Capítulo 3

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Ya se acercaba la hora de ir a detención, otra vez. Aunque no era la primera vez que estaba ahí, no quería seguir llenando mi expediente con cosas malas. También me daba algo de vergüenza tener que hacer esperar a Dylan hasta salir para poder irnos.

La campana sonó y yo suspiré. Las pocas ocasiones en las que estuve en detención él se negó rotundamente a irse hasta que yo terminara el castigo. Lo busqué con la mirada cuando iba por los pasillos para sugerirle que se fuera a su casa y luego pasara por la mía a la tarde. La gente salía poco a poco hasta dejar los pasillos solitarios. ¿Se habría ido ya? Tal vez sólo lo olvidó y se fue. La última opción era encontrarlo sentado afuera del salón de detención. Pero no. Me encontré una banca vacía y a su lado una puerta cerrada. Miré la hora. Había llegado diez minutos tarde buscando a Dylan. Abrí la puerta cuidadosamente luego de dar dos toques a ésta.

—Hola —susurré con algo de vergüenza y el maestro me lanzó una mirada reprobatoria.

—Diez minutos tarde, señorita Seller. Que no vuelva a repetirse.

Asentí y, por primera vez miré hacia adentro. Fruncí en ceño al ver a Dylan a un extremo del salón con un moretón en su pómulo derecho y un pequeño corte en su labio inferior. Al otro lado estaba Jace. Era más normal verlo a él por aquí. Pero esta vez había una diferencia: también tenía el labio roto y un corte en su ceja. Sin mencionar el moretón que tenía en la sien. Maldición. ¿En serio se habían peleado? Porque realmente dudaba que ese escenario fuera una mera casualidad. Me acerqué a Dylan y me senté a su lado, sintiendo la mirada de Jace seguirme.

—¿Qué sucedió, Dyl? —pregunté notoriamente preocupada.

—No es nada, princesa. Sólo fueron unos cuantos golpes —susurró dedicándome una de sus hermosas sonrisas. Miré a Jace por un segundo. Él se encontraba con la mandíbula tensa y me miró de reojo. Volví a ver a Dylan.

—¿Por qué se pelearon?

—Mel, descuida, en serio —sonrió.

—Dyl... —suspiró. Él sabía que odiaba que no me dijera las cosas—. Confía en mí.

—Te contaré cuando lleguemos a casa, nena —dijo con un tono de voz un poco más alto y mirando rápidamente en dirección a Jace.

—Señor White. Le pido que por favor haga silencio si no quiere una hora más aquí.

—Lo lamento.

Vi de reojo a Jace. Aún tenía la mandíbula y los puños apretados sobre la mesa. Noté que sus nudillos estaban algo lastimados e instintivamente miré los de Dylan, los cuales se encontraban en el mismo estado. Jace tenía una mirada tan intensa como de costumbre. Pero ésta, a diferencia de las demás, estaba cargada de odio y rencor. Y estaba dirigida directamente al chico que se encontraba sentado a mi derecha.

Pasé el resto del tiempo en silencio, sintiendo algunas miradas por parte de ambos. No quise mirar a ninguno. Estaba preocupada, sí. Pero, dos cosas: Uno, no quería que nos extendieran el tiempo ni a Dylan ni a mí. Y dos, se me hacía algo incómodo ver las miradas asesinas que se echaban mutuamente. Así que, sencillamente puse mis brazos cruzados en la mesa y escondí mi cabeza entre ellos.

—Bien, ya pueden irse —fue lo único que dijo el señor O'Donell antes de salir por la puerta.

—Vamos a casa, Dyl —dije apenas audible y tomando con cuidado la mano de él para salir de ahí.

El camino fue bastante silencioso. No quise preguntar nada hasta estar en casa. Sin embargo, las dudas no faltaban. Evidentemente la primera era «¿Cuál había sido la principal causa?» ¿Acaso tenía algo que ver conmigo?". Dylan jamás se metía en problemas. Lo conocía suficientemente bien como para saber que la razón de aquel acontecimiento se debía a algo importante.

Al llegar a casa, dejé mi mochila en el sofá y fui directamente a la cocina sabiendo que Dylan me seguiría. Serví dos vasos de agua y puse uno frente a él en la encimera.

—Explícame qué demonios sucedió, Dylan.

—Jace empezó a decir estupideces. Ya lo conoces. Luego, uno que otro insulto y finalmente algunos golpes. Nada demasiado grave, Melie. En serio. Sabes lo exagerado que es el director...

—¡Dylan, nada más mírate! ¿Cómo puedes decir que no fue nada grave? Debes decirme realmente qué pasó.

—Mel... —soltó con una mueca de cansancio—. No fue nada. Además, no quiero que te estreses por cosas tan bobas como esa. En serio, descuida —besó mi frente—. Todo estará bien. Lo prometo.

Suspiré, sabía que ninguno de los dos quería seguir hablando de aquello. Entré al baño y busqué agua oxigenada y algodón para limpiar sus heridas. Me preocupaba excesivamente su estado, pero no iba a discutir pese a saber que me estaba ocultando algo. Porque como había mencionado antes, la única forma de que Dylan se metiese en un lío tan grande como aquel, tenía un motivo muy importante. Obviamente, no le creí muchas de las cosas que dijo. Porque, sí, evidentemente si comenzó a pelear con Jace, muy probablemente fue porque éste empezó a decir idioteces –como siempre, cabe destacar–. Pero, aun así, no creo que lo haya golpeado por unas simples «idioteces». Tuvo que haber dicho algo suficientemente malo como para provocar una pelea. Además, sabía que Dylan podía parecer muy tranquilo. Pero cuando lo hacían enfadar era realmente temperamental. Así que sabía que no sólo Jace dijo algo que pudiese provocar una pelea. Dylan solía ser muy directo cuando se enojaba, eso sin perder la serenidad en su voz; jamás gritaba. Sólo decía las cosas como él las veía, sin importar lo que pudiera llegar a pensar la otra persona.

Muchas dudas se generaron en mi mente. Principalmente, qué había dicho cada uno para acabar así. Pero no quería insistir, supongo que Dylan ya había tenido suficiente con lo que sea que hubiese ocurrido.

—¿Tienes hambre? —me preguntó sacándome de mis pensamientos. Al notar que estaba distraída, una sonrisa se escapó de sus labios. Hace rato habíamos ido a la sala y estábamos viendo televisión. Sin embargo, yo aún estaba pensando en todo lo que había pasado. No sabía con exactitud cuánto tiempo llevaba en eso.

—Sí, un poco. ¿Pedimos comida china? —asintió—. Iré a llamar.

DYLAN

Creo que la principal razón de que Melissa me gustara tanto era el simple hecho de que ella era tan... Diferente, en el buen sentido. Eran tan linda la manera en la que sus mejillas se tonaban rosadas por cualquier cosa que le decías. Y el sonido de su voz, calmada y serena. Ella no estaba acostumbrada a estar rodeada de mucha gente. Realmente me gustaba mucho la sensación de estar con ella. Y me sentía infinitamente afortunado de ser una de las pocas personas dignas de su confianza. Pues ella era demasiado desconfiada. Y tenía sus razones, lógicamente. Me levanté y me asomé por la cocina. Ella tenía el teléfono en su oreja mientras buscaba algo en la nevera. Sonreí. Definitivamente si debía describirla, en una palabra, ella era «Perfecta».

Al colgar la llamada se sobresaltó al verme en el umbral.

—¿En cuánto tiempo llegarán? — pregunté.

—Quince minutos —dijo con una pequeña sonrisa.

Definitivamente ella me gustaba demasiado.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora