-—Jace —le dije extasiada—. Esto es impresionantemente hermoso.
—No tanto como tú, Roja —mis mejillas se pusieron coloradas.
—Ya basta —me solté de su mano y caminé rápidamente en dirección a la orilla del lago que ocupaba al menos cuatro hectáreas de todo el enorme y aislado lugar—. Aún no puedo creer que todo esto sea tuyo.
—Créelo —volvió a mi lado—. Y si me disculpas el atrevimiento —dijo tomando una piedrita—, me gustaría ver a mis hijos y los tuyos crecer aquí —la lanzó y ésta rebotó varias veces sobre el agua.
—¿Hijos? —pregunté con las mejillas ardiendo—. ¿No somos jóvenes aún?
—Lo somos —me sonrió mientras se sentaba en el suelo—. Pero algún día querremos niños que endulcen nuestra ajetreada vida laboral —me dijo dulcemente—. Y yo no pienso rendirme con eso.
Jace me sorprendía en la mayoría de los casos. Él y yo no teníamos ni seis meses juntos, y ya estaba pensando en tener niños correteando por este lugar. Lo cual me causaba un extraño sentimiento de pánico. Sin embargo, también se me hacía linda la idea de que él estuviese tan enamorado para decir algo como eso. Puesto que él no era de los que soltaban esa clase de comentarios con demasiada frecuencia.
—Yo prometo una cosa —volvió a hablar de repente—. Y es darles a nuestros hijos todo el amor y la dedicación que no nos dieron a nosotros, Melie. Prometo que ellos estarán por encima de todo, inclusive del trabajo.
Sonreí con algo de amargura mientras asentía, recordando cómo habíamos sufrido él y yo desde que éramos niños porque nuestros padres nunca nos tuvieron como una prioridad en sus vidas.
—Estoy segura de ello. Hagamos una promesa, Jace —me senté a su lado y le ofrecí mi dedo meñique—. Prometamos que seremos los padres que siempre quisimos tener.
Una lágrima traicionera rodó por mi mejilla. Y él, sonriendo de medio lado, la secó y besó mis labios. Al separarse de mí, engancho su dedo con el mío y asintió.
—Prometo ser el padre que siempre quise tener.
—Prometo ser la madre que siempre quise tener.
Jace volvió a sonreírme lleno de ternura y se lanzó encima de mí.
—¡¿Qué haces?! —pregunté entre risas cuando él me empezó a hacer cosquillas.
—Los momentos en donde no ríes me asustan —su aliento acarició mi mejilla haciéndome estremecer—. Sonríe más, princesa. Mientras más sonríes, más hermosa luces.
Con el tiempo había algo que me quedaba cada vez más y más claro. Y era que Jace podría ser el hombre más romántico del Universo si se lo proponía. Era atento, caballeroso, bien portado y amoroso. Sin mencionar lo atractivo que era y que tenía la gracia de un noble.
—Está bien, me reiré más —sonreí—. De tu cara fea —le saqué la lengua y me zafé de su agarre. Me levanté y salí corriendo mientras él me perseguía riendo enérgicamente.
El olor de las flores campestres refrescaba todo el entorno armoniosamente junto con la suave y fresca brisa. El cielo estaba cubierto de blancas y esponjosas nubes que apenas dejaban a la vista algunos rayos de sol que se reflejaban en el lago.
Aquél lugar quedaba a unas dos horas de la ciudad. La carretera quedaba tan lejana que los pocos coches que pasaban se veían tan diminutos como una hormiga. Lo cual hacía de aquel lugar un escape espectacular.
—¡Te atrapé! —me dijo Jace cuando había logrado tomar mi muñeca. Me abrazó—. ¿Entonces, mi cara es tan fea? —murmuró con una sonrisa.
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Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)
Teen Fiction-Maldición, para de molestarme -dijo Melissa exasperada. Jace sonrió con arrogancia. Propio de él. -Oh, vamos, sólo quiero que me des un beso -susurró mientras apretaba el cuerpo de la chica contra el suyo-. Sólo uno, preciosa. -¡Ni lo sueñes! Sólo...