta sobre su cuerpo. Limpié las últimas lágrimas que había soltado y puse el trapo húmedo en su frente.

—Eres un chico problemático, Collins —susurré y volví a tomar su mano.

Estaba preocupada por él. Demasiado. Hablaría con él cuando se sintiera mejor.

Por ahora, mi prioridad era una sola: cuidarle.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora